Las cinco crisis de Podemos: nada grande puede hacerse sin grandeza
Ramón Espinar
Empezar por el principio implica
explicar, de forma muy resumida, que Podemos surge como una herramienta
de representación de una realidad social que estaba, al menos de forma
incipiente, articulando un sujeto colectivo que carecía de voz en la
política institucional. El 15M supuso para España un momento político en
tanto que una parte de la sociedad que está, o se percibe, excluida de
la comunidad política, irrumpe para reclamar su espacio.
La aparición de Podemos representa el momento de
institucionalización de esa energía social. Asumiendo que cualquier
movimiento social es irrepresentable en su totalidad -la lógica de la
representación y la de la participación directa son antagónicas-, se
puede afirmar que Podemos y el espacio político del cambio fueron la
pata institucional de un momento político de irrupción y cambio en la
cultura política española en torno a tres elementos: la democratización
de la democracia y la disputa por su significado, la reivindicación de
mayor justicia social a través de un modelo de redistribución y la
afirmación de soberanía democrática, y la aparición de un eje nuevo en
la política española -configurada en torno a izquierda/derecha y
centro/periferia desde la Transición- que tenía que ver con lo nuevo y
lo viejo, incluyendo en "lo nuevo" los elementos de democratización y
redistribución y en "lo viejo" a las viejas élites y su corrupción.
El
ciclo 15M se ha cerrado en el último mes y medio con la celebración de
convocatorias electorales en todos los niveles de gobierno en España, la
victoria sin matices del PSOE y la estabilización de la crisis política
ocho años después de su apertura. Los viejos ejes de debate han vuelto a
la centralidad y el debate entre ruptura democrática o continuidad se
ha saldado con una posición regeneradora del PSOE a través de la muerte y
resurrección de Pedro Sánchez y la derrota del aparato del partido que
había configurado el aparato del Estado durante 40 años.
La
victoria electoral del PSOE aplaza al menos el ciclo de grandes
transformaciones del Estado y desplaza la crisis de régimen hacia una
crisis de los actores en liza, especialmente hacia Podemos. Terminado el
ciclo político, a Podemos le toca plantearse la pregunta clave de la
representación política y evaluar cuánto de estabilidad y legitimidad ha
entregado al sistema político, poniéndolo enfrente de cuánto de
democratización y justicia social ha sido capaz de devolver a la
ciudadanía. No se trata de una pregunta definitiva, pero sí de un
balance de fin de ciclo que toca poner sobre la mesa de cuando en
cuando. Más aún, cuando se acaba de sufrir dos varapalos electorales que
difícilmente pueden escapar a la calificación de fracaso.
Las cinco crisis de Podemos
Podemos
y el espacio político del cambio afrontan, al menos, cinco grandes
crisis que deben afrontar para cerrar el ciclo que les vio nacer y poder
afrontar el siguiente en disposición de ser un actor clave en nuestro
país:
-Crisis de resultados: las pasadas elecciones
generales arrojaron un resultado pésimo para Podemos. La lectura de los
resultados en clave de un "bloque progresista que suma" puede servir
para la noche electoral y puede canalizar el alivio del electorado
progresista ante la amenaza de una fuerza política de extrema derecha
que aspiraba a un gran resultado y quedó en la marginalidad
parlamentaria. Pero dista de ser una lectura completa. En 2015, Podemos y
el espacio político del cambio se situaron a unos pocos escaños del
PSOE, en disposición para superar al partido que había protagonizado la
impugnación social y cultural de las plazas en 2011.
Existía
la posibilidad de superar al PSOE entonces y encabezar un bloque de
cambio", que no es un bloque "progresista"o "de izquierda", porque se
inscribe en una construcción política en torno a ejes diferentes. El eje
izquierda/derecha no plantea las mismas preguntas que los ejes
nuevo/viejo, regeneración/continuidad o arriba/abajo ni, por supuesto,
las mismas respuestas. Tras el resultado de las elecciones generales del
28A, la dirección actual de Podemos explicó que el resultado "no era
bueno, pero resultaba suficiente para nuestros objetivos" y, un mes
después, en la convocatoria del 26M, perdieron otro millón largo de
votos para el proyecto. La tendencia es de caída libre. Sin elecciones
próximas en el horizonte, hay tiempo para analizar y abrir debates sobre
las causas cualitativas del desastre cuantitativo, pero hay que hacerlo
desde una relación honesta con la realidad: los resultados apuntan una
tendencia a ocupar un papel testimonial de un partido de izquierda mucho
más que a ser una fuerza popular llamada a refundar España.
-Crisis
orgánica: en el último año, Podemos se ha roto en pedazos. La fuerza
política que consiguió más de cinco millones de votos en 2015 hoy
mantiene sus siglas, pero no conserva a buena parte de sus dirigentes
más destacados, tampoco los gobiernos municipales que dirigía: ha
perdido la mayoría de sus diputados autonómicos, 30 diputados estatales y
el grupo parlamentario en el Senado. Todas las organizaciones políticas
sufren mutaciones con el paso del tiempo, pero Podemos ha sufrido
amputaciones en muy poco tiempo. Siempre es delicado el reparto de
culpas y responsabilidades en cada una de las rupturas que se han
producido con la dirección actual de Podemos y hay explicaciones para
todos los gustos.
Lo que es incuestionable es que, en
los dos últimos años, Podemos ha perdido capacidad de integrar la
diferencia en su estructura y, como resultado -entre otras razones-, ha
perdido apoyos. Hay diferentes formas de dirigirse a la sociedad, pero
la que Podemos había puesto en práctica con éxito tenía que ver con una
pluralidad de portavoces que eran capaces de interpelar al conjunto de
la sociedad desde un discurso de país modulado con diferentes perfiles y
tonos que permitían la identificación de sectores sociales diferentes
con cada uno de ellos. La homogeneización de mensajes, perfiles y
discursos ha empobrecido la capacidad de interlocutar con la sociedad,
la ruptura del partido en varios espacios, ha transmitido un
envejecimiento acelerado de la herramienta.
-Crisis de
alianzas: una derivada de la crisis orgánica y la ruptura de la unidad
es la crisis de alianzas del Podemos actual. Del norte al sur y del este
al oeste de España, las candidaturas unitarias de 2015 que conquistaron
los "ayuntamientos del cambio" se han quebrado una tras otra. Con la
salvedad del inmenso resultado de Kichi en Cádiz, los gobiernos del
cambio han caído como moscas en 2019 y, en la práctica totalidad de los
casos, lo han hecho tras una ruptura de Podemos con alguna confluencia y
tras perder el apoyo del partido que lidera el espacio político del
cambio. Para una apuesta por un Podemos homogéneo hubiera sido
inteligente mantener la pluralidad y la apuesta por interpelar desde
diferentes perfiles con una política de alianzas electorales y
confluencias más desarrollada. Pero también se han roto.
-Crisis
de análisis: ha cundido la sensación en los últimos tiempos de que las
explicaciones de la realidad que Podemos ofrece son una concatenación de
excusas. Explicar la distancia entre el resultado de las elecciones del
28A y las del 26M porque "hicimos grandes debates" va en esa dirección.
Es, cuando menos, terriblemente naif pensar que los debates electorales
pueden mover más de un millón de votos en una u otra dirección o que la
movilización tremenda del 28A se produjo porque los debates motivaron a
la ciudadanía a acudir a las urnas. Antes del 28A existía en la
sociedad española una pulsión de miedo a un resultado enorme de Vox.
Durante semanas, y especialmente en campaña, la izquierda política y
mediática entró en pánico -no sin razón- ante las expectativas de que el
franquismo tuviera, 40 años después, un peso decisivo en la gobernación
de nuestro país. Y se produjo una movilización enorme del electorado
progresista que votó, de forma muy mayoritaria, al PSOE, pero también a
Unidas Podemos. Esto explica también el salto de 10-12 diputados entre
las encuestas preelectorales y el resultado final a favor de la
coalición. Es solo un ejemplo del modelo de análisis exculpatorio que
está ofreciendo la dirección actual de Podemos sobre cada suceso de la
política española. Hace tiempo que no aparecen análisis de lo que está
sucediendo en la sociedad y cómo esto se traduce en apuestas políticas.
Siempre hay un acierto que explica lo que ha pasado y, entre acierto y
acierto, un millón de votos que se pierden.
-Crisis de
proyecto: está pendiente en nuestro país la discusión sobre la política
de bloques. Desde la construcción del bloque parlamentario que hizo
posible la moción de censura a Mariano Rajoy, se ha puesto en
circulación la idea de que España está políticamente dividida en un
bloque conservador y un bloque progresista. Nadie ha empujado este mapa
con más énfasis que Podemos y el PP en los últimos tiempos. Con este
imaginario, el PP consigue situarse como el actor mayoritario del bloque
de la derecha, subsumir a Ciudadanos, obviar a Vox y situar frente a sí
una amalgama del PSOE aliado con Podemos y los independentistas. No
está claro qué consigue Podemos alentando un imaginario que convierte a
los independentistas en parte del bloque progresista y al espacio del
cambio en un actor subordinado al PSOE.
La
construcción simbólica de ese bloque tiene sentido para la
configuración, en el corto plazo, de un gobierno de coalición pero
supone una catástrofe estratégica. Podemos pasaría de representar una
irrupción popular y desde abajo en la política institucional a
consolidarse como una élite política a la izquierda; pasaría de haber
incorporado ejes de debate más allá del izquierda/derecha y el
centro/periferia a interiorizar estos dos sin posibilidad de liderar el
primero ni una apuesta que supere el segundo; y, por último, asumiría
que comparte rumbo y destino con las formaciones políticas
independentistas abandonando la posibilidad de representar una idea de
España que la afirme desde postulados democráticos y progresistas frente
a la derecha y a los propios independentistas.
La
consolidación de la política de dos bloques en España está condenada al
fracaso y es, además, un negocio ruinoso para el espacio político del
cambio que se posiciona como actor subalterno al PSOE y renuncia a poner
un proyecto propio encima de la mesa. Por último, este mapa de la
realidad ha terminado en una obsesión por el gobierno de coalición que
ha vuelto a situar el debate en quién y no en qué. Se entra al gobierno
para garantizar cambios, pero se asume una correlación de fuerzas que
impide discutir, por ejemplo, la derogación de la reforma laboral.
Cuando eres parte del bloque, asumes la dinámica del bloque con lealtad.
Todo patas arriba: en lugar de configurar un programa de exigencias a
favor de la ciudadanía y explicarle a Sánchez que solo va a gobernar si
las incluye en su programa, se proponen negociaciones discretas para un
gobierno de coalición sin una sola medida encima de la mesa.
Podemos
nació como proyecto con una concepción del poder completamente centrada
en el "poder para" de Michael Mann. Le contó a España que era posible
socializar el poder acortando el espacio entre representantes y
representados, democratizando la economía y acortando la distancia entre
ricos y pobres. Le contó a España que era posible reconstruir un hilo
democrático y progresista de nuestra historia para levantar un proyecto
de país que no planteaba lo que España fue, sino que crecía desde lo que
quiere ser. Puso encima de la mesa un sentido de historicidad y
cuestionó que hubiera un destino fatal para nuestro pueblo, dijo que el
destino se construye y fue una plataforma para hacerlo. Lo hizo con
grandeza y una cierta despreocupación del "poder sobre", del poder duro y
el control férreo pensando que no hacía falta, que quien lidera no
necesita hacer de capataz.
Ya no es tiempo de aprender
de los errores, sino de aprender del fracaso. No es lo mismo. Los
errores permiten una cierta indulgencia e invitan a pensar en el margen
de mejora. El fracaso es más amargo, invita a la reflexión profunda pero
también a la acción y al cambio. España ha cambiado y el ciclo 15M ha
modificado estructuras profundas de nuestra realidad social, política y
cultural. Hay avances sin vuelta atrás en un país que hoy es más
exigente con la política, más feminista, más contundente en defensa de
lo común. No hemos fracasado como país, sino como herramienta política
de representación de un país nuevo.
No hay nadie hoy
en Podemos que no piense que lo razonable sería encontrarnos en una
Asamblea Ciudadana. Recuperar el rumbo y a los compañeros que hemos
perdido por el camino es una premisa para reconstruir un proyecto de
país pensando que somos un proyecto del pueblo en las instituciones y no
una nueva élite política de izquierdas. Nada grande puede hacerse sin
grandeza. Y hay margen para una política de cambio a la altura de
nuestro pueblo.
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