miércoles, 26 de junio de 2019

Me pregunto qué habría pasado en Portugal si la coordinación del partido comunista portugués que con gran inteligencia y grandeza de miras apoyó al socialista Costa sin exigir a cambio remuneraciones ministeriales, no hubiese estado en manos de Catarina Martins, portavoz y coordinadora del Bloque de Izquierda. Tal vez si la política española se feminizase de verdad, habría más entendiiento que egopatías e inmadureces inexplicables en políticos supuestamente adultos, pero realmente en una guardería de mequetrefes, como son los adultos cronológicos con comportamientos de parvulario, reduciendo la responsabilidad de un gobierno a un cambio de cromos, y para más inri si los cromos no son suyos, sino del pueblo. Es el colmo de la inutilidad presuntuosa y fantoche. Irresponsable



Los entresijos de la ‘geringonça’: ¿cómo funciona el gobierno progresista de Portugal?

  • Mientras se negocia el futuro Ejecutivo de España, analizamos el funcionamiento del gobierno luso

LISBOA- Durante la primera quincena de julio está previsto que arranque el debate de investidura de Pedro Sánchez. Durante estas últimas semanas, el presidente en funciones ha intentado tantear los apoyos entre las formaciones con representación parlamentaria. Los prioritarios son, sin duda, los de Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, exige que miembros de su partido ocupen ministerios, mientras el PSOE apuesta por darles puestos intermedios en un “gobierno de cooperación”.
Ante los muchos escenarios posibles, algunos miran al modelo que inesperadamente ha tenido éxito en Portugal, país que se ha convertido en un referente para los progresistas europeos.

La alianza imprevista

Al inicio de la noche del 4 de octubre de 2015 –fecha en la que se celebraron las últimas elecciones generales en Portugal– todo indicaba que el primer ministro conservador Pedro Passos Coelho iba a tener un segundo mandato en la jefatura del Gobierno luso. Su coalición conservadora había sido la más votada, conquistando 107 de los 350 escaños de la Asamblea de la República. Si bien se quedaba a ocho puestos de la mayoría absoluta, estaba más que preparado para gobernar en minoría. 
Sin embargo, los planes de conservadores lusos quedaron dinamitados en el momento en que Catarina Martins, coordinadora del marxista Bloque de Izquierda (BI), hizo su valoración de los resultados electorales. La líder bloquista declaró que había hecho los cálculos y llegado a la conclusión de que si los tradicionalmente enemistados partidos de la izquierda se aliaban, sumarían los votos necesarios para bloquear la investidura de Passos. En su lugar, proponía entregar el gobierno al socialista António Costa, siempre y cuando éste se comprometiera a poner fin a las políticas de austeridad y aprobar una amplia lista de medidas progresistas. 
La propuesta audaz fue inicialmente ridiculizada, pero momentos después, Jerónimo de Sousa, secretario general del Partido Comunista Portugués (PCP), se dirigió a los medios para anunciar que su formación apoyaba la propuesta. Cuando tocó la comparecencia de Costa, sólo le quedaba recoger el guante lanzado por las otras formaciones de la izquierda y aceptar el reto
Durante el siguiente mes y medio, los representantes de los tres partidos negociaron las medidas que acabarían consagradas en dos acuerdos individuales. A cambio de los votos de los bloquistas y comunistas, los socialistas prometieron reponer los salarios de los funcionarios públicos, restaurar las pensiones recortadas por la Troika, cancelar la privatización de los transportes públicos y frenar la venta de la aerolínea estatal TAP. A finales de noviembre el Ejecutivo minoritario de Costa tomó posesión gracias a la inédita alianza que los críticos denominaron la “geringonça”, palabra que en portugués quiere decir “un aparato improvisado, mal hecho y de funcionamiento complicado”. 

Éxito relativo

Dada las tensiones históricas entre los partidos, pocos pensaron que la solución gubernativa duraría más que unos meses. Sin embargo, pese a todos los pronósticos que auguraban su colapso inminente, a día de hoy el Ejecutivo socialista sigue en el poder, a punto de completar la legislatura y convertido en un referente para el resto de Europa. En estos cuatro años, el Gobierno Costa ha logrado reducir el déficit y el paro a mínimos históricos y aprobado un abanico de medidas progresistas: además de cumplir con los compromisos pactados con los socios de la izquierda parlamentaria, durante este periodo los manuales escolares han pasado a ser gratuitos, el IVA cultural se ha reducido, y se ha aumentado el sueldo mínimo interprofesional
Gran parte del éxito del Ejecutivo se debe al hecho que ha estado al mando del país precisamente cuando se ha producido la tímida recuperación de la economía lusa, que estaba de capa caída desde el colapso financiero del país vecino en 2011. Siguiendo una política de gasto público ultralimitado, el ministro de Finanzas –y, desde 2018, presidente del Eurogrupo– Mário Centeno ha aprovechado los fondos generados por el boom del turismo y del sector inmobiliario para cuadrar las cuentas del Estado, reestableciendo la confianza exterior y facilitando la inversión extranjera en Lisboa y Oporto.
Sin embargo, no se puede obviar lo decisivo que ha sido el sentido de Estado de los políticos que han participado en la solución gubernativa, especialmente durante los primeros años de la legislatura. En ese periodo inicial el Ejecutivo minoritario se mostró abierto a negociar con sus socios antes de avanzar medidas en el Parlamento, y éstos aceptaron dar un paso atrás una y otra vez con el fin de sacar adelante las medidas progresistas que perseguían y, sobre todo, para evitar cualquier crisis que pudiese abrir la puerta a la vuelta de la derecha. 
Durante la segunda mitad de la legislatura la dinámica de los pactos ha cambiado. Así se ha recuperado la economía, Costa ha visto su posición reforzada, especialmente tras los comicios municipales de 2017, en los que arrasaron los socialistas. Con ese respaldo electoral, su Ejecutivo se ha visto más libre a la hora de actuar unilateralmente o en concierto con la derecha parlamentaria, ninguneando a los bloquistas y comunistas. Aunque los socios de la izquierda se han mostrado molestos con el cambio –y vociferado esa irritación censurando las tendencias más conservadoras de Costa públicamente–, en ningún momento han planteado tumbar el Gobierno.

¿Final a la vista?

A pocos meses del cierre de la legislatura, no está claro que vuelva a haber una segunda geringonça. Aunque las encuestas indican que los socialistas de Costa serán los más votados en los próximos comicios, no alcanzarán la mayoría absoluta, y a la hora de negociar los nuevos pactos de investidura los socialistas tendrán que decidir con quién les conviene tratar en un periodo de desaceleración económica en la Eurozona. 
Ante ese escenario, es posible que no les apetezca repetir el ménage à trois con una izquierda crítica cuando les puede ir mejor con conservadores que, tal vez, resulten más pragmáticos a la hora de hacer recortes. No obstante, en un momento en el que la extrema derecha ha irrumpido en los Parlamentos del resto del sur de Europa, la alianza de la izquierda lusa sigue valiendo como modelo, especialmente en la vecina España, donde Sánchez la considera una hoja de ruta para pactar su próximo Gobierno.

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