Un rector que plagia es como un bombero pirómano,
como un policía que roba o como un médico que envenena en lugar de
sanar. El plagio es la antítesis del conocimiento y la investigación, y
pocas cosas deberían abochornar más a una universidad, a sus profesores y
alumnos que tener como máxima autoridad a un plagiador.
La excelencia de una Universidad se mide por la calidad de sus
docentes, y ésta, a su vez, depende de que aquellos cumplan con los dos
quehaceres que entrañan su cometido profesional: docencia e
investigación. Unos elementos que se hallan íntimamente conectados, pues
aquél que no invierte tiempo en investigar no se halla en condiciones
de impartir clases de calidad.
En el caso del rector de la Rey Juan Carlos cabe
exigirle la valentía, no de demostrar que lo copiado y pegado es "una
disfunción", sino de presentar uno solo de sus trabajos publicados en el
que demuestre que no está contaminado por el plagio. Su plagio masivo
le coloca en la obligación moral, no solo de abandonar su cargo, sino de
eliminar la sospecha generalizada de que todo su trabajo académico es
un fraude.
Fraude que le ha valido, por un lado, para
ir conquistando plazas de profesor numerario desde el inicio de su
carrera académica: primero, de profesor Titular de Universidad y
después, de Catedrático de Universidad. Categoría, ésta última, que le
ha servido, por último, para ser elegido Rector de la Universidad Rey
Juan Carlos. Y fraude que le ha servido, por otro lado, para conseguir
"sexenios de investigación": el complemento de productividad más
importante en la universidad española.
En estos días
oigo a profesores universitarios hondamente consternados esgrimir la
autonomía universitaria constitucionalmente garantizada para aplacar los
ánimos de quienes apelan a la intervención de las autoridades
administrativas. El chubasquero de la autonomía universitaria, con la
que estoy de acuerdo si fuera real, está resultando muy cómodo para
algunos que, instrumentalizándola, quieren dejar el asunto pasar, que
nos aburramos, que se acabe. Pero los que se equivocan son ellos, porque
este país ya no traga el caciquismo.
Lo cierto es
que las universidades públicas se deben a los contribuyentes de cuyos
impuestos provienen fundamentalmente sus recursos, si bien son
finalmente los gestores quienes deciden en buena medida sus usos, con un
buen margen de maniobra para satisfacer las legítimas, o no tan
legítimas, aspiraciones de su personal, tanto el administrativo como el
docente e investigador (a la postre sus potenciales votantes).
La política universitaria se nutre de estómagos agradecidos que ofrecen
lealtad a cambio de prebendas personales. Estas prebendas varían en
función de la valía del lacayo. La Universidad Rey Juan Carlos, lejos de
huir de estas prácticas, es más bien un ejemplo paradigmático.
El prestigio profesional de un gremio vale tanto como su capacidad de
expulsar a quienes no cumplen con lo que de él se espera. Un Rector
Magnífico plagiador es un listón muy bajo, cabe subirlo un poquito. La
próxima vez que alguien se pregunte qué pasa en este país para que solo
haya una universidad española entre las 200 mejores del mundo, que mire
en la Rey Juan Carlos.
(Antes de que alguien me ponga una denuncia, lo explicaré: he escrito este artículo al estilo Fernando Suárez.
He recopilado artículos publicados en eldiario.es, y he hecho un
corta-pega de aquí y de allá. Cada párrafo es de un autor –añado una
bibliografía al final, para que los quisquillosos no digan que no he
citado–. He tenido el detalle de cambiar alguna conjunción, para que no
se diga. Unos 20 minutos he tardado en buscar, leer por encima,
cortapegar y editar. No he tenido que pensar nada, que ya otros pensaron
antes. Y me ha quedado un texto interesante, que me dará prestigio
entre los lectores. Ah, y con la tranquilidad de que no he cometido
plagio. No aceptaré esa acusación. En mi defensa, cortapego las palabras
de la máxima autoridad en la materia, al que sí regalaré unas innecesarias comillas, como reconocimiento a su genio:
"Son varias las sentencias, tanto de Audiencias provinciales como del
Tribunal Supremo, que dejan patente que no hay plagio si no hay una
creación que sea plenamente original y tenga además una relevancia
mínima (...) Es posible que se hayan podido producir disfunciones,
porque soy humano".)
Bibliografía utilizada:
— Escolar, Ignacio, Mantener un rector plagiador da la medida de nuestra universidad.
— Fernández Sarasola, Ignacio, El plagiador, el peor parásito de la Universidad.
— Martínez García, José Saturnino, ¿Por qué plagiamos tan poco?
— Presno Linera, Miguel Ángel; y de Lora Deltoro, Pablo, Una Università di merda.
— Ruiz-Vargas, José María, Carta abierta a D. Fernando Suárez Bilbao.
— Taylor, Richard, Cuando quien hace trampas es el rector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario