Infanta Cristina: "Qué ganas tengo de que acabe esto para no volver a pisar este país"
La Infanta Cristina no pudo contenerse y ejerció su derecho a la última palabra del juicio en un pasillo antes de abandonar la sala de la Audiencia de Palma en la que se celebró el juicio del caso Nóos.
Después de 61 sesiones repartidas en 164 días de seis meses, entre el 11 de enero y el 22 de junio de este año, en las que midió cada una de sus palabras en privado, extremó la cortesía con el resto de imputados y no puso una mala cara a ninguno de los presentes, se sinceró delante de sus compañeros de banquillo.
Como si descorchara una botella de champán agitada durante todo ese tiempo, compartió sus verdaderos sentimientos al término de la última jornada lanzando una premonición que pretende cumplir a rajatabla.
"Qué ganas tengo de que acabe esto para no volver a pisar este país", confesó de viva voz Cristina de Borbón al quedar el juicio visto para sentencia, dando la sensación de que había esperado hasta el último suspiro para desahogarse.
Acompañó sus palabras, escuchadas por varios testigos presenciales a los que ha tenido acceso EL MUNDO, de una protocolaria despedida y se marchó con la decidida intención de no volver.
El próximo 22 de diciembre se cumplirán dos años de la decisión del juez José Castro de sentar a la hija del Rey emérito en el banquillo de los acusados. Mientras aguarda el fallo, Cristina de Borbón sólo habla de su madre y de sus hijos. Sobre todo del mayor, Juan Valentín, por el que reconoce estar muy preocupada por cómo ha digerido el proceso judicial. Pero también de la Infanta Elena, de la que asegura que siempre agradecerá el apoyo que le está prestando en estos momentos. Eso sí, ni una sola mención a su padre y a su hermano entre sus amistades.
Recuerda con amargura el tiempo que pasaron en Barcelona tras su periplo americano en Washington, después del verano de 2012, por culpa del calvario que tuvo que pasar su hijo con sus compañeros de clase, que le recordaban una y otra vez la situación de sus padres en el caso Nóos, y no está dispuesta a que se repita una situación semejante. Por cruel y por injusta. Porque ellos, aseguran fuentes de su entorno más próximo a este periódico, siguen repitiendo hasta la saciedad que no han hecho nada malo ni tienen por qué arrepentirse. Y que cuanto más lo piensan, más reafirmados están en su posición.
Iñaki Urdangarin, razona la Infanta a quien le quiere escuchar, se dedicó a prestar asesorías a empresas y a administraciones públicas a través del Instituto Nóos. "Iñaki hizo su trabajo", insiste. La Casa Real supervisó todos sus movimientos y los bendijo. Y ella no hizo "nada que no haga cualquier otro español", por irregular que fuera.
Las personas con las que ha hablado La Otra Crónica explican que Cristina de Borbón ha llegado a poner como ejemplo el falso contrato de autoalquiler de su palacete de Pedralbes, destapado en estas páginas, y que precipitó su imputación al pulverizar su línea de defensa, basada en que está enamorada y no sabía lo que hacía cuando estampaba su firma. Y es que ella y no su marido, de su puño y letra, rubricó un falso contrato por el que simulaba el arrendamiento de su domicilio ante Hacienda para pagar menos impuestos por la vía de generar un gasto ficticio. Bien, pues Cristina de Borbón reconoce que si bien es una práctica irregular, está totalmente extendida entre la población española. "¿Quién no hace cosas de ésas?", se justifica.
En ningún caso realiza el más mínimo acto de contrición y no está dispuesta a que la mayoría de ciudadanos actúe de esa manera y ella no pueda hacer lo mismo por ser Infanta de España. Por eso le gusta Suiza, se sienten cómodos en Ginebra, donde nadie les habla de Nóos ni del juicio ni les persiguen los periodistas y donde Doña Sofía les acompaña cada vez durante más tiempo.
Ha vivido con dolor la traición de quien consideraban su amigo de toda la vida, el regatista olímpico José Luis Pepote Ballester, que pactó con la Fiscalía y delató al ex duque de Palma durante el juicio. "El objetivo era contratar a Urdangarin sin discutir el precio", declaró, ante lo que Cristina de Borbón no pudo contenerse y exclamó "¡qué vergüenza!" desde su posición en el banquillo.
Instalada ahora en una actitud "pasota", como la define alguien que la ha tratado hace unas semanas, no elude la dureza del repudio familiar. "¿Sabéis lo duro que es tener que pedir permiso para coger un vaso de agua en la que ha sido mi casa toda la vida?", ha llegado a comentar.
Reitera que se siente "abandonada" por los suyos, que tanto ella como su marido están siendo víctimas de una "tremenda injusticia" y que son las "cabezas de turco" de una suerte de complot contra la monarquía que ha contado, siempre según su versión, con las más altas complicidades.
Este reciente retrato de la Infanta por boca de sus más cercanos coincide con el que realizó la periodista Ana Romero en El Español hace algo menos de un año. "Es muy duro que tu familia te abandone", ponía en boca de Cristina de Borbón, de la que aseguró que "jamás" pudo imaginar que fuera a ser despachada con "ignorancia" y "menosprecio".
Y en este punto Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin señalan, más unidos que nunca, como ya lo hicieron al principio del caso, a la Reina Letizia como supuesta causante de todos sus males.
Le atribuyen la ruptura familiar, le recriminan su "desmedida ambición" y llegan a atisbar, sin pruebas que lo sustenten, su alargada sombra sobre el avance inexorable del procedimiento judicial.
El matrimonio ha interiorizado que, para que perviva la institución monárquica, en España tiene que pagar por lo que ha hecho una pena desproporcionada. Y que la gran promotora de esa lucha entre lo nuevo y lo viejo es la Reina.
En vísperas de las Navidades de 2014 el juez Castro quiso adelantar su decisión de sentar a la hija del Rey emérito en el banquillo para distanciarla del discurso navideño del monarca.
El titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma rechazó aplicar el atajo de la doctrina Botín para ahorrarle el trance y le avaló la Audiencia de Palma, subrayando la existencia de "numerosos indicios" para imputarla.
Había "cooperado" con su marido para defraudar a Hacienda en los ejercicios 2007 y 2008 a través de la sociedad familiar Aizoon, con la que cobraron cuantiosas minutas de grandes empresas a cambio de asesorías inexistentes una vez que el Instituto Nóos cayó en desgracia. Y, como "Hacienda somos todos", recalcó Castro parafraseando el célebre eslogan, Cristina de Borbón debía ser juzgada como un ciudadano más.
"Señora, no se preocupe, tiene que estar tranquila", le intentaron animar en un receso del juicio un grupo de letrados. Cristina de Borbón replicó: "Al principio de este proceso me dijeron que no me preocupara y que estuviera tranquila porque no me imputarían, y me imputaron; luego me dijeron que no me preocupara porque el asunto no iría a juicio, y me sentaron en el banquillo; luego, que el tribunal admitiría la cuestión previa -la célebre doctrina Botín que fue esgrimida por sus abogados- y que me podría ir, y aquí estoy... Pero, vamos, que tranquila estoy", les respondió con irónica resignación.
Con todo, Cristina de Borbón es moderadamente optimista y cree que finalmente saldrá absuelta. Sin embargo, tiene asumido que Iñaki Urdangarin ingresará en prisión. Porque si no, todo lo que ha ocurrido, razona, no tendría sentido. La operación urdida contra ellos necesita un "sacrificio" y la víctima será su esposo, del que ni se plantea divorciarse y al que está más unida que nunca. Iñaki está extremadamente delgado, ha envejecido diez años de golpe, pero todavía no ha perdido el sentido del humor y se atreve a bromear con la situación que están viviendo.
Eso sí, de renunciar a los derechos dinásticos, ni hablar. Eso supondría admitir por parte de la Infanta su culpabilidad y dar la razón a quienes han urdido el maquiavélico plan para derribarles. Por eso aguantarán lo que venga sin dar un solo paso atrás, pero también sin atacar públicamente a la institución por el "respeto" que sienten por ella.
"Ahora nos tendrán en vilo seis meses más", dijo el pasado mes de junio al abandonar la sala de juicio, pronosticando, sin saberlo, que el tribunal apuraría al máximo sus plazos al no ponerse de acuerdo con qué hacer finalmente con los ex duques de Palma. "De lo que se trata es de alimentar a la bicha", sentenció.
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Después de 61 sesiones repartidas en 164 días de seis meses, entre el 11 de enero y el 22 de junio de este año, en las que midió cada una de sus palabras en privado, extremó la cortesía con el resto de imputados y no puso una mala cara a ninguno de los presentes, se sinceró delante de sus compañeros de banquillo.
Como si descorchara una botella de champán agitada durante todo ese tiempo, compartió sus verdaderos sentimientos al término de la última jornada lanzando una premonición que pretende cumplir a rajatabla.
"Qué ganas tengo de que acabe esto para no volver a pisar este país", confesó de viva voz Cristina de Borbón al quedar el juicio visto para sentencia, dando la sensación de que había esperado hasta el último suspiro para desahogarse.
Acompañó sus palabras, escuchadas por varios testigos presenciales a los que ha tenido acceso EL MUNDO, de una protocolaria despedida y se marchó con la decidida intención de no volver.
El próximo 22 de diciembre se cumplirán dos años de la decisión del juez José Castro de sentar a la hija del Rey emérito en el banquillo de los acusados. Mientras aguarda el fallo, Cristina de Borbón sólo habla de su madre y de sus hijos. Sobre todo del mayor, Juan Valentín, por el que reconoce estar muy preocupada por cómo ha digerido el proceso judicial. Pero también de la Infanta Elena, de la que asegura que siempre agradecerá el apoyo que le está prestando en estos momentos. Eso sí, ni una sola mención a su padre y a su hermano entre sus amistades.
Recuerda con amargura el tiempo que pasaron en Barcelona tras su periplo americano en Washington, después del verano de 2012, por culpa del calvario que tuvo que pasar su hijo con sus compañeros de clase, que le recordaban una y otra vez la situación de sus padres en el caso Nóos, y no está dispuesta a que se repita una situación semejante. Por cruel y por injusta. Porque ellos, aseguran fuentes de su entorno más próximo a este periódico, siguen repitiendo hasta la saciedad que no han hecho nada malo ni tienen por qué arrepentirse. Y que cuanto más lo piensan, más reafirmados están en su posición.
Iñaki Urdangarin, razona la Infanta a quien le quiere escuchar, se dedicó a prestar asesorías a empresas y a administraciones públicas a través del Instituto Nóos. "Iñaki hizo su trabajo", insiste. La Casa Real supervisó todos sus movimientos y los bendijo. Y ella no hizo "nada que no haga cualquier otro español", por irregular que fuera.
Las personas con las que ha hablado La Otra Crónica explican que Cristina de Borbón ha llegado a poner como ejemplo el falso contrato de autoalquiler de su palacete de Pedralbes, destapado en estas páginas, y que precipitó su imputación al pulverizar su línea de defensa, basada en que está enamorada y no sabía lo que hacía cuando estampaba su firma. Y es que ella y no su marido, de su puño y letra, rubricó un falso contrato por el que simulaba el arrendamiento de su domicilio ante Hacienda para pagar menos impuestos por la vía de generar un gasto ficticio. Bien, pues Cristina de Borbón reconoce que si bien es una práctica irregular, está totalmente extendida entre la población española. "¿Quién no hace cosas de ésas?", se justifica.
En ningún caso realiza el más mínimo acto de contrición y no está dispuesta a que la mayoría de ciudadanos actúe de esa manera y ella no pueda hacer lo mismo por ser Infanta de España. Por eso le gusta Suiza, se sienten cómodos en Ginebra, donde nadie les habla de Nóos ni del juicio ni les persiguen los periodistas y donde Doña Sofía les acompaña cada vez durante más tiempo.
Ha vivido con dolor la traición de quien consideraban su amigo de toda la vida, el regatista olímpico José Luis Pepote Ballester, que pactó con la Fiscalía y delató al ex duque de Palma durante el juicio. "El objetivo era contratar a Urdangarin sin discutir el precio", declaró, ante lo que Cristina de Borbón no pudo contenerse y exclamó "¡qué vergüenza!" desde su posición en el banquillo.
Instalada ahora en una actitud "pasota", como la define alguien que la ha tratado hace unas semanas, no elude la dureza del repudio familiar. "¿Sabéis lo duro que es tener que pedir permiso para coger un vaso de agua en la que ha sido mi casa toda la vida?", ha llegado a comentar.
Reitera que se siente "abandonada" por los suyos, que tanto ella como su marido están siendo víctimas de una "tremenda injusticia" y que son las "cabezas de turco" de una suerte de complot contra la monarquía que ha contado, siempre según su versión, con las más altas complicidades.
Este reciente retrato de la Infanta por boca de sus más cercanos coincide con el que realizó la periodista Ana Romero en El Español hace algo menos de un año. "Es muy duro que tu familia te abandone", ponía en boca de Cristina de Borbón, de la que aseguró que "jamás" pudo imaginar que fuera a ser despachada con "ignorancia" y "menosprecio".
Y en este punto Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin señalan, más unidos que nunca, como ya lo hicieron al principio del caso, a la Reina Letizia como supuesta causante de todos sus males.
Le atribuyen la ruptura familiar, le recriminan su "desmedida ambición" y llegan a atisbar, sin pruebas que lo sustenten, su alargada sombra sobre el avance inexorable del procedimiento judicial.
El matrimonio ha interiorizado que, para que perviva la institución monárquica, en España tiene que pagar por lo que ha hecho una pena desproporcionada. Y que la gran promotora de esa lucha entre lo nuevo y lo viejo es la Reina.
En vísperas de las Navidades de 2014 el juez Castro quiso adelantar su decisión de sentar a la hija del Rey emérito en el banquillo para distanciarla del discurso navideño del monarca.
El titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma rechazó aplicar el atajo de la doctrina Botín para ahorrarle el trance y le avaló la Audiencia de Palma, subrayando la existencia de "numerosos indicios" para imputarla.
Había "cooperado" con su marido para defraudar a Hacienda en los ejercicios 2007 y 2008 a través de la sociedad familiar Aizoon, con la que cobraron cuantiosas minutas de grandes empresas a cambio de asesorías inexistentes una vez que el Instituto Nóos cayó en desgracia. Y, como "Hacienda somos todos", recalcó Castro parafraseando el célebre eslogan, Cristina de Borbón debía ser juzgada como un ciudadano más.
"Señora, no se preocupe, tiene que estar tranquila", le intentaron animar en un receso del juicio un grupo de letrados. Cristina de Borbón replicó: "Al principio de este proceso me dijeron que no me preocupara y que estuviera tranquila porque no me imputarían, y me imputaron; luego me dijeron que no me preocupara porque el asunto no iría a juicio, y me sentaron en el banquillo; luego, que el tribunal admitiría la cuestión previa -la célebre doctrina Botín que fue esgrimida por sus abogados- y que me podría ir, y aquí estoy... Pero, vamos, que tranquila estoy", les respondió con irónica resignación.
Con todo, Cristina de Borbón es moderadamente optimista y cree que finalmente saldrá absuelta. Sin embargo, tiene asumido que Iñaki Urdangarin ingresará en prisión. Porque si no, todo lo que ha ocurrido, razona, no tendría sentido. La operación urdida contra ellos necesita un "sacrificio" y la víctima será su esposo, del que ni se plantea divorciarse y al que está más unida que nunca. Iñaki está extremadamente delgado, ha envejecido diez años de golpe, pero todavía no ha perdido el sentido del humor y se atreve a bromear con la situación que están viviendo.
Eso sí, de renunciar a los derechos dinásticos, ni hablar. Eso supondría admitir por parte de la Infanta su culpabilidad y dar la razón a quienes han urdido el maquiavélico plan para derribarles. Por eso aguantarán lo que venga sin dar un solo paso atrás, pero también sin atacar públicamente a la institución por el "respeto" que sienten por ella.
"Ahora nos tendrán en vilo seis meses más", dijo el pasado mes de junio al abandonar la sala de juicio, pronosticando, sin saberlo, que el tribunal apuraría al máximo sus plazos al no ponerse de acuerdo con qué hacer finalmente con los ex duques de Palma. "De lo que se trata es de alimentar a la bicha", sentenció.
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Madame Urdangarín ni se imagina la reciprocidad compartida del mismo deseo, que hay entre ella y los españoles. O sea, las ganas que tiene este país de dejar que ella y su egregia parentela, lo pisen o más bien, lo pisoteen cual felpudo, donde el fango de las pisadas reales destila un glamuor y un lucro alucinantes.
Dice que no quiere volver a pisarlo pero no renuncia ni muerta a sus derechos dinásticos por si un día las tornas dieran la vuelta y la fortuna la señalase con el gordo de una sucesión a lo Isabel I Trastamara, que vio caer uno detrás de otro a los cuatro obstáculos familiares que la separaban del trono de Castilla, todos milagrosamente eliminados por el mismo mal providente, menos su sobrina Juana a la que encerró en un convento para evitarle tentaciones poco recomendables, como le pasó a ella, que por obligación dinástica se vio forzada a todo lo peor, para salvar la corona y toda la dentadura de paso. O sea el futuro de la alimentación familiar, real como la vida misma.
Madame Urdangarín tiene, por su.puesto, puente de plata disponible para marcharse y no volver y si, además, de paso en el equipaje se lleva al resto de su familia facturada para que Suiza sea ya el paraíso completo, miel sobre hojuelas. Aquí nadie los va a echar de menos ni a la derecha ni a la izquierda, quizás el Hola con los empresarios y políticos afines al pastelón, sean los únicos que lamenten el final del chollo entronizado.
Dinastía que trinca unida se forrará de por vida es un sabio refrán que a lo largo de tan larga experiencia ha cobrado un sentido y una actualidad indiscutibles en España sobre todo, que para eso se pinta sola. La Historia lo lleva demostrando siglos y siglos en este país de vergüenza que tan solo un par de veces se atrevió a intentar tímidamente y con pésimos resultados, poner en pie su dignidad constituyente y su democracia sin tutores "protegidos" por chupópteros con derecho de pernada, pero nanay, ellos tenían la sartén por el mango y la devoción de un caciquismo corrompido hasta el tuétano, que crece y se multiplica como setas al pie del árbol monárquico y bajo el paraguas tan acogedor de un trono siempre comprensivo y participativo en toda iniciativa esquilmadora y aplastadora de mindundis reverentes, sumisos, muy mirados y con falta de algún hervor que otro.
Tiene usted razón ciudadana Cristina Borbón y de Urdangarín, un país como éste, desagradecido y borde con el esfuerzo tan respetable como decente de familias reales, como la suya, superejemplares, transparentes, impecables, virtuosas hasta el agotamiento y además, bregando con un populacho de tan mala memoria que no se merece para nada tener coronados y en un trono a seres como usted y su familia, por eso cuanto antes se vayan, mucho mejor, así se verán libres, por fin, de una gentuza miserable con tal patológico apego ansioso a la monarquía tradicional, y resistente a prueba de repúblicas de chicha y nabo y dictaduras de cuatro días, y con tan pocas luces que ni siquiera ata cabos entre el modelo de Estado que la gobierna y las cosas que le suceden.
Es cierto, ni ustedes se merecen esto ni esto les merece a ustedes. Si donde ustedes ven la normalidad decentísima que comparten con todos, como es llevárselo crudo por trapichear como toda persona de bien, la puñetera justicia de esta aberración geopolítica se emperra en ver delitos imaginarios que nadie comprende, a la vista está, porque todo sigue igual. Tiene que ser una desesperación esa experiencia de estar constantemente expuestos como en un escaparate, pero en un mundo al revés en el que nada es lo que parece. Donde todo lo que a una le han enseñado desde que nació no encaja con la realidad, con la paradoja de que una misma forme parte de una familia real.
¿Cómo es posible que la realidad y lo real no encajen, verdad? Lo que ustedes deben sufrir es terrible. Nada que ver con los simples sufrimientos merecidos de los desharrapados y sin casta que solo se angustian porque pasan frío o pierden trabajos de poquísimo pelo o una casa de mierda en un barrio sin la menor relevancia, que no se puede comparar con la perdida de un palacio en Pedralbes,pordiós! Hay que ver lo mal que funcionan las cosas importantes...Ufff...de verdad...
Comprendemos su desconcierto y su desolación, no lo dude, doña alteza. Y es lamentable no poder hacer nada para que esto cambie; a lo mejor es que la realidad no es lo real o lo real no coincide con la realidad. O es que realeza no es lo mismo que realidad. Vamos, digo yo, claro, desde mi plebeyez galopante e idiopática; no sé cómo lo verán ustedes.
Es cierto, ni ustedes se merecen esto ni esto les merece a ustedes. Si donde ustedes ven la normalidad decentísima que comparten con todos, como es llevárselo crudo por trapichear como toda persona de bien, la puñetera justicia de esta aberración geopolítica se emperra en ver delitos imaginarios que nadie comprende, a la vista está, porque todo sigue igual. Tiene que ser una desesperación esa experiencia de estar constantemente expuestos como en un escaparate, pero en un mundo al revés en el que nada es lo que parece. Donde todo lo que a una le han enseñado desde que nació no encaja con la realidad, con la paradoja de que una misma forme parte de una familia real.
¿Cómo es posible que la realidad y lo real no encajen, verdad? Lo que ustedes deben sufrir es terrible. Nada que ver con los simples sufrimientos merecidos de los desharrapados y sin casta que solo se angustian porque pasan frío o pierden trabajos de poquísimo pelo o una casa de mierda en un barrio sin la menor relevancia, que no se puede comparar con la perdida de un palacio en Pedralbes,pordiós! Hay que ver lo mal que funcionan las cosas importantes...Ufff...de verdad...
Comprendemos su desconcierto y su desolación, no lo dude, doña alteza. Y es lamentable no poder hacer nada para que esto cambie; a lo mejor es que la realidad no es lo real o lo real no coincide con la realidad. O es que realeza no es lo mismo que realidad. Vamos, digo yo, claro, desde mi plebeyez galopante e idiopática; no sé cómo lo verán ustedes.
La comprendemos, ya lo creo, debe ser una penitencia quedarse eternamente aprisionada/o como infanta o infante, o sea, -etimológicamente-, una y uno que no hablan y tragan todo en silencio, sumisamente, en un mundo en el que todos hablan de todo. Ya basta de abusos, diga usted que sí, hable, no se corte y sobre todo, no se queden aquí, y anime a sus hermanos, cuñada difícil y plebeyaza, sobrinos y sobrinas y a los papás y mamás eméritos, a emprender una nueva vida familiar allende los Pirineos, mucho más feliz que este sin vivir, junto a los lagos y bancos suizos en los que descansar viendo el pai$aje bucólico de lo$ Alpe$, Heidi, el abuelo, Pedro, Clara, Copito de nieve y hasta Freulain Rottenmayer... Cualquier cosa, mucho mejor que este atávico agujero de Europa, tan rarito a la derecha como a la izquierda, como al centro, tan domesticado y tan estúpido como para consentir que los mismos de siempre lo engañen una vez y otra, como a un chino de los de antes, porque a los ahora no solo no hay quien los engañe, es que se han hecho con la patente del timo y del chalaneo globalizado y dan sopa con ondas. Han llegado al extremo de ser comunistas millonarios y explotadores, no le digo más. Esquizos a tope.
Hale, no se venga abajo y salgan cuanto antes de este esperpento; ánimo y no se nos acobarde ni se eche atrás en tan prudente y comprensible decisión, que eso está hecho y es un trámite de nada, Doña Cris. Ah, y buen viaje de ida sin vuelta dinástica para toda la familia. Sobre todo eso, un buen viaje sin retorno.
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