De curas pedófilos y legisladores chupacirios
Reproducimos un articulo enviado por
Federico Mare, historiador y ensayista, integrante del Encuentro
Laicista de Mendoza, a propósito de los casos de abuso sexual por parte
de curas en el Insituto Provolo
Ilustración: Andrés Casciani
En sus sermones y homilías dominicales,
henchidos de soteriología y demonología, prometen el cielo y amenazan
con el infierno. Pero en la cotidianeidad, con sus actos de corrupción y
depravación, espantan al cielo y hacen de la tierra un infierno
anticipado. Desde el púlpito, predican la virtud y condenan el pecado.
Pero en las sombras de sus madrigueras mancillan todo lo que enseñan, y
practican todo lo que reprueban. La doble moral y la doble vida son las
dos notas distintivas de su oscuro ethos corvino.
Primero fue el escándalo de Monte Comán,
San Rafael, en las últimas semanas del invierno. A raíz de una denuncia
de la DINAF, el sacerdote Fernando Yáñez fue procesado por abuso sexual
agravado contra dos adolescentes del hogar San Luis Gonzaga, una
institución dependiente de la Provincia que el imputado dirige desde
hace años. Habiendo luego conseguido la libertad bajo fianza, Yáñez
retornó como si nada a sus actividades de gestión al frente de dicho
establecimiento. “Uno está rodeado de varones y necesita cariño”, alegó
con desvergüenza el cura, cebado en la impunidad que le prodigan de
consuno la Iglesia y el Estado. Sin palabras… El video de su sincericidio se viralizó en Internet, a caballo de la indignación popular.
Luego se destapó la olla del Instituto
Próvolo, un internado para niños y adolescentes hipoacúsicos de
Carrodilla, Luján de Cuyo, dependiente del Arzobispado de Mendoza. Dos
clérigos y tres civiles fueron arrestados a fines de noviembre, acusados
de haber perpetrado (durante no menos de nueve años) toda clase de
abusos y estupros contra varias personas menores de edad, de ambos
sexos. Uno de los curas imputados, el italiano octogenario Nicola
Corradi, posee un profuso prontuario de pederasta serial en su patria, más precisamente en Verona, ciudad donde el Próvolo también cuenta con un internado.
Menos de una semana después fue noticia
también, por enésima vez, el siniestro Instituto del Verbo Erncarnado
(IVE) con sede en San Rafael, una secta fundamentalista y
ultraderechista del catolicismo preconciliar cuyos frondosos
antecedentes en pedofilia eclesiástica y otros rubros no menos
inquietantes (guerra «santa» contra el matrimonio igualitario,
ocultamiento de militares represores prófugos de la justicia,
manipulación y fanatización de adeptos, cruzada contra la laicidad
escolar, oposición a la enseñanza de la teoría de la evolución, apología
de la Conquista, reclamos de censura contra el arte «obsceno», etc.)
aquí es imposible detallar por falta de espacio. Ex seminaristas del IVE
han hecho graves denuncias contra el sacerdote ultramontano Carlos
Buela, acusándolo de abuso sexual, tormentos y otros vejámenes ante la
justicia, atrocidades que comenzaron cuando las víctimas eran apenas
infantes, y que se prolongaron durante muchos años de seclusión. ¿Dónde
está Buela? ¿Purgando sus crímenes en una penitenciaría argentina,
acaso? ¡En absoluto! El papa Francisco, compadeciéndose de su sexopatía,
le permitió que se retirase a un monasterio de España: la apacible
abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas, en el corazón de la
pintoresca meseta castellana.
Recuérdese que esta ola de escándalos
que sacude al clero mendocino tuvo hace unos años una anticipación de
alto impacto público en el caso Iván, aquel joven de San Martín que,
habiendo sido víctima de abuso sexual en su parroquia, demandó a la
Arquidiócesis de Mendoza por negarle información sobre el paradero del
clérigo abusador y otros datos cruciales de la investigación canónica.
El pleito fue duro y prolongado, pero finalmente prevaleció la justicia:
en 2014, la Suprema Corte de Mendoza falló a favor de Iván y en contra del Arzobispado. Felizmente, la ética humanista de los derechos humanos primó sobre el oscurantismo leguleyo del ius canonicum.
Todos los episodios truculentos de pedofilia eclesiástica antes mencionados tienen un denominador común: el de una Iglesia católica que ha hecho del encubrimiento y la lenidad, del apañamiento y la indulgencia, un verdadero modus operandi. Y no sólo en Mendoza y Argentina, sino en todo el mundo. Solamente en Irlanda, por ej., se han documentado más de 35 mil casos de violaciones y abusos sexuales por parte del clero. En Italia, Polonia y los Estados Unidos también se han registrado innumerables casos, igual que en muchos países latinoamericanos.
¿Cuál es ese modus operandi de la
Iglesia en relación al flagelo de la pedofilia sacerdotal? Ante todo,
si todavía se está a tiempo, trasladar con discreción al clérigo
pederasta a algún destino lejano donde pueda «volver a vivir en paz»,
sin ser «hostigado» o «molestado» (como pasó con Buela). En segundo
lugar, autovictimizarse aduciendo que la institución sufre una
campaña de desprestigio orquestada por grupúsculos ateos y
cristianófobos extremistas. En tercer lugar, minimizar el fenómeno de
los curas pedófilos como unpuñado de casos aislados en vez de asumirlo como un problema estructural, claramente asociado a la moral represiva y contra natura del tándem celibato-castidad. En cuarto lugar, dar a conocer algún comunicado de contrición hipócrita pour la galerie, que no resuelve absolutamente nada y que sólo busca calmar los ánimos con frases sensibleras y falacias ad misericordiam.
Y en último lugar, pero no menos importante, ponerle palos en la rueda
al accionar de la justicia civil (por ej., retaceando información clave
como en el caso Iván).
Sobre los jerarcas de la Iglesia
católica (sumo pontífice, cardenales, arzobispos, obispos, superiores
generales de órdenes y congregaciones, etc.) recae la responsabilidad,
si no penal al menos política, de todas las violaciones, estupros
y abusos sexuales perpetrados dentro de la institución, puesto que
estando en sus manos los resortes que podrían remediar el problema, o al
menos mitigarlo, optan en cambio por hacer la vista gorda, cuando no
directamente arbitran medidas tendientes a encubrir o apañar a los
subalternos pedófilos. En toda organización jerárquica las autoridades
son siempre responsables (como mínimo políticamente) de los
crímenes cometidos puertas adentro. Pero en una institución monárquica
tan centralista y verticalista como la Iglesia católica, epítome del
despotismo teocrático y la obediencia ciega, esa responsabilidad
política resulta mucho mayor. Es hora, pues, de que el papa y los demás
jerarcas con sotana se hagan cargo de los horrores que día a día se
suceden dentro de una Sancta Mater Ecclesia que de santa y maternal sólo le queda el apodo.
Pero la ola de pedofilia clerical que
tanto preocupa e indigna al pueblo de Mendoza tiene otro responsable
más, aparte de la jerarquía eclesiástica: la partidocracia. Vivimos en
una provincia donde la laicidad es letra muerta gracias a la complicidad
(por acción u omisión) de gobernantes, burócratas, legisladores, jueces
y fiscales de casi todos los colores políticos: UCR, Partido Demócrata,
PRO, Frente para la Victoria, peronismo «renovador» y otros esperpentos
de una república que traiciona a cada paso lo que su semántica y
etimología proclaman: res publica, «cosa pública». Sin ir más
lejos, la DGE y la Suprema Corte provincial sellaron un contubernio para
defender a capa y espada los actos del Patrono Santiago y la Virgen del
Carmen de Cuyo en las escuelas estatales, conculcando de modo flagrante
el derecho a una educación pública laica garantizado tanto por la
Constitución de Mendoza (art. 212, inc. 1) como por la ley provincial de
educación (art. 4, inc. c).
No habría tantos casos de pedofilia
eclesiástica si Argentina hubiese completado su proceso de separación
entre Iglesia y Estado. La promiscuidad jurídica y fáctica que existe
entre estas dos instituciones, y que hacen de la primera una suerte de enclave
similar a las corporaciones del Antiguo Régimen (financiamiento fiscal
del culto católico, vigencia del Concordato con el Vaticano firmado por
el dictador Onganía, privilegio de personería pública a la Iglesia
católica ratificado en el nuevo Código Civil y Comercial, supervivencia
del fuero eclesiástico, tolerancia gubernamental ante el secreto pontificio y otras prescripciones del derecho canónico reñidas con el debido proceso, etc.), son el gran caldo de cultivo
dentro del cual las violaciones, los estupros y los abusos sexuales por
parte del clero se renuevan año tras año, desde hace décadas, con
absoluta impunidad.
La prensa ha informado que el arzobispo
de Mendoza Carlos María Franzini se habría rehusado a presentarse en la
Legislatura para ser interrogado por los representantes del pueblo y dar
explicaciones. Trascendió también que Franzini, a través de sus
lobistas, habría concertado entre bambalinas una entrevista confidencial
«menos hostil» en la sede del Arzobispado, ante una comisión bicameral ad hoc
integrada por legisladores «afines a la Iglesia» de todas las bancadas,
salvo la del FIT, que repudió este proceder parlamentario tan reñido
con la ética republicana.
No hubo, pues, ninguna rendición de cuentas
del prelado ante la Legislatura, como correspondía y muchos ansiábamos.
¿Qué hubo entonces el martes 6 por la mañana? Una farsa. ¿Cuál farsa?
La de una cortés visita de legisladores obsecuentes a la
Arquidiócesis de Mendoza para «platicar» con Franzini, ahorrándole así
la fatiga de tener que dirigirse hasta la Legislatura como cualquier
ciudadano de a pie, y evitándole además (y por sobre todas las cosas) el
mal trago de ser interrogado en público. Lo importante no era
esclarecer la verdad en beneficio de las víctimas y sus familiares, sino
proteger la investidura del gran Monseñor. ¿La coartada? Paupérrima y
falaz: que el Estado provincial es cartón pintado, y que jamás
podría citar e inquirir al arzobispo, por ser ésta una prerrogativa
exclusiva del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación…
La mendacidad de algunos políticos mendocinos no tiene límites. Como
bien ha explicado el constitucionalista Carlos Lombardi (UNCuyo),
Franzini no es un nuncio apostólico. Es sólo el arzobispo de Mendoza. No
hay ninguna razón jurídica o ética por la cual la Legislatura no pueda
citar e interrogar al prelado, pues éste es un ciudadano argentino como
cualquier otro, un comprovinciano más y no un embajador del Vaticano con
inmunidad diplomática.
El legislador peronista Omar Benegas
admitió con franqueza: “Pedimos una audiencia para escuchar al
Arzobispo”. “Vamos más a escuchar que a hablar”. “Nos interesa desde el
punto de vista pedagógico cómo va a seguir”. “Es un gesto el hecho de
ir”. Fue sincero, sin dudas. Pero también rastrero. Se ha ganado un
lugar en el hall de la fama de los chupacirios, con todos los pares que lo acompañaron, radicales incluidos.
Complicidad, obsecuencia, genuflexión,
connivencia, pleitesía, sumisión, contubernio, servilismo, claudicación,
cobardía, confabulación, pusilanimidad, postración, entreguismo… No hay
palabras para describir la infamia de nuestra partidocracia menduca.
Uno de sus exponentes es Tadeo García Zalazar, que alguna vez la jugó
de progresista, pero que ahora, devenido intendente de Godoy Cruz, suele
hacer ondear en Puente Live, dentro del ostentoso santuario mariano que
construyó su predecesor (Cornejo), la bandera blanca y amarilla del
Vaticano con las llaves de San Pedro y la tiara papal, como si la comuna
mendocina que gobierna no fuese parte de la República Argentina, sino
un señorío temporal del pontífice romano que él hubiese recibido en
vasallaje.
Acuden a mi memoria, en este preciso
instante, muchos nombres ilustres de nuestro pasado provincial: el
gobernador Nicolás Villanueva, que en 1867 se ganó la excomunión por
propiciar la secularización del registro civil, y que no dudó en ordenar
el encarcelamiento del vicario capitular de Cuyo cuando éste se puso al
frente de un movimiento sedicioso contra el avance de la laicidad; los
mandatarios liberales Arístides Villanueva y Francisco Civit, que en el
decenio de 1870 bregaron por la supresión del régimen de capellanías,
desatando una feroz oposición en las filas del clero; Emilio Civit y
todas sus batallas por la laicidad educativa y la separación entre
Iglesia y Estado, compromiso que algunos hoy se empeñan en ocultar; el
socialista Benito Marianetti y su defensa del laicismo escolar en tantos
debates parlamentarios de la Década Infame; el juez masón José Flor
Alvarado y su valiente apoyo a la ley peronista de divorcio vincular del
54… Todos estos políticos mendocinos, más allá de sus divergencias
ideológicas, tuvieron algo importante en común: sostener con coraje y
convicción, contra viento y marea, la causa pública del laicismo. Su
firmeza hoy se echa de menos, puesto que abundan los politicastros
radicales, peronistas y gansos que agachan la cabeza ante el establishment clerical, dispensándole todo tipo de lisonjas y favores.
En su comunicado de repudio, de cuya
redacción participé, el Encuentro Laicista de Mendoza (ELM) manifestó
que “lo menos que podía hacer” Franzini era “presentarse con ánimo
humilde y solícito ante la Comisión de Desarrollo Social de la Cámara de
Diputados, a los efectos de responder todas las preguntas que se le
hicieran y dar las explicaciones que le fueran requeridas”, puesto que
“la República Argentina no es un feudo del Vaticano, y los clérigos que
residen en ella no están eximidos de las obligaciones que le caben al
resto de la ciudadanía”. El ELM repudió también “la decisión
parlamentaria […] de enviar una comisión bicameral al Arzobispado para
«escuchar» a Franzini, como si éste fuese un virrey de la Colonia al que
se le debe pleitesía”, acotando que “quienes tienen la elevada misión y
dignidad de representar al pueblo de Mendoza en la casa de las leyes,
jamás debieran proceder con obsecuencia, genuflexión y servilismo ante
un poder fáctico hostil a la democracia y la laicidad, que desde hace
décadas protege y cobija individuos que han perpetrado crímenes sexuales
aberrantes contra personas indefensas menores de edad”. El comunicado
concluye con esta reflexión: “hoy más que nunca se hace evidente la
necesidad de completar el proceso de separación entre Iglesia y Estado,
que quedara trunco a fines del siglo XIX. El flagelo de la pedofilia
eclesiástica no se acabará mientras la Iglesia católica conserve su
estatus anacrónico de corporación privilegiada del Antiguo Régimen, y
goce de tanta impunidad ante los poderes públicos de la República”.
Ojalá otras organizaciones mendocinas alcen su voz en defensa del
laicismo. La hora lo demanda.
Padres Autoconvocados de Niños, Jóvenes y
Adultos con Discapacidad; la Red de Sobrevivientes del Abuso
Eclesiástico; la asociación de derechos humanos Xumec y otras entidades
que luchan contra la pedofilia eclesiástica se presentarán este
miércoles 7 por la tarde en la Legislatura, en el marco de una audiencia
pública convocada por legisladores del FIT. Harán oír su voz, esa voz
que la partidocracia se empeña en ningunear. Reclaman justicia, y la
razón está de su lado. Ojalá estas organizaciones no gubernamentales
apoyen la causa del Estado laico por la que el ELM viene batallando
desde hace años.
Hay que barrer de una vez con todos los privilegios corporativos que hacen de la Iglesia un auténtico Estado dentro de otro Estado.
Urge derogar el art. 2 de la Constitución Nacional, que impone al
tesoro federal la pesada carga del financiamiento del culto católico,
que incluye sueldos y jubilaciones de clérigos, becas a seminaristas y
otras varias prebendas. Urge revocarle a la Iglesia católica la
personería pública y la inembargabilidad de bienes que el nuevo Código
Civil y Comercial le ratificó en tiempos del kirchnerismo, beneficios
exorbitantes que ninguna otra institución religiosa detenta. Urge
también desmantelar todo el andamiaje de subsidios a los colegios
privados confesionales, una de las peores sangrías que afectan al
erario. Urge garantizar explícitamente la laicidad escolar en la
legislación educativa de órbita nacional, donde su ausencia (o presencia
tácita) ha dado pábulo a todo tipo de atropellos confesionalistas, como
en la Salta ultramontana de Urtubey, donde se enseña religión católica
en los establecimientos estatales como una asignatura más del
currículum. Urge asimismo, en el caso específico de Mendoza, eliminar
del calendario de la DGE los actos conmemorativos del Patrono Santiago y
la Virgen del Carmen de Cuyo, en conformidad con la Constitución y ley
de educación provinciales, que así lo estipulan expresamente. Y urge
además, por último, no lo olvidemos, denunciar en sede internacional el
nefando Concordato que nos dejó como herencia el Onganiato, pilar del
fuero eclesiástico que tanto entorpece la labor de la justicia ordinaria
en los casos de pedofilia sacerdotal, con su consabido corolario: la impunidad.
En síntesis, lo que se necesita con premura es laicizar
a pleno la República Argentina, llevando a su culminación (como en
Francia y Uruguay) la demorada separación entre Iglesia y Estado. Hasta
que eso no ocurra, hasta que el wall of separation jeffersoniano
no sea completado, escándalos como los del Próvolo y el IVE se seguirán
repitiendo cíclicamente, para tragedia de nuestra provincia y nuestro
país.
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