domingo, 25 de diciembre de 2016

La caridad es una estafa



Publicada 25/12/2016 (Infolibre)    

El cuento de Navidad llegó este año un poco antes de tiempo. En un plató de televisión apareció el papá de Nadia para contar a la respetable audiencia que su hija padecía una enfermedad grave y que necesitaba la ayuda de la gente. Se dio por descontado que la sanidad pública no era remedio para la dolencia de la niña. El cuento empezó a llenarse de lugares lejanos. De Houston a Afganistán, de Finlandia a Brasil, el padre iba como un desesperado errante en busca de la luz. Pero hacía falta dinero para sostener el sueño. Ya se sabe que el dinero lo soluciona todo.

El corazón tierno de la caridad abrió sus redes. Periodistas, cantantes y reinas de la telebasura llenaron las redes de mensajes. La gente entró en sus cuentas bancarias con el corazón en la mano y en cuatro días se recaudaron 150.000 euros. Todo buen cuento de Navidad merece un final feliz. Aquí disfrutábamos del esfuerzo recompensado del papá y de la ternura caritativa de la gente capaz de hacer posible que un brujo le devolviera a la niña la salud en una cueva de oriente.

Y de pronto la sospecha convertida en saber arruinó la alegría prenavideña. Si los gobiernos trabajan tanto en favor del analfabetismo, si las televisiones se empeñan tanto en convertir la meditación en una sopa de instintos, es porque el saber suele comportarse como un aguafiestas ante los guionistas oficiales del poder. En cuanto alguien se tomó la molestia de informarse, resultó que la niña no tenía esa enfermedad y que el padre era un consumado estafador. Ayudado por la sociedad del espectáculo, había recaudado casi un millón de euros a cuenta de la caridad. Apareció la cucaracha dentro del mantecado.

La lectura oficial enseguida buscó una postura políticamente correcta. El estafador era un sinvergüenza que había hecho un gran daño a la solidaridad y a las campañas de caridad popular, tan necesarias en el mundo de hoy. Como a mí no me gusta comer cucarachas, me niego también a aceptar este mantecado, porque el bicho sigue dentro.

La gran estafa es la caridad. Los grandes estafadores no son los papás de Nadia que hay por el mundo, sino todos los que están sustituyendo los derechos sociales y la sanidad pública por la caridad. No es que tú tengas derecho a un buen hospital, a un buen trato en la frontera, a un trabajo, es que yo soy bueno durante los cinco minutos que hacen falta para dar una limosna.

Los que verdaderamente han dedicado su vida al trabajo social no aceptan que se confunda su militancia con la caridad.

Dicho esto, conviene sacarle algunas puntas más a la historia de Nadia y su papá. Creo que a partir de aquí podemos esbozar una teoría sobre el Estado. Empecemos por asumir que el poder somos todos. Si hay caridad no es por nuestro buen corazón, sino porque a mucha gente no le importa votar y apoyar a partidos que destruyen los amparos públicos y convierten la sanidad en un negocio. Sospechemos después de los nuevos ídolos, esos grandes futbolistas que regalan juguetes el día de Reyes en los hospitales y luego defraudan millones en su declaración de impuestos. Y acabemos por comprender la caradura del pensamiento neoliberal, ese que domina Europa. No es que el Estado deba ser débil para darle protagonismo a la sociedad civil; es que es débil en el cuidado de los ciudadanos, pero muy fuerte cuando se trata de rescatar las pérdidas de los bancos y los constructores de autopistas. El Estado es hoy una propiedad privada de los ricos. Si en la Contrarreforma se llenaron de pensamiento medieval los espacios públicos de la nueva burguesía (honor, linaje, sangre, la vida es sueño, Calderón de la Barca), con el neoliberalismo se han llenado los Estados del bienestar europeos de avaricia capitalista. Quizá no se trata de acabar con los espacios, sino de limpiarlos por dentro.

Pensemos que las novedades pueden transformarse en un medio para renovar los códigos clasistas de siempre: por ejemplo la caridad, tan apreciada por las damas decimonónicas en las novelas de Galdós. Y pensemos para acabar que la historia del papá de Nadia refleja de forma notable el estado de las cadenas de televisión y de los grandes medios. Trabajan para llevar la gran mentira a nuestros corazones.

Merece la pena convertir el cuento navideño de Nadia y su papá en una fábula protagonizada por animales.

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Querido poeta, profesor y analista, qué y cuánta razón tienes en lo que escribes, especialmente hoy, tal vez haciendo honor natural al triunfo de la luz que el Cosmos nos regala en el solsticio de invierno que estos días ya nos va regalando discretamente más amplitud luminoso-temporal. 
Desde luego, que eso que han dado en llamar "caridad" es una estafa radical; desde la raíz hasta las ramas. Del principio al fin. El poder imperial de la opresión, desde que el mundo es mundo, a lo primero que mete mano es al lenguaje. Goebbels lo dejó clarísimo. Y el sistema capitalista no para en dejarlo todo lo claro que se puede dejar lo opaco y lo tenebroso: la "caridad" no sólo es una estafa, es, además, un lavado de cerebro infame y persistente, porque vende, ya envuelta en confusión, la mezcla de una experiencia imprescindible como lo es el amor fraterno e incondicional basado en la verdad de la inteligencia racional emotiva, -la caritas-caritatis, original-, con los intereses y manipulaciones del más bajo y hasta inexistente calado ético, tan propios del lucro, del abuso, de los intereses y de la crueldad sibilina, que lleva consigo todo sistema de poder y de opresión para durar y perdurar todo lo posible por encima de los seres humanos de los que se alimenta con un canibalismo feroz. 
Para perpetuarse, ¿qué mejor herramienta que un sistema religioso-emotivo, en el que se mezclen 'divinamente' churras con merinas, la sensibilidad humana natural con mandatos dogmáticos de las clerecías certificadas, veneradas e integradas como beneficiarias eternas por ese Estado, que "somos todas y todos"? 
Imaginemos qué pperversa pperfección del embrollo sistémico: ir creando pobreza por todas partes para que los que aún no son pobres se puedan ganar el cielo dando limosnas a tutiplén, o sea, manteniendo el Estado "que somos todos" con la plusvalía y los impuestos de su trabajo y solucionando al mismo tiempo con sus limosnas las papeletas estafadoras de ese mismo Estado. Y así hacer el milagro de que los impuestos ninguneados en España y puestos a crecer en China y en Panamá, por ejemplo, vuelvan a la patria española convertidos en limosna abundante, como en el caso Inditex, sin ir más lejos. Lo que se roba al Estado en inversiones con los impuestos para crear empleo aborigen, se multiplica a lo bestia  en el exterior más pobre, y del producto, que es una barbaridad en ceros interminables, a la derecha, claro, se regalan a "caritas" 20 millones de euros que son calderilla, comparados con el pastón, como limosna maquilladora de conciencias éticamente border lines.  Y todos tan contentos y tan agradecidos.

En tales tesituras, la epopeya del papá de Nadia y tantos timos ya endémicos en nuestra miserable sociedad, encaja como anillo al dedo en el mapa de indecencia cultural endémica derivada fifty/fifty del mismo pastel, en el que después de tantos siglos de maridaje es dificilísimo separar la masa del bizcocho de la crema del relleno, de la cobertura, de los adornos y filigranas ya convertidas en menú-institución imprescindible, sin cargarse el dulce y acicalado conjunto al que se está tan habituado que es imposible cambiarlo, separarlo, y simplemente verlo con alguna chispa de pensamiento crítico, porque ya forma un todo con la sustancia básica que es la esencia de ese Estado que se ha construido a base  de esos estados de des-conciencia colectiva e individual. Hasta en las urnas generales como en las recientísimas votaciones de Podemos flota ese mismo cuerpo informe y deforme. Lo atávico, sectario, elemental e instintivo, frente a lo más equilibrado, lúcido y cercano al bien común. La desconfianza zafia frente a la prudencia lúcida. Los derechos, la dignidad y la justicia frente a la emotiva y mediática limosna rezumando glamour y sálvame, segregada mucho más por las tripas que producida por la inteligencia emocional. 

España lleva tanto tiempo enferma que se ha convertido ya en una enfermedad autoinmune, ésas que acaban con todo desde el mismo organismo exterminador. Es cierto que podría sanarse, porque en realidad nada es incurable si el paciente toma conciencia de su responsabilidad en lo que le aflige, no se atasca en el rol de víctima rencorosa, resentida y necia, y cambia las rutinas psicoemocionales y los hábitos de conducta que le han llevado a desarrollar la patología que lo tiene muerto en vida. Y eso, hasta el momento, está siendo un callejón sin salida. Porque el paciente -el cuerpo social- espera que la solución se la dé alguien fuera de sí mismo. Que haya un elixir mágico pensado por otros con más tronío y bulla mediática, que sin esfuerzo alguno para cambiar, le haga el milagro de devolverle hegemónicamente y por narices, una salud que nunca ha tenido. El cuerpo para sanar, tiene que tener al menos un "recuerdo-paradigma" de lo que es la salud. En España mo existe esa referencia, la "salud" se relaciona simplemente con que haya un poder controlador que desde "arriba"haga lo que haga, se imponga y mande, aunque mande una guerra civil o una ruina generalizada para salvar bancos y arrasar  ciudadanía. 

España lleva  siglos, como ya advierte Antonio Machado, cantando saetas y "echando flores por primavera", y belenes en Diciembre, "al Jesús de la agonía que es la  fe de mis mayores",  e identificándose con el dolor de todo. Para más inri, las personas más sufridoras son las que más cotizan en consideración general.
El país está tocadísimo, fibromiálgico perdido. Sólo hay que escuchar el ayayayay de lo flamenco y del quejío, las jotas de picadillo aragonesas o el sadismo connatural de la propia "fiesta nacional", causa de un dolor horrible para animales y toreros empitonados y destripados en la arena, con el regusto trágico del tendido, encantado, en el fondo, de sufrir y gozar en el mismo pack, lo mismo por los rejonazos, banderillazos, estocadas en plan acerico y salvaje descuartizamiento rabo-orejil del pobre cuadrúpedo ya fiambre como por la sopa de menudillos en que a veces acaba el bípedo mucho menos diestro y más siniestro de lo que debería, para comprender la gravedad de su estado social, de su analfabetismo colectivo en humanidad real y no de ilusoria telenovela, en la que todo gira entorno al cotilleo más zarrapastroso y al escándalo con despelleje inmediato (puro sadismo) cuanto más indecente, mejor. Ya llegará la Semana Santa y se elevará el sufrimiento y la barbarie a los cielos del disparate convertido en "misterio", para que nadie se plantee la legitimidad de una sanación social, más que de una exhibición patológica y tan folclórica como rentable con el turismo. Una verdadera antología de la Miseria Histórica. Un compendio de disparates con el que Freud se habría quedado flipando en colores, desbordado por una realidad incatalogable.
Al fin y al cabo, en tales tesituras, aún habría que comprender al papá de Nadia porque sólo ha robado dinero a personas inocentes y confiadas, a base de mentiras simuladas y en diferido; es un buen español. Hace lo mismo que los gobiernos eligidos en las urnas y a los que una oposición de pacotilla y sainete le pone en bandeja seguir gobernando desde la derrota. Sí, -y vuelvo a Antonio Machado- sigue habiendo dos Españas: la cínica, aprovechada y desalmada que abusa y saca ganancias del dolor que causa y la emotiva y crédula, abusada y consentidora que en el fondo está convencida de merecerse lo que le pasa, porque seguramente "algo hacemos mal". La maltratadora y bestia y la maltratada y tonta. Un fenómeno paranormal, un oxímoron, de rara simbiosis parasitaria.

Ojalá se pueda cambiar alguna vez esa forma de "sí se puede" visceral y mejorarla con un "sí se entiende"ético.


P.D.
Casi me olvido de una última puntualización. Será cosa de la edad, seguramente. No quiero acabar este comentario sin señalar el riesgo deshonesto que tienen a veces las mejores intenciones al utilizar en la comunicación el cajón de sastre y la mezcla de churras y merinas para dar rienda suelta a las pulsiones emocionales de una, como si la comunicación fuese la tubería de desagüe de los instintos totalmente legítimos como lo son las aguas fecales, pero que requieren su lugar. No se pueden tirar a la calle ni por la tubería del lavabo ni por la del fregadero. Hay que vaciarlas por el retrete. Con esto me refiero al hecho del titular del artículo de hoy de nuestro querido García Montero.

La caridad no es una estafa. La bondad no es una estafa. La compasión no es una estafa. El bien y el amor no son una estafa. Jamás. La estafa es cosa del ser humano cuando degenera y corrompe todo lo que toca, no de las ideas nobles y sanas que es capaz de descubrir y de poner en práctica cuando está completo, con mens sana in corpore sano y ha descubierto el espíritu universal, laico y aconfesional,a través de su alma y su conciencia, que son la inteligencia sensible y actuante por medio de las que gestiona la realidad con equilibrio, justicia y amor. ¿Diríamos que el comunismo, que ha fracasado históricamente en todos los países en que ha sido aplicado, es una estafa, porque las ideas de Marx, acertadas, inteligentes y humanitarias cayeron en manos del odio, de la miseria moral y de la mediocridad de unos dirigentes detestables? ¿Lo diríamos de los evangelios cristianos, porque la religión del Imperio se apoderó de ellos y los prostituye desde hace 1700 años según sus intereses y su avaricia de poder egolátrico y manipulador ? ¿Lo diríamos de la democracia, uno de los mejores inventos de la humanidad cuando sus gestores estafan y manipulan con ella a la ciudadanía? ¿Lo diríamos de la ciencia o del arte, porque hay médicos y laboratorios farmacéuticos serial killers y bodrios infumables que se miran como obras maestras? La estafa, como la mentira y la demagogia son síntomas de la misma enfermedad: la corrupción, de la que solo vemos lo más burdo: los manejos del dinero y las instituciones. Pero la corrupción también es lo del papá de Nadia. No la compasión ni la generosidad de la caridad.

Es fundamental que recuperemos el significado original de las palabras que empleamos; es posible que la corrupción tenga su primer origen en la manipulación del lenguaje, en una estudiada programación neurolingüística que invade el inconsciente colectivo e individual, en el engaño, en la sofística y su publicidad, en ese darle la vuelta a la realidad y vender la cabra de los propios intereses, no en limpio ni a las claras, sino mintiendo y dando gato por liebre. Es la demagogia de la palabra utilizada para definir lo contrario de su significado, es el hecho de que "quien hace la ley hace la trampa", y así confundir, a veces por maldad y retorcimiento, a veces por error involuntario e irresponsable y a veces simplemente por dar la nota.

Quede claro el concepto: la caritas en origen latino,como el ágape griego, es la suprema manifestación del amor más generoso que puede haber entre los seres humanos, muy por encima del cupido y del eros, que son los arquetipos clásicos del deseo irrefrenable y, ambicioso, insaciable depredador que utiliza a los demás para obtener placer, admiración narcisista, para enriquecerse, mandar o trepar socialmente y una vez usados como objetos de su propiedad, los olvida y los extermina cuando se apaga su fuego o su interés por sacarles jugo. Está en el origen del feminicidio machista, por triste y demoledor ejemplo. Está en la ambición de bienes materiales, en el saqueo del Estado, en el robo y en la estafa, y se resume  en eso que Benavent, el ex-corrupto arrepentido, llama ser "yonky del dinero" y del poder y del éxito y del aplauso.
Así que hay que tener mucho cuidado con el uso que hacemos de las palabras. La palabra es una idea puesta a funcionar, un decreto-ley, y tiene mucho poder porque es el canal del alma o de lo desalmado, de la conciencia o de su vacío. De la luz y la armonía y de las tinieblas y la confusión; también es el vehículo de la mediocridad, de la miseria íntima y la publicidad de la estupidez personal o colectiva que no aporta nada pero que confunde y destroza el sentido de los significados. Con la palabra se puede dar vida, ánimo y fuerza o quitarlas también. Aún hay algo que la palabra comparte con la idea: bien empleadas ambas mejoran y hacen crecer lo mejor en sus usuarios emisores, pero también, mal gestionadas, los desgastan y los enferman por dentro y por fuera, más aún que a los receptores. Es el modo más sencillo y natural en que la inteligencia y la justicia universales ajustan la energía y la materia.

Nuestro mundo irá mejorando si nosotros, los seres humanos que lo estamos co-creando en cada minuto de vida, tomamos conciencia del poder que tenemos, y que desconocemos, para cambiarlo a mejor, a peor o a fatal. No se trata de cambiar lo que no nos gusta sino de cambiar y elegir el modo de afrontar eso que no nos gusta. Contamos con la fuerza obsesiva del ego y con la liberación y la fluidez del alma y la conciencia, hay que aprender a usar la fuerza egopática como la homeopatía, para curarnos de su enfermedad sin destruir nada ni a nadie, sino transformando lo que estorba y daña, en trabajo alquímico. La piedra filosofal de la alquimia no era la magia de cambiar el plomo en oro material, sino la mugre existencial que encontramos por el camino, en abono para el huerto y el jardín humanos. El Paraíso Terrenal nunca ha existido en este plano de la existencia, es imposible que sin superar e integrar nuestras contradicciones lo podamos conseguir, hay que construirlo en el presente de cada uno para que vaya siendo de todos. Es también el mensaje de Marx una de las grandes manifestaciones de la caritas y del ágape. Materializadas en la justicia, en los derechos y en la dignidad colectiva. Por eso cuando el comunismo ruso o chino trató de aplicar el marxismo sin compasión ni amor, no creó un paraíso socialista sino un infierno cruel donde la manipulación de las palabras arrasó la grandeza de las ideas. Nos conviene aprender de la confusión del pasado para no repetirla constantemente.


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