sábado, 23 de abril de 2016

Otegi




Llevo algún tiempo meditando y analizando "el caso Otegi". Observando las reacciones de la sociedad ante él. El programa de Jordi Évole me colocó directamente ante el  ex-etarra tan denostado por unos como admirado por otros. Siempre igual. Los españoles, hasta el momento, no hemos sido capaces de superar nuestra tendencia innata a ser fans extremos de algo. Ya sea el fútbol, los toros, la política o la religión. No nos han enseñado a desarrollar el equilibrio suficiente, personal y social,  para superar los colocones emocionales. Hace un par de días PI lo definió la mar de bien: la batalla final -en este país con arrancada de caballo y parada de burro- la ganan las emociones y lo que resulte más "sexi". Y claro, el motor de las emociones, la cerilla que enciende la hoguera, siempre es una idea, un pensamiento. Un par de ideas opuestas, encienden fogatas enemigas. Solamente la diversidad de ideas capaces de dialogar y llegar a resoluciones y acuerdos, evita que las cerillas prendan fuego y monten incendios donde no toca.
De poco sirve que Otegi se explique, que Jordi nos dé una clase magistral de independencia y sabiduría informativa, si las cerillas de los dos únicos bandos están predispuestas a seguir en la misma inercia de siempre: la simbiosis entre el rencor y el miedo. Perder ambos equivale en España a perder el 'orgullo' y ese concepto obtuso de "dignidad" que constituyen un bunker del absurdo y nos mantienen encarcelada la conciencia y su lucidez, el alma y su amplitud de miras. Su belleza y su poesía, tan necesarias como el valor, la transparencia o la justicia. 
Esos bandos obedecen a dos estereotipos ideológicos y enquistados en sí mismos. Los dos con sus motivos tan racionales como irracionales, en un mix que hay que adecentar y aclarar entre todas obligatoriamente. Inmersos en la fosa séptica del juicio temerario y sus prejuicios. Y de momento irreconciliables, porque no es la escucha en limpio lo que cuenta, sino el equipaje pesado y asfixiante que se lleva encima y rebobina continuamente el pasado.
Según parece la experiencia de la Guerra Civil, al no haberse afrontado con justicia y serenidad, ha dejado sin rellenar unos socavones abismales en la emocionalidad social, que nos impiden alcanzar plenamente la inteligencia colectiva. Y nos llevan una vez y otra a delegar en apuestas descompuestas  y proclamas demenciales, manipuladoras y patéticas.

Respetar el dolor de las víctimas y solidarizarse con ellas no debería consistir en cerrar las puertas al arrepentimiento de sus verdugos ni poner en duda las buenas intenciones y los gestos de acercamiento a la normalización democrática, al contrario, tendría que acercarnos al bien común y a terminar para siempre con la lacra del sangriento pasado, del terror que no tiene justificación alguna ni razón inteligente ni humana que lo mantenga en pie. No es soportable la vida en un permanente ajuste de cuentas, en plan cosa nostra ofendida en su "honor". Son comportamientos ancestrales que nos impiden crecer como seres humanos y quedar reducidos a la miseria ética en todos los niveles: personal, social y político.
Con nuestra solidaridad deberíamos también ayudar a las víctimas a sanar el odio y el rencor que son un veneno íntimo capaz de matar con bombas invisibles y silenciosas a quienes se dejan arrastrar por lo uno y lo otro. La condena sin paliativos de la violencia no nos puede llevar al odio eterno y a  la amargura interminable. Hay que usar la inteligencia para educar las vísceras y no dejar que las vísceras desactiven la inteligencia.

¿Si los verdugos dejan de matar y reconocen uno por uno, que lo que han hecho ha sido horrible, no es ya suficiente, no es ya un  modo indiscutible de reconocer su error y de merecer el perdón? ¿Acaso van a resucitar los asesinados si nos pasamos la vida odiando a sus asesinos y exigiendo que una vez y otra repitan que están arrepentidos? ¿Acaso alguien ha exigido lo mismo a los asesinos a sangre fría del franquismo o del GAL, que se han ido muriendo de muerte natural en la cama, tras décadas de estar en el poder en plena democracia o  que todavía están por ahí tan tranquilos, como si no hubieran roto un plato? Les hemos perdonado sin que ni siquiera nos hayan pedido perdón. Por el contrario, sin que hayan hecho ni un amago de reconocer sus crueldades, les hemos regalado, ya por delante, la generosa cortesía colectiva de un: "No hay de qué, chicos, podéis seguir en política tan panchos y aprovechando las puertas giratorias, que las pintan calvas, cuando os apetezca dejar la droga del poder y reinsertaros en el trust del  forring ya sin compromisos electorales."

Pienso en Pilar Manjón, en la viuda de Enrique Casas o en aquel coronel jubilado que perdió a su hijo cuando ETA lo mató con una bomba lapa destinada a él; aquel padre, públicamente, no solo perdonó a los asesinos de su hijo, sino que además, les compadeció y a continuación se convirtió en el blanco de amenazas y malos tratos por parte de la zona negra de nuestro ppatriotismo más ppodrido y malsano. 
Ésa es la grandeza de alma que necesitamos, esas son las voces que nos pueden ayudar a sanar el masoquismo absurdo y teledirigido por los intereses de aquellos que tras el terror hacen negocio, tanto de partido demagogo que oculta en el miedo "bajo el amparo de la ley", -usada y devaluada para darle la vuelta y/o como mordaza y trampa-, todos sus enjuagues y corrupciones, como de dinero que se saca con la venta de armas y la infraestructura de las empresas de mantenimiento de  comisarías, cuartelillos, vehículos especiales, uniformes, etc, etc. El terror también es el gran negocio de El Gran Hermano controlador. Y sin él este mundo no sería el infierno que es.

Personalmente Otegi me parece, más que nada, un político profesional que va a sacar tajada, también, de su historia militante y conciliadora. Que sabe más por político que por diablo. No creo que sea peor ni mejor de lo que tenemos ahora en el mercadillo electoral. De momento, es uno más que se apunta a rentabilizar su imagen de "hombre bueno" en medio de las fieras y por ello a  vivir del erario público como posible lehendakari y que cobrará también de nuestros impuestos; sólo me gustaría que llegado ese momento no nos estafase como suele hacer la mayoría de implicados en el mejunje de la gestión política necesaria, que lo hiciese bien, que fuese justo y honesto, que respetase por igual a todos los vascos y no vascos. Un hombre de bien y con ética suficiente como para que los buenos vascos y españoles no tengamos que avergonzarnos nunca de él ni maldecir el voto que se le dé en su día. 

Y para rematar apuntaré que el problema no es Otegi. Lo suyo es peccata minuta  si lo comparamos con el terrorismo de guante blanco, o sea, de la saga corrupta del forring office  y la mentira oficial de corte orwelliano que nos lleva por la calle de la amargura sin solución de continuidad, al parecer, y que cuando se presenta una oportunidad de oro para cambiar el rumbo del destarife, como las pasadas elecciones, aquí no haya nadie capaz de poner en marcha el nuevo régimen de la pluralidad decente. Sólo la izquierda, condenada a la fragmentación y al travestismo de advenedizos vivales se plantea en serio el tema. Por eso está condenada al ninguneo.
El problema no es Otegi,ni siquiera la ETA, que fue una consecuencia espantosa del espanto acumulado durante tanto tiempo,  sino que los españoles, desde 1931, aún no hayamos podido , sin los mastines del fascismo aborigen ladrándonos en la nuca, elegir libremente el modelo de Estado confederal, republicano con toda seguridad, necesario para abandonar las cavernas del pasado. Que vivamos aún en la antítesis de ser un pueblo soberano sin soberanía que soporta el  oxímoron de una monarquía con "un soberano" incrustado por un dictador en la chepa de una soberanía popular, raquítica, irrisoria y  missing en realidad,  a disposición de un cacicato pperipperiforme, corrupto hasta las trancas, e interdependiente en plan feedback  con el trono. Así no hay quien levante cabeza. Ni con Otegi ni sin él. 
Es lo que hay. Sobre todo, lo que no hay y ya debería haber desde hace mucho tiempo.

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