jueves, 27 de junio de 2019

Este relato de Elisa es el sentir de una gran mayoría de esapañolas/les, de esa multitud que suele votar con la nariz tapada, porque le importa el bien común por encima de cualquier legítimo melindre parcial y también necesario en plan autoestima y esas cosas, pasando por encima de barreras mucho más justificadas que los tiquismiquis del friquismo del nuevo p y p de izquierda: Pedro y Pablo. Los apóstoles de la ceguera. Acabad con esto ya, o esto acabará con vosotros como políticos creibles; la conciencia colectiva no perdona las humillaciones y los abusos de unos representantes adolescentes que solo se representan a sí mismos. Por lo que a mí respecta, como Elisa, no pienso votar otra vez hasta dentro de cuatro años. Estoy segura de que en este plan, somos legión




"La vida es política no porque al mundo le importe cómo te sientas tú, sino porque el mundo reacciona a lo que tú hagas"
Timothy Snyder. Sobre la tiranía 

Yo no voto más. Pedro, Pablo, con toda confianza, estoy obligada a decir que no voto ni una vez más. Hasta dentro de cuatro años, obviamente. Tengo un recuerdo horrible de niñez y de aquellas interminables partidas de brisca con mi amama en familia. Tengo en mente a ese crío insoportable -primo, hermana, amiguito- que metía las manos sobre la mesa y revolvía sus cartas con las que quedaban en el mazo para estropear la partida cada vez que no le gustaban las cartas. Mi abuela, con toda su santa paciencia, volvía a pedirnos las nuestras, barajaba con parsimonia, y volvía a repartir. Hasta que se le hinchaban los bemoles. Entonces juraba en hebreo, en arameo y hasta en sánscrito y nos echaba un rapapolvo sobre asumir las reglas, jugar con las cartas que la vida te daba y no pensar que el mundo te lo debía todo, hasta los triunfos.
Puede que sea yo la única con esta convicción, pero me malicio que hay muchos más votantes progresistas y de izquierda que están asistiendo estupefactos a lo que nos dejáis ver en los medios y que está empezando a estar hasta las mismas narices. He interpretado muchas veces que se trataba de pura estrategia para llegar al acuerdo con la mayor fuerza posible, desde cada una de las partes, pero me estoy empezando a maliciar que no, que todo lo que vemos es cierto, que estáis dispuestos a dilapidar el capital de esperanza y el grito de auxilio de tanta buena gente que ve cómo enfrente se rearman los fantoches más negros de la historia.
A pesar de eso, de esa preocupación porque lleguen al poder aquellos que no tienen reparos en cercenar libertades, en despreocuparse de los derechos de las minorías o en mantener los espectros franquistas, a pesar de ello tampoco estoy dispuesta a que nadie se ría de mí. Ya sé que a los de enfrente no les importa lo más mínimo que les hagan turuletas intelectuales con tal de conservar el poder, pero quizá peco de lo mismo que pecáis vosotros y es de no lograr dejar a un lado mis maximalismos personales para saber buscar el bien común. Esto último era puramente irónico, ya podéis imaginar. Lo es porque ya he sido capaz de saltar sobre todo eso. Me he ido, he vuelto, he hecho combinaciones, he vuelto a ir y a volver y he acudido a las urnas puntualmente con responsabilidad e ilusión cada vez que ha sido preciso, pero todo tiene un límite. Ya pasó una vez. Ya vimos como la ilusión de construir un futuro que muchos deseamos se fue por el desagüe de las ambiciones, los vetos y las expectativas de lograr mejor posición y más poder.
Yo puedo empatizar con muchas cosas. Puedo empatizar con la idea de Pablo de hacer valer su necesidad y con el hecho de que en el cóctel es necesario parte de ese peso para hacer valer la voluntad popular. No es un secreto para nadie que, a sabiendas de que el gobierno lo formaría Pedro Sánchez, muchos quisieron que contara con un contrapeso para que no lo centraran de más algunos prebostes de su partido y de fuera de él. Puedo entender que, asumido que llegar al gobierno desde Podemos será imposible, no se quiera renunciar a la capacidad de rentabilizar el voto en políticas concretas. Ante esto no tengo nada que decir. Puedo, sin duda, entender que para Pedro sea más interesante pensar en un gobierno parecido al que ya ha manejado este último año y contar con apoyos parlamentarios que no toquen el Consejo de Ministros. Hasta quizá entienda que se pueda pensar que es un riesgo que alguien como Pablo entre en el núcleo mismo del Poder Ejecutivo sin tener seguro si será leal o empezará a hacer la oposición interna por su cuenta y riesgo y conociendo las secretas deliberaciones.
No revelo qué postura es la que más se aproxima a la mía, digo que soy capaz de ponerme en los zapatos de ambos y entender las razones que se defienden desde cada sector. Hasta ahí. Comprender y empatizar no es aplaudir, compartir o siquiera tolerar. Pablo, Pedro, las cartas están encima de la mesa. Hemos barajado y repartido ya demasiadas veces en los últimos tiempos. Ahora los triunfos son los que son, Pedro va de mano y es hora de que seáis capaces de hacer lo que hay que hacer. En absoluto podéis delegar vuestra responsabilidad de nuevo en nosotros, los votantes.
A mí, personalmente, los culos y los asientos me preocupan poco, aunque también comprendo que hay ambiciones, egos, necesidades y deseos. Fijaos si soy indulgente. Ni siquiera creo que nada de eso pueda dejarse atrás en una negociación, ni sería tan ingenua de pedirlo. No ignoro que en cada formación hay una amplia gama de sentires. Sé que a una parte más centrada del PSOE, los de Podemos le da escalofríos, y tampoco olvido que para muchos de los de Pablo, los socialistas ni siquiera son la izquierda de verdad. Hasta tengo presente que hay fuerzas muy vivas que prefieren que sea otra la componenda que permita a Sánchez gobernar. De lo que estoy realmente cansada es de que todas estas consideraciones, importantes en sí mismas, sirvan de excusa para obviar las obligaciones y las responsabilidades. Ya os supongo poseedores de la sabiduría de la política como arte de lo posible y no me cabe duda de que vuestra trayectoria os trae llorados de casa, así que sólo falta que completéis el trabajo que se os ha encomendado por el más glorioso jefe que nadie pueda tener nunca, el pueblo que os ha votado.
No pongo líneas rojas. No digo que no habléis de sillones. No tengo ni idea de cómo podéis cubrir con dignidad esta misión que se me antoja compleja, pero sí sé que tenéis que hacerlo y que no cabe que penséis en sacar las manos sobre la mesita y en revolver las cartas de nuevo. Pensad en aquello a lo que podéis renunciar, tanto política como personalmente, porque este mandato que tenéis exige altura de miras, sacrificio y afán de servicio. Espero de vuestro entorno la misma actitud, porque lo contrario no convendría a ningún espíritu progresista. Deseo profundamente que desde esa idea común podamos asistir al despegue de la España que será en un siglo incierto.
De no ser así, no contéis conmigo.
Yo otra vez no voto.
Es vuestro tiempo.

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