El rastro de la piara
Elisa Beni
"Estamos
en presencia de la forma de violencia de género más primaria. El
discurso masculino en torno al uso del cuerpo de la mujer como objeto de
placer ajeno"
María Acale. Catedrática de Derecho Penal
Los violadores están en prisión. Han sido condenados y
penados según los principios del Estado de Derecho. Desde ese punto de
vista, la sociedad puede respirar tranquila. Las mujeres podemos
respirar tranquilas. C. puede respirar, si eso es posible, más
tranquila. Hay, sin embargo, otros signos del paso de la piara -la
animalización es suya, pero las manadas las forman nobles bestias
salvajes que nunca harían daño por placer- que han quedado como bostas
en el camino, como un hedor insoportable cubriendo líneas de texto,
conversaciones, foros, togas, televisiones y discursos políticos. El
daño que los violadores grupales han hecho ha sido amplificado,
esparcido, espurreado, diseminado y, lo que es peor, asimilado,
potenciado, abonado y aceptado por algunas capas de la sociedad y por
algún discurso político y con ese daño, nos va a tocar lidiar por vías
que no pueden ser las penales.
El relato. Un relato
sólo es ficción si no tiene pie en la realidad. La ficción puesta en
marcha por el machismo fue disfrazada de derecho de defensa y hasta de
objetividad periodística pero ni la fingida equidistancia, incluso de
los hechos, es periodismo ni el intento de ejercitar una presión espuria
a través de la opinión pública, aplicándose en la destrucción de la
víctima, es derecho de defensa. El relato de la equidistancia y de la
duda que fue siempre una ficción buscada conscientemente y apoyada por
los machistas y por los corporativistas y por los idiotas. Fue una
ficción porque cualquiera que quisiera hacer caso a la realidad podía
haber sido perfectamente consciente de que se acumulaban las instancias
jurídicas que veían la culpabilidad, una tras otra, y que tan sólo había
un magistrado que no sabe hacer su trabajo, o no quiere porque le pesa
su ideología, y un abogado intentando armar una defensa desesperada a la
que tenía derecho, obviamente. Lo que no se sabe es si tenía derecho a
sumergir a la sociedad en un fango oscuro, a dañar a inocentes y a
desprestigiar al sistema -aún ayer consideraba que los magistrados,
todos, habían prevaricado al rendirse a las presiones-. Desde el
principio, la fiscal de Pamplona vio el delito, como el magistrado
instructor, como los tres magistrados que veían los recursos de éste. En
el primer juicio dos magistrados más los encontraron culpables y luego
cinco más en la Audiencia Provincial y los sucesivos fiscales y así
hasta llegar a los cinco del Tribunal Supremo. ¿Cómo es que habiendo 11
magistrados que han apreciado un delito de violación durante el proceso y
5 magistrados que han visto abusos sexuales y sólo un único señor
-cuyas facultades para juzgar están en entredicho- que ha visto una
juerga, nos hemos embarcado durante meses en un relato de mujeres que
mienten, de orgías buscadas, de mujeres despechadas, de chicos que sólo
se divertían? ¿Cómo es que hubo togados que salieron a defender el
nefando voto particular? ¿Cómo hubo periodistas y opinadores que
cuestionaban una y otra vez que fuera sexo consentido? ¿Cómo abundaban
los que afirmaban haber visto unos vídeos que nunca han salido de la
Audiencia de Pamplona, que dejaban caer oreja tras oreja que aquello era
una orgía y que todo era un montaje? ¿Qué ha pasado con todo ese
estiércol? ¿Dónde ha caído? ¿Que flores de la muerte y del mal ha
engendrado? ¿Por qué esos vídeos se convirtieron en lo más buscado de
las páginas porno? ¿Quién los buscaba y por qué? ¿Quién convirtió en
búsqueda prioritaria en Internet la del nombre de la víctima?
Los
purines que han dejado en el camino nos ahogan aún con su infierno de
amoniaco y de toxicidad. Nos queda un esfuerzo importante de depuración
social. ¿Alguien sabe cuánto contribuyó esta mierda a aumentar el voto
de una opción política o cuánto contribuyó el auge de ese mundo ultra
machista a la creación del falso relato equidistante con los violadores?
¿Por qué hubo algunos juristas y magistrados que posturearon con la
presunción de inocencia y salieron en tromba a defender la presunción de
inocencia de los acusados cuando ya iban a contracorriente de lo que la
mayoría de sus colegas pensaban? ¿Por qué no prefirieron callar? ¿Qué
intereses defendían? ¿Por qué acusaron a las mujeres de violentar y
presionar a la Justicia -a una Justicia que siempre pensó que eran
culpables, como las mujeres- y se mostraron tolerantes con quién
pretendía ejercer la defensa afirmando que sus miembros no sabían
resistir a las presiones como obliga su cargo?
Lo peor
llega ahora. El destrozo está hecho. El oxígeno a la reacción machista,
a la justificación de esta antigua violencia y sus nuevas formas está
infiltrado en muchas partes. La realidad de que cada vez más las jóvenes
generaciones se educan sexualmente contemplando imágenes pornográficas
en las que la humillación y la objetualización de la mujer se convierten
en escuela va a seguir siendo discutida. Los discursos de falsa
libertad están sobre la mesa. Les dirán que es absurdo, que los
jugadores de videojuegos no salen de casa a masacrar tras su partidas.
No contarán que cualquier videojugador o cualquier espectador de
violencia vive en una realidad cuyas normas conoce y que le marcan la
línea con la ficción, pero que los niños y los jóvenes no tienen otra
educación sexual, ni otra guía ni otra realidad con la que comparar que
aquello que ven y que les excita. Habrá más violaciones grupales. Habrá
más piaras. Por eso es particularmente importante que el Tribunal
Supremo haya innovado anunciando una nueva punición para este tipo de
agresiones sexuales en grupo, que es la de hacer a cada agresor
copartícipe de las agresiones de los demás. Esta jurisprudencia,
desgraciadamente, nos va a hacer falta pero no nos engañemos pensando
que va a ser suficiente para acabar con estos crímenes.
Las
mujeres lo sabemos. Sabemos lo que ha pasado y sabemos los riesgos y
las batallas que quedan por librar. Sabemos que somos, nosotras sí, una
fuerza multitudinaria y, sobre todo, luminosa. Las mujeres sabemos la
justicia y la igualdad que queremos y cómo vamos a pelear por ella. No
teman. Sólo es cuestión de que la razón prime sobre los privilegios
agonizantes del machismo. Hay muchos hombres justos que nos acompañan.
Sólo podemos vencer. Gracias por ser fuerte y seguir hasta el final,
hermana.
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