Trivialidad
Es un asunto trivial, una menudencia en comparación con los grandes
temas de los que depende en estos momentos el destino de España.
Virginia, una mujer joven, muy mona, se toca el pelo mientras mira a la
cámara. Dice que va a ver el lugar donde trabaja su pareja. Entra en un
despacho descomunal y la cámara enfoca una pared de color, otras
blancas, los cuadros de las paredes y, al fondo, la mesa donde trabaja
un hombre también joven, pero mayor que la narradora. No está mal, opina
ella, pero hay cosas que no me gustan. Ésta sí me gusta, precisa,
enfocando al director general de la Agencia Pública de Educación de la
Junta de Andalucía. Cariño, di hola, le pide, y él, obediente, dice
hola, saluda con la mano. Luego, Virginia concluye que va a tener que
redecorarlo todo. Y ya está. Es un asunto trivial, no dura mucho más de
un minuto. Pero a veces un minuto es suficiente. A veces, en un minuto,
caben muchas de las cosas que a algunas personas nos resultan odiosas,
las celebridades de Instagram, las mujeres florero, el modelo de
feminidad de Barbie, la exhibición de la intimidad, la falta de respeto
de los funcionarios públicos por la dignidad de su trabajo. Si él
hubiera sido un alto cargo de una multinacional, a ella no se le habría
ocurrido grabar, y mucho menos publicar, ese vídeo. Para acabar de
arreglarlo, Ciudadanos, el partido del director general, lo ha excusado
diciendo que él no se enteraba mucho de lo que pasaba. Aquel día, en las
puertas de los colegios públicos de Sevilla, las AMPAS se manifestaban
para protestar, porque las aulas no están climatizadas y los niños y
niñas asisten a clase con un calor infernal, más de treinta grados.
Mientras tanto, Virginia sonreía a la cámara. Es un asunto trivial, ya
digo, una menudencia.
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