martes, 12 de abril de 2016

La voz de Iñaki

12 ABR 2016 - 09:30 CET
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La hora de los primos

EL PAÍS 

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Corto se quedó el relato
que heredamos de Quevedo
y muy pálido el retrato
de las prendas del dinero,
de la virtud de la pela
y el rango de los trileros
que trepan por las Españas
y por el mundo mundial
tejiendo telas de araña
entre los muros obscenos
de los bancos de Suiza
y el  paraíso fiscal. 

Aquellas Indias antiguas
que el oro proporcionaban
en los tiempos de imperio
son ahora la almadraba 
que a fuerza de golpes bajos
se ha llevado el capital,
como atún anestesiado
por paliza sin igual,
de turismo planetario
por el mapa financiero
repartido en capitales
y refugios bandoleros
de por aquí  a por allá.

¿Y no será por el karma
que los héroes del pasado
cargaron a sus espaldas
a base de atrocidades,
al dejar hecho una pena
todo lo que conquistaban
para llenarse el bolsillo
y para darse importancia
en un país de cretinos
que valoran sobre todo
el dinero y su arrogancia?

¿Y no será este estropicio
venganza de Moctezuma
de Malinche o de Atahualpa,
justiciero maleficio
para dejar en el chasis
a la indecente piraña 
que en el chasis los dejó
robándoles sus recursos
con tan pérfidos oficios
en aquel siglo de oro
que con el oro arrambló? 

¿Y no será que esta España,
soberbia, necia y chuleta,
ambiciosa y tontorrona,
nunca aprende la lección,
piraña desconfiada
que duda de la decencia
y confía ciegamente
con pertinaz  obsesión,
en quien siempre la desfalca
y va repitiendo curso
con el paso de los siglos
sempiterna candidata
al desastre a mogollón? 

Es patético encontrar
que el mal que nos liquidaba
en el siglo diez y siete,
esa ppeste pputrefacta
que nos dejó por los suelos
siga viva y viento en popa
más allá del siglo veinte;
en el siglo XXI. Y sin visos
de remedio.

El oro ya no es el oro,
que ha perdido su valor
y poco se deja ver.
Ahora son simples papeles

y cheques al portador,
y unas tarjetas muy negras
siempre a la disposición
de unos cuantos sinvergüenzas;
sumandos y dividendos,
obtusos multiplicandos
que al derecho y al revés
le restan vida y derechos
al paciente sufridor,
al paganini obligado 
a ser el mantenedor
de juego tan complicado
donde siempre es perdedor
sin haber sido invitado. 

Si Francisco de Quevedo
levantase la cabeza
en Torre de Juan Abad
y viera este panorama
se quedaría de estuco
ante tamaña obviedad, 
al ver que en cuatro centurias
todo sigue como estaba
de Madrid hasta Caracas,
de Murcia hasta Panamá,
y de Orense a Pernambuco,
que aquí no ha cambiado nada
y si la cosa repite 
en una nueva jugada del
ppodrido ppopular vestido de naranjito
con fanfarria similar
a lo que ya hemos sufrido,
Dios nos pille 'confesás'.

Aunque, para más vergüenza
del cotarro nacional, 
-pensaría don Francisco
después de resucitar-,
las cosas sí que han cambiado, 
ahora se puede votar
para remediar los daños
del político traidor;
que en los tiempos de Quevedo
lo de votar ni siquiera
era utópica ilusión,
e incluso la democracia
habría escandalizado
al más librepensador
en aquella triste patria
que vivía prisionera
entre el miedo, la soberbia
la miseria y el rencor,
los kyries y las novenas
a los santos milagreros,
y unos reyes papanatas
capaces de cualquier cosa
para ir de mal en peor,
inútiles marionetas,
símbolos de un 'esplendor'
de charanga y pandereta.
Más o menos como ahora
pero sin televisión
donde sacar a subasta
la cháchara seductora
del más manipulador,
del rey de la mediocracia,
del que mejor nos camele
como líder conductor
de las masas y la plebe
mientras repica el tambor
bailando en el Hormiguero,
aunque luego nos desuelle
cual lobo depredador,
entre el glamour de Bertín
la lógica de Maruhenda,
los tirantes de Wyoming
y la alquimia de Karmele.

Y tras su resurrección,
una vez visto lo visto
contemplando un panorama
repetido de tal suerte
y viendo más de lo mismo,
seguro que Don Francisco,
afectado por el trauma
de un bochorno abrumador
no resiste y se remuere.

Ains!




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