Con esa sapiencia tan propia de los monarcas, Felipe
VI nos ha explicado esta Navidad que, siempre y cuando respetemos la
ley, podemos discrepar, aunque seamos catalanes o aquello que creamos
parezcan ideas atrasadas y antiguas, impropias de gente civilizada como
él, con una mente abierta en una mano y un smartphone en la otra.
Casi al mismo tiempo, en las redes sociales, medio Podemos le recordaba
a Íñigo Errejón que podía disentir, pero así no, compañero, así no. En
Ciudadanos también puedes diferir, pero después tienes que votar a
Albert Rivera o a quien él diga, aunque se trate de Toni Cantó. En el
PSOE si discrepas te echan, de buen rollo, pero te echan para que puedas
discrepar más tranquilo y sin injerencias.
Es tendencia, amiguitos. Todo el mundo se sube a la ola.
España hoy se divide entre quienes discrepan y quienes controlan el
manual donde se les dice a los discrepantes cómo deben discrepar.
Vivimos en un país donde, oye, por supuesto que puedes disentir, incluso
puedes no estar de acuerdo; pero siempre que recuerdes quién tiene la
última palabra y cuáles son los limites de una discrepancia sana y bien
entendida, que siempre debe acabar dándole la razón a quien mande. Hasta
para discrepar hay clases y conviene saber hacerlo.
Nos gusta tanto decirle a los demás cómo pueden y deben discrepar que
hasta han hecho una ley. Claro que puedes protestar ante la autoridad,
pero siempre desde el más estricto respeto a la ley que establece que es
precisamente esa misma autoridad quién decide cuando incumples la ley
mientras protestas.
La mordaza en España es más que
una ley. Se ha convertido en un estado de ánimo que domina la política
pero también la vida en general. Por supuesto que puedes ponerte en
huelga para reivindicar tus derechos, pero siempre en las horas en que
no molestes y donde no se provoquen alteraciones del trafico.
Por supuesto que puedes pedir que te mejoren las condiciones laborales y
no tener que firmar un contrato cada seis meses, pero luego no te
quejes si te despiden por falta de compromiso con el proyecto porque,
hablemos claro, si tuvieras compromiso de verdad callarías y tirarías
para delante, como bien recordó el rey en su discurso que han hecho
siempre los buenos españoles.
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