Admiro Barcelona por todas sus virtudes y cada una de sus complejidades.
Ciudad crítica, inconformista y de valentía constante. Mezcla
de personalidades y anhelos. Una ciudad que ahora nos confía el reto de
lograr un Gobierno nítidamente progresista y comprometido con la
defensa de los derechos y las libertades. Estamos ante la oportunidad de
definir un nuevo rumbo, con un Gobierno más fuerte, coherente
y en sintonía positiva con la sociedad barcelonesa. No es tiempo, pues, de huir de la complejidad, sino de hacerle frente abiertamente.
Mantengo firmemente mi creencia de que es el momento de
un acuerdo sólido entre Esquerra Republicana y Barcelona en Comú. El
resultado electoral ha sido tan nítido como abierto, y por eso
necesitamos leerlo con mirada larga, apartando todo interés personal y
efímero, pensando en la responsabilidad que nos corresponde en la
encrucijada histórica y social en la que estamos.
Combinaciones nada naturales
Frente a la
aritmética de combinaciones nada naturales, donde
la derecha reaccionaria y minoritaria quiere condicionar los próximos
cuatro años de mandato, tenemos la obligación de hacernos fuertes y
dignos. Barcelona nos ha pedido que
hagamos políticas ambiciosas y transformadoras, al
tiempo que también nos ha exigido que no dejemos de luchar por la
defensa de los derechos y las libertades, por el libre retorno de presos
y exiliados, por el referéndum de autodeterminación y el diálogo
institucional. Es un reto que lograremos sólo si nos alejamos de la
confrontación permanente y lideramos la 'vía Barcelona' de diálogo y de
avance hacia la equidad y la cohesión social para el cien por cien de la
ciudadanía.
Empecemos a conjurarnos con urgencia contra las desigualdades. Abordemos, con todos los instrumentos,
el problema de la emergencia habitacional. Lideremos
la acción contra el choque climático a través de la transformación
energética y de movilidad que ello implica. Socialicemos los éxitos,
empezando por el que genera el turismo. Consolidémonos como ciudad
feminista y solidaria, defensora de todas las libertades y los derechos
individuales y colectivos. Trabajemos para fortalecer la convivencia y
reducir los problemas de seguridad. Y hagámoslo con la educación y la
cultura como herramientas principales y con los valores republicanos por
bandera.
Nuestros proyectos son ampliamente coincidentes.
Podemos y queremos hacerlo. Por eso hemos
propuesto un Gobierno 50/50 y la creación de una nueva figura con las
máximas atribuciones y representatividad, para poder consolidar
un tándem institucional y de gobierno con Ada Colau. Un rol político del máximo nivel, complementario al del alcalde, que tenga vigencia durante los próximos cuatro años.
Hemos tenido diferencias, sí. Todas enmarcadas en el
imprescindible contraste de propuestas y de maneras de hacer. Pero ahora
es momento de convertirlas en complicidades para sumar las energías y
capacidades respectivas. Pero para que así sea, la confianza debe ser
mutua y necesitamos saber que ambas partes estamos dispuestas a trabajar
en la misma dirección. Nosotros no renunciamos a seguir negociando con
Barcelona en Comú, pero no queremos ni podemos ser espectadores de una
negociación paralela que exige el voto de Manuel Valls. Sería
inaceptable un diálogo bilateral pero explícitamente sometido a la
posible utilización,
por activa o por pasiva, del 'voto Valls'. ¡No me entra en la cabeza! ¡Sería tanto como negar la soberanía de Barcelona!
Una acción -u omisión- de estas características es injustificable
desde cualquier punto de vista, más todavía si se pretende incluir en un
presunto progresismo.
Una sucursal de la vergüenza
Y lo digo claro. Pocos deben lamentar tanto como yo que
el PSC no pueda ser, hoy, una opción para compartir proyecto. Pero
el PSC de hoy ha malvendido todo carácter propio y se ha convertido en
una sucursal de la vergüenza, instalada cada vez más en la total
negación del diálogo.
¡Ni reunirse por cortesía quieren! No
podemos aceptar que se blanquee a Manuel Valls, pero tampoco que se
disimule la responsabilidad del socialismo español y catalán,
especialmente desde el 1 de octubre, en las continuas iniciativas de carácter represivo a las que asistimos.
Barcelona no puede ser escenario de regateos de poder ni de
componendas impuestas y antinaturales que generarían inestabilidad y
refuerzo del frentismo. Barcelona es demasiado importante
para dejarla en manos de intereses ajenos o
para aceptar que sea gobernada desde combinaciones incongruentes y
contrarias a la voluntad que los ciudadanos acaban de expresar con
claridad.
Ahora, solo deseo ser capaz de trabajar sin descanso por una
Barcelona más cohesionada, más dinámica y más valiente. Es momento de
coherencia, de legitimidad ganada a pulso y de mirada larga en el
horizonte estimulante que podemos contemplar. Generosidad, toda.
Dignidad, también.
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