Publicada 18/12/2016 (Infolibre)
Las movilizaciones convocadas esta semana por los sindicatos intentan situar la reivindicación laboral en el centro de los debates políticos. Se trata de un esfuerzo difícil, pero imprescindible. Pensar el trabajo es pensar la democracia.
En el poema inicial de Campos de Castilla, Antonio Machado dio prioridad a su orgullo laboral en unos versos inolvidables: “A mi trabajo acudo; con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimento y el lecho en donde yago”. La alusión al trabajo en su “Retrato” contenía una declaración ética que marcó también el sentido de su poesía. El civismo republicano de los versos no se identificaba con la torre de marfil, ni con la profecía de los dioses, ni con la marginalidad dorada de los bohemios, sino con la palabra del ciudadano que acude a su trabajo.
El mundo laboral es el ámbito en el que se juega la realización personal de los individuos. Me parece significativo señalar que esta realización personal es inseparable de la forma en la que cada uno nos integramos en la sociedad. Así que ganarse la vida tiene aspectos públicos y privados. No se trata sólo de tener la suerte de llegar a fin de mes gracias a un salario, sino de que la labor diaria sea el medio de vivir una vocación y de participar en la organización de una sociedad. No es lo mismo tener un puesto de trabajo que tener un oficio. No deberíamos olvidar este fin último pese a las urgencias de unas realidades marcadas por la explotación y el difícil paisaje laboral.
Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque el orgullo de tener un trabajo decente y un oficio es el factor más importante a la hora de generar sentimientos de ciudadanía. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque tener un salario digno es el mejor síntoma de una buena producción y distribución de la riqueza. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque en las condiciones laborales se plasman las brechas de la injusticia y la desigualdad por motivos género. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque la política sólo resulta creíble cuando se funde con la vida cotidiana de la gente.
Y para evitar bromas simpáticas sobre el derecho a la pereza, no olvidemos que el tiempo de ocio es un aspecto más del mundo del trabajo.
Así que el peso de los trabajadores es indispensable en una verdadera regeneración de la democracia. De ahí también la dificultad de llevar las reivindicaciones del trabajo al centro de los debates políticos. Vivimos en un mundo que ha identificado su globalización con un proceso degradador de la democracia. Es el mundo que identifica la libertad con las manos libres del dinero a la hora de fijar las reglas de la vida y del Estado. Cuando se sustituye la producción por la especulación a la hora de generar riqueza, resulta muy difícil mantener el peso de los trabajadores en la organización social. Eso tiene consecuencias políticas inmediatas. Los ciudadanos somos hoy becarios del sistema electoral. Cubrimos los huecos de la plantilla, pero sin derechos ni sueldo democrático.
Y después, claro, están las condiciones de cada país. Las sucesivas reformas laborales que la inercia neoliberal ha impuesto en España dejan casi sin campo de estudio a los profesores de Derecho del Trabajo. ¿Qué derechos quedan? Defender el trabajo decente y el salario digno resulta muy complicado cuando se acaba con los convenios laborales, se facilita el despido libre y se utiliza el código penal para poner en duda el derecho a la huelga.
La situación actual hace muy difícil la labor de los sindicatos, pero las dificultades están siempre allí donde se juegan las cuestiones decisivas. Es una tarea de todos encontrar la manera de volver a situar el mundo del trabajo en el centro de los debates políticos. Corresponde a los sindicatos pensar en sus posibles errores y comprometerse con el futuro de nuestro presente. Corresponde a los revolucionarios de pacotilla comprender que la zambomba de sus críticas a los sindicatos es el villancico que más le gusta oír al poder.
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Gracias, García Montero, por esta invitación a lo esencial, sobre todo en un tiempo como éste en el que los/as trabajadores/as tienen y tendrán que elegir forzosamente entre el oficio, la explotación del oficio por la extrema toxicidad medioambiental, por parte del oficio y sus empresas, simplemente para conservar la vida respirable y nutriente del Planeta, sin la que cualquier oficio sería absolutamente imposible. Por desgracia, urge mucho cualquier trabajo aunque sea sin oficio, sobre todo en un mundo capitalista degenerado y absolutamente ciego, en el que hay que sobrevivir consumiendo en la misma trituradora en la que somos consumidos por el agotamiento, la contaminación extrema e inseparable de lo que hemos dado en llamar "progreso" sin saber hacia donde orientarlo. Si no cambia la conciencia de los trabajadores y de los oficios, es seguro que trabajo, trabajadores y empresarios, tendrán los días contados. Hay planos básicos de la existencia humana que no pueden comprar ni el dinero ni el poder. Como es la conciencia, el alma, el sentido de lo qué y de por qué se vive y se trabaja. Como es desarrollar la capacidad de elegir más allá de lo perentorio a pesar de la necesidad. Hay ya mucha gente que se pone de acuerdo y que lo hace y lo consigue. Solo hay que tomarse la molestia de conocer otro tipo de proyectos que no colaboran con el desastre generalizado y se han puesto en marcha y llevan décadas dando trabajo digno a los oficios dignos, sobre todo porque demuestran la capacidad para ser autónomos y cooperativos de verdad. Las ecoaldeas son un ejemplo magnífico de lo que puede hacerse para cambiar de rumbo, sin montar pollos para luego seguir igual que siempre: sometidos como esclavos en perpetuo cabreo amenazante y obediente, entre rabia conflictiva y sumisión aplastante por los mismos que parecían los "salvadores". Los oprimidos lo están aún más por la negatividad obstruccionista y el desánimo general que les contagia este sistema con espectáculo de una política en su eterno laberinto de intereses, que utiliza los problemas de la mayoría para establecer burbujas de poder "representativo", con la connotación más de espectáculo que de una democrática y horizontal portavocía.
El problema que tenemos por delante, y que es creación de todos y de todas, es colosal y al mismo tiempo y con la misma fuerza que se lucha por la dignidad hay que luchar igualmente por cambiar la mirada, los hábitos mentales y emocionales y las propuestas de todos y todas sobre la supervivencia biológica, que conlleva la supervivencia laboral, y que hasta ahora es sólo patrimonio de los exagerados y descontentos ecologistas. No dejarse comprar por las industrias destructivas, ser capaces de conquistar autonomía cooperativa sin el miedo a perder una 'inseguridad social' que en realidad no depende de nuestro trabajo sino de la gestión opaca de quienes manejan dineros y poderes gracias a nuestra sumisión, tributos y aceptación de cualquier cosa. Y plantearnos un sanísimo decrecimiento en lo que ahora consideramos el derecho nada menos que a consumir tóxicos globalizados; ir construyendo un mundo de valores distintos donde el dinero no sea la medida de todas las cosas, haciendo que la calidad de vida sea el gozo del oficio limpio y decente, que no envenena el aire, el agua y la tierra y construye además el bien común al mismo tiempo que el bien de uno mismo, no despreciar y maltratar una agricultura abandonada, una ganadería humanizada, oficios rurales como la construcción y el mantenimiento y reciclaje de lo construido con los materiales y energías más sostenibles, y todo ello rehabilitando unos pueblos maravillosos en ruinas, con su historia, sus hallazgos, su posibilidades y su naturaleza.
Ningún país avanzado y democrático de Europa ha renunciado a su agricultura, a sus granjas, a sus familias campesinas y artesanas, a sus frutales, a sus huertos que ya son ecológicos, elaborando los lácteos, las conservas de temporada, la miel, la cera, la panadería y las especialidades con frutos de sus bosques...Aquí eso no existe y a quien intente que exista lo crujen a impuestos y tasas infinitas, a permisos estrambóticos y zancadillas inexplicables, que miden los centímetros "legales" de un mostrador o penalizan la altura casi judicial de una ventana mientras niegan la posibilidad de crear y mantener empleos dignos y autónomos legítimos.
Pero eso no parecen verlo los trabajadores del metal o del plástico o de las fábricas de disolventes, por ejemplo, ellos sólo quieren su trabajo y su salario justo, aunque se mueran envenenados por el medio que manejan, aunque su contrato basura intolerable y su sueldo de mierda sean el pan escaso de hoy y el hambre de mañana. Que cada palo aguante su vela es la filosofía laboral, y social, resignada y cómplice inconsciente y aturdida, con el mal que nos destroza a todos y a los peor tratados, los primeros. Son más bien los anarquistas y libertarios, en los municipios pequeños donde la solidaridad es más fácil -si la gente se despierta, claro- quienes se acercan más a la solución del problema y promueven iniciativas realizables. Porque un cambio así nunca será "desde arriba". Jamás. Todo paso evolutivo y sin marcha atrás, viene de la base. De la conciencia inteligente colectiva.
Precisamente ahora que la cultura y la educación durante décadas han hecho posible que nuestra inteligencia cognitiva se haya desarrollado y ampliado creando, ampliando y perfeccionando nuevos planos del conocimiento solo nos queda llevar esa riqueza a la experiencia práctica, recuperar el patrimonio salvable, el Arca de Noé, y volver a vivir con otra idea de la naturaleza, con otros vínculos mucho más sabios y respetuosos en condiciones mucho más libres y creativas, con muchas más herramientas y recursos humanos nuevos y otros reciclados, que desarrollaremos juntos en redes solidarias y mano a mano. Sí, recuperando las manos y los pies, más allá de las pantallas y los móviles, de la caja tonta y cuentos chinos, aunque con su cooperación cuando haga falta, pero sin dependencia ni ataduras esclavizantes.
¿Cúanto esfuerzo, energías y trabajo traducido en dinero y plusvalías abusivas, se nos llevan por delante las empresas de telecomunicación, por ejemplo, que están forradas a base de explotar a los trabajadores que se lo permiten porque tienen miedo a perder un trabajo humillante? Terrible callejón sin salida hasta que uno dice basta a la resignación y elige crear otro camino sin darle al dinero, al miedo y la resignación todo el poder sobre su vida ¿Y cuánto tiempo se nos va en estar al loro de todo, sin hacer nada? ¿Tal vez los sindicatos no deberían ayudar a que los trabajadores se independicen más y mendiguen y dependan menos? Si la sociedad cambia, los partidos cambian y la ciudadanía cambia, ¿no deberían también repensarse los sindicatos?
¿Cúanto esfuerzo, energías y trabajo traducido en dinero y plusvalías abusivas, se nos llevan por delante las empresas de telecomunicación, por ejemplo, que están forradas a base de explotar a los trabajadores que se lo permiten porque tienen miedo a perder un trabajo humillante? Terrible callejón sin salida hasta que uno dice basta a la resignación y elige crear otro camino sin darle al dinero, al miedo y la resignación todo el poder sobre su vida ¿Y cuánto tiempo se nos va en estar al loro de todo, sin hacer nada? ¿Tal vez los sindicatos no deberían ayudar a que los trabajadores se independicen más y mendiguen y dependan menos? Si la sociedad cambia, los partidos cambian y la ciudadanía cambia, ¿no deberían también repensarse los sindicatos?
Hasta ahora, tanto la derecha como gran parte de la izquierda, más seducidas por defender de un lado a los inversores que comppensan con sobres, 3% y puertas giratorias en el caso diestro o, en el caso zurdo, por defender salarios y puestos de trabajo a cualquier precio, que conscientes del coste humano y planetario que hay que pagar por ello, han pasado por alto el derecho al trabajo y al oficio digno en ambientes más sanos, independientes, solidarios y sostenibles; la repoblación de la España olvidada y sus miles de pueblos deshabitados por la emigración a los suburbios de las grandes ciudades, la artesanía, el cuidado y limpieza de los bosques desde los municipios, la pedagogía de las cooperativas rurales y barriales, un mundo de una riqueza y una dignidad que no se descubre hasta que se experimenta. Un crecer en vida decreciendo en artilugios, falsas necesidades, comodidades-trampa y avidez por lo desechable, -material y especulativo- que nos han inculcado como "bienestar" y "progreso", pero que a la larga se está revelando más como enfermedad social y debacle económica imparable y antibiótica. Como una quimioterapia siempre de urgencias pero con terribles resultados a largo plazo, que intentando curar la enfermedad solo consigue matar al enfermo con un goteo interminable de miseria rampante.
El desastre global nunca tendrá una solución global, sino un mapa global de pequeñas soluciones parciales y compartidas que se irán construyendo por todos los rincones del Planeta, en las que cuente mucho más el despertar del ser humano, uno por uno, consciente del imprescindible nosotros, que el valor y la acumulación de posesiones y herramientas especulativas para su servicio y su desarrollo integral, que ya no será exclusivamente económico y acumulador de morralla que caduca, atasca, deprime y empobrece bajo la máscara de "progreso", "riqueza" sin futuro ni presente y "bien estar social", porque los cuerpos y mentes sin alma ni conciencia, ya estamos comprobando que se pudren dentro de su burbuja insaciable y depredadora. Solo hay que ver lo que está sucediendo para comprenderlo de una vez por todas.
En cuanto a la poesía, que es un trabajo hermosísimo, y gratuito casi siempre, no es necesario que la pobrecica pique piedra constantemente y sude la gota gorda, su oficio consiste también en esa vibración refrescante que no sólo denuncia y se lamenta cuando así lo siente, sino que también, como dádiva del amor universal, igual que la música o la danza, nos descansa y nos despeja, nos despierta por dentro y nos anima a seguir, y eso también es parte de la cara lúcida del compromiso político, precisamente Antonio Machado sabía de sobra que para ser en el buen sentido de la palabra bueno hace falta encontrar el sentido de lo que es escribir siendo algo más que una acción-reacción emocional o calculada y enseñar a los alumnos con el ejemplo por encima de las palabras, en su oficio, y así ganar un salario doble, el dinero justo y la plenitud íntima de quienes van por la vida dando lo mejor que tienen, con la tranquilidad de quien no mutila el alma ni separa la conciencia del yo y del nosotros a gusto de nadie ni de nada, con la intuición de ese soñar despiertos sin perder las raíces en la tierra y comprender con el corazón la fuerza infinita que somos. Por eso, seguramente, al mismo tiempo que se autoretrataba como trabajador en la materia, Machado experimentaba esa unidad integradora e inefable con la energía del espíritu libre de dogmas y ataduras que sus versos irradian, y, tal vez por eso, y no por casualidad ni ñoñería rancia, ni porque se le fuera la pinza, y sin la más mínima sospecha de que fuese un ratón de sacristía, también escribió este poema:
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Por escribir estas cosas Don Antonio no dejó de ser quién era y sigue siendo, al contrario, llegó a ser quién es, precisamente porque fue capaz de sentir e integrar en sí algo tan definitivo y tan profundo que ninguna moda epidérmica, coyuntural, ni ideología ni ningún prejuicio ad hoc tuvieron el poder de arrancarle ni su sangre jacobina ni su espíritu universal y clarisentiente. Un ser auténtico y un verdadero poeta, libre de ataduras para experimentar y expresar su humanidad completa en la sencillez intensísima de unos versos, que no eran solo suyos sino, además, un canto coral del alma colectiva. Canta Serrat en el disco dedicado a "Cantares" basado en la misma obra machadiana: "Profeta ni mártir quiso Antonio ser/y un poco de todo lo fue sin querer". No creo ni que se lo plantease jamás, él era amor transparente y no podía dejar de serlo. Un maestro de verdad, de los que educan como respiran poesía. Naturalmente.
¡Buen domingo a todas y a todos!
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