miércoles, 6 de abril de 2016

La voz de Iñaki


foto de la noticia

Toda buena acción tiene su justo castigo

EL PAÍS 

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Tal vez los "justos castigos" a las buenas acciones se deban a que una mafia de poder financiero organizado para arruinar al prójimo no tenga que combatirse en solitario, en plan francotirador,  como ha venido siendo hasta ahora; todos los casos son unipersonales: Assange, Snowden, Falciani...Tal vez la cosa estribe en la implicación de grandes grupos sociales que cooperen en el proyecto. Un hombre solo ni con un pequeño grupo de amigos bien intencionados, es evidente que no tiene ni fuerza ni recursos para acometer semejante tarea, de unas dimensiones tan descomunales, por mucho que lo denuncie en los medios de comunicación, que aparte de dar la noticia no tienen recursos adecuados para  ir más allá de su alcance; se necesita constituir una organización amplia y comprometida de la que formen parte técnicos en economía ética, en combatir la corrupción, como juristas, activistas y colectivos sociales concienciados y perjudicados, que apoyen solidariamente una empresa de esas proporciones. Ir en solitario no sólo no soluciona nada, es que provoca unas respuestas terribles en el poder que, para colmo, mueve las leyes a su conveniencia y se ensaña con el denunciante, paralizando su trabajo investigador y divulgador y eso a su vez, provoca que nadie más quiera denunciar nada a esos niveles. 

En esta ocasión el asunto se ha desarrollado con más acierto: un grupo muy numeroso de periodistas se ha empeñado en organizar un gran equipo de investigación en el enjuague de Panamá, y no ha sido ya en plan kamikaze.  Tal vez ahora las cosas cambien. No es lo mismo un solo objetivo por combatir que un montón de objetivos organizados y con la sartén por el mango. De momento, el primer ministro de Islandia ya ha caído ipso facto. No lo habría hecho si su pueblo, también ipso facto, al escuchar la noticia, no se hubiese echado a la calle a pedir su dimisión. Hasta ahora, ni Assange, ni Falaciani y ni Snowden, han podido conseguir que nadie dimita acorralado por sus denuncias, al contrario, han sido ellos los acorralados y acosados por los caraduras denunciados. Hasta ahora, en España, no hay ni atisbo de que nadie haya salido a la calle a pedir cuentas a los gerifaltes por la evasión y el cinismo hipócrita, tipo Borbón o Cañetes, por ejemplo y a pedirles que se piren de una vez y devuelvan lo que han evadido y no han pagado a Hacienda. Mientras la pereza sea la perfecta aliada de los miedos y los tabúes, estará garantizado este estado de desecho por los siglos de los siglos. Y la momia del viejo dictador se estará regodeando desde el más allá, al comprobar lo requetebién atado que dejó el embalaje de "la herencia recibida" que le está permitiendo seguir mandando en  la Zarzuela y en la Moncloa como Jefe del Estado ectoplasmático  desde el inconsciente colectivo y la inercia caciquil.

No estoy muy de acuerdo con esa sentencia sarcástica del cineasta norteamericano, en este caso concreto. Habría que añadir matices importantes para que no se deforme la realidad. Toda buena acción, para no sufrir ese "justo castigo", además de ser "buena", también debe ser inteligente y bien planificada. Tanto, como para dejar sin respuesta ni justificaciones a los canallas que la intentarán  desactivar. Las buenas intenciones a veces tienen resultados fatales por falta de una buena organización y un exceso de prisas e imprudente exhibición personal. Quizás ser más humildes y menos protagonistas a la hora de lanzarse a la improvisación, sería una buena táctica para lograr el éxito de una empresa semejante, más que conseguir salir en primera página como héroes efímeros de una noticia espectacular, que termina en agua de borrajas. No siempre "el bueno" es todo lo lúcido que  imagina ser. Hacen falta más ingredientes para que las acciones buenas sean, además, eficaces. Si no lo son, es que no son tan buenas como se imaginan sus  paladines y sus defensores. Parafraseando el razonamiento de  Teresa de Ávila, cuando habla del mundo del espíritu, se podría decir que también la bondad con letras y conocimiento tiene más fuerza, que la bondad irreflexiva y de poco fuste.

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