Fusión es vida.
Residir en la fuente
y ya no tener sed
porque somos el agua.
Ser el pan recién hecho
y ya no tener hambre
sino esa plenitud
de espiga entera
que ha cumplido feliz
y en libertad
con el hermoso oficio cotidiano
del abrazo
que funde tierra y cielo
y se hace carne, sentidos
y deseos
que componen la luz
en medio de la noche
como si fuera
un verso inacabado
de infinitos concretos,
una sonata nueva,
un convocar colores
musicales
y voces y decretos
que se desobedezcan
a sí mismos
para ser más amor
y más semilla
de mucho más barbecho
aún por sembrar
o ser paisaje sólo
al mismo tiempo
ser árbol y gorrión
que se cuelga en el aire
y resiste el zarpazo
del verdugo suicida
que perdió la cabeza
cuando se divorció del corazón
y encriptó la conciencia
en el hueco abisal
de un algoritmo
cargado de razones
con todos los permisos
y las normas sagradas
de las autoridades competentes.
Y después del entonces
llega el luego
cargado con su alivio
y su esperanza
siempre recién nacida
siempre nueva
en ese reciclar del horizonte
donde lo que se sueña
en la vigilia
se condensa y acaba por llover
agua del mismo cielo
sobre la misma tierra.
Y todos somos todo
sin saberlo
en la felicidad nada rentable
de una química orgánica
que nadie nos explica
en el laboratorio primordial
del alma que renace
lo mismo que la hierba
y las setas de cardo.
Tras la lluvia.
(La foto no es mía. La he tomado prestada de twitter)
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