domingo, 11 de diciembre de 2016

El sentido religioso de la política



Publicada 11/12/2016  (Infolibre)    

Hace unas semanas tuve el gusto de oír al teólogo Benjamín Forcano. Coincidí con él en un acto político en el que se intentaba debatir sobre las alternativas ideológicas de la izquierda. Forcano nos regañó a todos los que habíamos intervenido antes por no haber aludido a la energía revolucionaria de la fe religiosa. Confieso que me irritó su intervención y que me pregunté a mí mismo durante unos días el motivo de esa irritación. Respeto a Benjamín Forcano, coincido con él en muchas de sus batallas; así que merecía la pena preguntarme el motivo de mi incomodidad cuando situó la religión en medio del debate político.

Admiro a muchos cristianos y coincido con ellos cuando protagonizan movimientos de solidaridad con los inmigrantes, los refugiados, los niños sin escolarización y sin juguetes… Pero sé que lo que me une a ellos no es Dios, sino la suerte de los inmigrantes, los refugiados y los niños sin escolarización y sin juguetes. Coincido con ellos por su amor, no por su Dios, que me irrita sin que yo pueda remediarlo.

¿Por qué no puedo remediarlo? Pues supongo que algo importa el hecho de haber crecido y de vivir en España. La religión católica y sus comportamientos clericales han sido la ideología más dañina contra todo esfuerzo de igualdad, progreso, cultura y libertad en la España moderna y contemporánea. Desde el siglo XVII hasta el XXI no ha habido propaganda machista, golpista, terrorista, integrista y reaccionaria que no tuviera por detrás a un cura y a la Santa Madre Iglesia. La quema de libros, la inquisición, Franco bajo palio y los sermones de los arzobispos pidiendo la humillación de la mujer y el desprecio a los homosexuales, siguen estando a la orden del día. Como me dice un sacerdote amigo, si Dios existe, no tiene nada que ver con la Conferencia Episcopal. Ni siquiera con la Iglesia.

Y otra cosa. Asumir que he crecido en España significa algo más que un rencor atávico contra la Iglesia que metió en la cárcel a los ilustrados y bendijo el fusilamiento de los republicanos. Significa también asumir que vivo en un país europeo, perteneciente de lleno al capitalismo avanzado y con pocas cosas en común, para bien y para mal, con el mundo subdesarrollado. España no es Centroamérica, para mal y para bien, y aquí la teología de la liberación puede ser un camino personal hacia la solidaridad, pero no tiene sentido en la centralidad del discurso político. La religión es un arma de control de las clases dominantes, igual que la monarquía. La clase media progresista y la clase trabajadora viven en su mayoría al margen de la voluntad religiosa. Querer unir la recuperación de los valores públicos con la fe divina es hacerle poco daño a la desacralizada mentalidad de nuestra sociedad de consumo y prestarle, además, una ayuda indirecta a las sotanas de siempre, que no terminan de aceptar el ámbito de la conciencia privada como su espacio más indicado.

Confieso también que estas preocupaciones van más allá de la religión católica. A lo largo de mi vida he visto a muchos ateos declarados practicar un sentido muy religioso de la política. Acaban convirtiéndose en el mejor aliado del poder. El diablo es un personaje tan religioso como Dios. La Iglesia sabe utilizarlo para dar miedo y mantener a sus fieles bajo control. Quien de verdad vive al margen de la religión se siente tan lejos de Dios como del Diablo.

En nuestra historia, los rojos españoles sólo hemos podido conseguir algo cuando la clase media progresista se ha encontrado con la clase obrera a la hora de organizar el Estado. La conciencia democrática, el deseo de regeneración y transparencia de las instituciones, se une de ese modo al deseo de igualdad y justicia social. A los poderes dominantes les interesa romper ese pacto para evitar una situación real de cambio. Prefieren otras alternativas: o que la clase media confunda su idea de democracia con el capitalismo, o que la clase obrera conduzca su indignación hacia formas totalitarias como las que ahora representan Donald Trump o Marine Le Pen.

España necesita un gobierno alternativo al PP. Hay que configurar un espacio social que acabe con la herencia franquista y con el capitalismo desalmado de unas élites sin pudor. En el deseo de esa configuración sería conveniente evitar un sentido clerical de la política, aunque haya muchos cristianos a nuestro lado. Y comprender que, para bien y para mal, estamos en Europa, no en Latinoamérica. 
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 
Tienes toda la razón, García Montero. Es fatal que se confundan política y religión, o lo que es lo mismo, convertir una ideología en liturgia y dogmas o una religión en sistema político con el que "seducir al pueblo" y justificar el poder de un determinado trust manipulador de intereses propios com-partidos. 
Tiene difícil remedio el asunto, ya que, para ello es necesaria una disposición mayoritaria en las sociedades humanas para la lucidez que regula la subjetividad con una visión sosegada y justa y la ética. Y eso no depende solo de la educación laica y aconfesional en la escuela, que es un gran apoyo, pero insuficiente, si los genes que nos educan en casa, en el vecindario, en las amistades demás y vínculos comunes no mejoran ni evolucionan. Si el primate original que nos acompaña en el ADN sigue a sus anchas esclavizado a lo más bruto, beligerante y  salvaje de sí mismo. O sea, si no nos nace y crece la conciencia con su hermana gemela inseparable: el alma, que es la capacidad sensible y humana de sentir e integrar la vida. Se puede ser un talentazo y poseer una mente potentísima, pero sin alma y conciencia, no se sale de la misma condición de gorila o chimpacé parlante y hasta pensante, (no es por hacer de menos a nuestros parientes simiescos,sino para distinguir diferencias, responsabilidades y 'competencias' de especie, que las hay).  De hecho hasta poseemos un adjetivo de lo más clarificador para esa categoría antropológica:desalmado/a. 
Para ese nacimiento no es necesario ningún credo religioso, un religare, un atar corto, amarrar, sujetar, que es el significado real del asunto. Hacer la retorcida función de deformar y suprimir la conciencia junto con el alma, e impedir que hagan su función liberadora dejando a los instintos más primarios a su bola gobernando la existencia mientras se barnizan y pulen con las diversas especialidades culturales que venimos desarrollando desde hace milenios. 
Es la conciencia y su otra mitad sensible, -anima y animus, distinguían ya en la antigüedad haciendo pinitos  en el asunto- esa parte de uno mismo que nos regula y nos hace posible, a su vez, la libertad en toda su grandeza y en todo su compromiso de determinar que esa libertad de conciencia imprescindible es la que nos hace también tan solidarios como para determinar sus propios límites en el nosotros; la libertad humana pierde el significado y el propio sentido, cuando se salta los límites de los derechos y la libertad de elección del resto de humanidad. La válvula reguladora es el amor. No un apego ansioso, posesivo, juzgón y controlador de la vida, de los afectos y las ideas de los otros, sino un asumir lo que el otro es, con el mismo respeto, apertura y afecto con que se asume lo que uno es, aunque no se esté de acuerdo con ciertas conductas e ideas. De modo que cuando algo me rechina en la forma de ser o de pensar de los demás, la reacción de la conciencia se diferencie de la del instinto mecánico de la manada que automáticamente desencadena el rechazo y el linchamiento de lo diferente como un obstáculo insalvable que nos separa irremediablemente y rompe la fraternidad natural de la condición humana y con ello la posibilidad de crecer en común, sin comprobar lo bueno que también aporta lo diferente. Nos desintegra como seres sociales y políticos (zooi politicoi, no tiene el sentido animalesco que le damos ahora al término; zoós en origen no significa exactamente animal, sino  ser vivo y "existente") De todo ese batiburrillo de enredos nos libera la conciencia con el alma, que junto a la inteligencia emocional, construyen el amor. El sentimiento por excelencia. Digamos que hasta aquí hemos trabajado la masa madre. Ahora hay que hacer el pan. 

O sea, ahora hay que afrontar los prejuicios ajenos y propios y la irritación que nos produce ese choque: que otros seres que parecen compartir con una/os similares razón y sentido del mundo, nos salgan rana. De esa percepción, tan legítima como inmadura, se encarga nuestro maravilloso e inseparable ego animador de deseos y humores en remolino, que es nada menos que el gestor pensante y sentiente de nuestra condición más primaria, y que con tanta práctica y tanto estudio se ha convertido en el delegado oficial de la "ilustración" en el sistema instintivo-emocional. No es malo ni bueno, sólo puede sernos útil o un estorbo enorme según seamos capaces de vivir  o no desde la conciencia y el alma.

El ego es una energía que utilizada como herramienta nos hace trabajar y esforzarnos, con la sola finalidad de llenar nuestro tiempo y entretener sus propias pulsiones y afanes insaciables, -jamás está contento con algo ni es capaz de producir felicidad mínimamente duradera, cuando consigue objetivos se aburre y quiere más, es absolutamente dependiente del exterior y carente de fuste interior-, es como los niños lactantes de larga duración: quieren y aborrecen a la madre al mismo tiempo, porque les da bienestar, seguridad, cariño y les calma las rabietas, pero luego cierra la despensa y les deja libres; no se lo perdonan, la quieren amarrada a ellos hasta que se sacian y se alejan, para volver a buscarla cuando les da el mono, les duele algo o tienen sueño; si dejamos que el ego nos gobierne  caprichos, manías y decisiones a esa medida, nos hace la puñeta toda la vida, disfrazado de cualquier cosa: de complejos traumáticos sin superar, de libertad, de ideologías, de religiones, de sectas y hasta de partidos, clubes, y de leyes protectoras de sus diversas manipulaciones. Así andamos, confundiendo el culo con las témporas  y el tocino con la velocidad. Y lo digo con conocimiento práctico de la cuestión. Sabe más el diablo por viejo y escarmentado que por diablo. 

Sigamos en la panadería, ya hemos amasado  y dado forma al pan. Ahora hay que cocerlo adecuadamente. El fuego es el elemento de la inteligencia racional que transmuta, convierte en calor la materia y la separa de la energía, dejando como restos humo y cenizas. Pero con el calor generado hemos podido calentar la casa, el agua del baño y del fregadero, además de cocer los alimentos y convertirlos en nutritivos, deliciosos o incomestibles y desastrosos menús. El fuego también achicharra si lo dejamos a su aire. El ego es un administrador catastrófico de las energías y si le permitimos que las gestione acaba con ellas y con uno mismo en un plisplás. 

Nuestro pan es nuestra vida.Podemos hacerlo como más nos mole, depende de que lo amase y lo cuezan alma y conciencia o de que lo cocine el ego con su traje de fiesta, competición, comparaciones, ocurrencias y jarana constante. Esa decisión la toma la libertad y ésta es tan libre que puede elegir hasta acabar consigo misma poniéndose a disposición de la comodidad del ego, que es un robot programado por la inmadurez original que, obviamente no quiere madurar porque eso significa su declive y hasta su extinción en algunos casos. Es justamente ahí donde surgen los problemas, las incomprensiones, los rechazos viscerales, las tirrias, las filias y las fobias, los apegos a determinados relatos históricos que no se han vivido pero que se han integrado en el imaginario personal como absolutamente intocables. Los juicios según los humores y las "razones" que confirman la legitimidad de los humores. 

Se puede hacer lo que se quiera con el pan que hemos hecho, pero según la calidad del producto, claro. Muchas veces un pan como unas tortas. Esponjoso, agradable y de fácil ingesta o mazacote, medio crudo, chicloso, tieso o más duro que una piedra. Los elementos son los mismos: la sustancia de la harina, la energía transparente y fluida del agua, masa madre, o levadura artificial, y sal. La sal de la tierra, más la alquimia del fuego y del aire. El pan es la palabra. Y la idea su origen. Pero más allá de la idea siempre están las 'tres marías': el alma, la conciencia y la inteligencia emocional que unen corazón y cerebro en el abrazo de la voluntad. Los hechos. Las obras. Que son amores y no buenas razones.
Por mi parte confieso que no soy religiosa, que las religiones me parecen una rémora arcaica y mucho más un estorbo que una ayuda, y un abuso de autoridad que bloquea las conciencias y las almas,  que condiciona por completo la libertad y muchas veces los derechos humanos. Que las religiones son una deformación creada por las élites para usarla como opio del pueblo, como dice Marx con más razón que un santo laico y aconfesional. Pero también confieso que yo no lo sé todo de todos y no puedo juzgar a nadie por sus convicciones, sólo puedo calibrar los hechos según el bien o el daño que hacen a la comunidad humana más que a mis convicciones. Y considero que alrededor de seres humanos más despiertos que el resto se han generado a través de la historia corrientes de espiritualidad real y verdadera, que después se han ido convirtiendo en aberraciones sociales y políticas, debido a que el nivel de evolución no es el mismo en todos y todas, y que desde ese nivel se han ido interpretando verdades que no se han asimilado en su aspecto original y se ha adaptado a un nivel literal de comprensión tan elemental y mecánico que las ha ido despojando del sentido inicial . Y que poco a poco han derivado en ideologías de corte funcional religioso y dogmático aunque con contenido civil y aparentemente laico y político-económico. Pero las ideologías también son confesionales, devotas, beatas y fanáticas, de ahí resulta la incapacidad para entenderse desde ellas y crear el bien común.
En cuanto a la figura de dios, en el fondo es lo que menos les importa a las religiones, lo que de verdad les pone son los mandatos, la seguridad de que alguien infalible por el hecho de ocupar un sillón, piense por ellos, los imperativos nada categóricos pero con mucha categoría autoritaria, las cúpulas de poder, a las que se obedece por encima de los contenidos impuestos. Igualito que en parte de la religión política, en la que lo predicado se valora más por el predicador que por la verdad o los valores del mensaje en sí. No es otro que ése el significado de "la disciplina de voto" en los partidos políticos y el "voto de obediencia" en las órdenes religiosas, en el clero y el "pecado" y anatema de ser infieles y herejes, para los creyentes de a pie. El caso reciente del Psoe es un ejemplo. Presiones anuladoras de  la libertad de pensamiento, de criterio, de sensibilidad y, por supuesto, de elección, que colocan estructuras artificiales de intereses, por encima de la dignidad y los derechos humanos. Ya no es tiempo de tal estado aberrante, enfermo de avidez dictatorial camuflada de devoción y hasta de democracia, de miedo impuesto, con sus evidentes secuelas y reproducción política, económica y social, donde el atavismo religioso, -que en absoluto es espiritual, sino todo lo contrario-, preside la génesis y el reparto de tabúes y reglas intocables, asentadas en el inconsciente colectivo desde la noche de los tiempos y que desestructura desde dentro cualquier destello de lucidez liberadora que aporte a  nuestro sistema psicoemocional un sentido más profundo, equilibrado. humano, responsable y autodeterminador.

Quizás ha llegado el tiempo de que la madurez social obligue a salir del ámbito religioso-ideológico-creyente, para ir construyendo otro paisaje común y personal práctico, desde un nosotros ciudadanista sin barreras tóxicas y hostiles que se confunden con el imprescindible pensamiento crítico, que donde hubo juicio y constantes juegos de poder, edifica la cooperación, la escucha, el crecimiento personal de la conciencia y el alma más que del ego limitador e insaciable. Superar viejas barreras íntimas es crecer en capacidades sociales de integración, es crear un mundo cotidiano donde es natural distinguir el ego y sus corrupciones de la conciencia libre y decente. No creo en la eficacia de gruñir y reñir constantemente, de ver peligros y enemigos por todas partes. De ver solo lo que no funciona. Creo en la bondad de las cosas buenas y en su capacidad para neutralizar los efectos de lo que aún no es bueno. Tampoco creo en absolutos hegemónicos de ningún tipo. Y me repugna el abuso de autoridad, el cuento chino de los sacamuelas religiosos y demagogos y sus manipulaciones y maniobras estratégicas para hacerse los amos del hueco que no ha llenado aún la conciencia colectiva e individual. No tengo nada personal contra ningún practicante de esos enjuagues turbios, religiosos y políticos, más bien les compadezco, aunque, lógicamente compadezca mucho más a sus víctimas y ponga todo mi esfuerzo en que las víctimas despierten y digan basta para que los gerifaltes sin conciencia dejen de tener motivos para ser lo que son y hacer lo que hacen. 

Dicho esto, concluyo:la religión como la ideología, son procesos y opciones exclusivamente personales, de conciencia, una experiencia no exportable ni un fenómeno proselitista, sino productos de un proceso cognitivo, emotivo, libre y coherente. Es muy legítimo asociarse para trabajar juntos en los mismos compromisos, pero sin perder la capacidad crítica de la conciencia ni el derecho a expresarla. 

Cada ser humano deber ser libre para elegir qué y en qué quiere creer y para organizar su vida con otros seres humanos que sientan, crean y piensen lo mismo, con una condición sine qua non: no imponer jamás a nadie su religión ya sea el credo en una fe o en una idea política. No forzar con miedo y poder de coacción a nadie ni condenar por ideas de cualquier tipo, para que se acepten los principios de ningún grupo y desde luego, no usar ideas políticas y religiosas para lavar el cerebro e imponer un sistema de poder en los estados laicos y libres, con el fin de conseguir mandar, prosperar, enriquecerse y beneficiar al clan al que se pertenece, perjudicando a toda la ciudadanía restante. Debe ser la propia ciudadanía la que elija libremente desde la diversidad y el acuerdo dialógico, constituyente, los valores y fórmulas que necesita para convivir.

Ah, casi se me olvida puntualizar: las ideas de Benjamín Forcano me gustan tanto  y tan poco como las de Lenin, las de Franco o las del papa. No es nada personal. Porque no les conocí ni les conozco, pero me quedo con un toque de Jesús de Nazaret que ayuda mucho a aclararse, más que nada porque responde a la realidad de cada día: "por sus frutos les conoceréis".

 


No hay comentarios: