
El exministro de Industria, José Manuel Soria
Nunca en mi vida, desde que trabajo siguiendo la
información política, había visto una estrategia de defensa tan
sumamente torpe como la de José Manuel Soria. Nunca. Tanto es así, que
hay aspectos del comportamiento del exministro que sigo sin entender una
semana después. Veamos:
Soria compareció el primer
día con rapidez para decir que no sabía de qué estaban hablando los
medios de comunicación y que todo era mentira. Su pecado original fue
pensar que nos daríamos por satisfechos con esa versión y que nadie se
atrevería a toser a un Ministro tan cercano a Rajoy y con tantas
aspiraciones de futuro. En el fondo, Soria estaba haciendo algo muy
habitual entre los dirigentes políticos: tomarnos por tontos.
Al día siguiente, viendo que la negación no daba
resultado, Soria adoptó otra estrategia: recurrir a la amnesia. No se
acordaba de nada, pero en 24 horas había caído en la cuenta de que el
martes todo era exactamente al revés que el lunes. Su rueda de prensa en
el Congreso fue penosa. La versión que nos tenía preparada era tan
endeble y tan contradictoria con todo lo anterior, que no fue capaz de
superar las incisivas preguntas de una prensa con la mosca detrás de la
oreja. De hecho, intentó sin éxito utilizar el entramado empresarial que
había salido a la luz para intentar confundirnos: tal empresa se
vendió, ésta otra no tenía actividad, en la siguiente yo estaba pero sin
influir en la toma de decisiones o de esta compañía no les había dicho
nada hasta ahora porque no me habían preguntado. Era todo tan raro que
empujaba a la sospecha.
Creo que Soria pensó que
anunciando su intención de comparecer en el Congreso, las aguas se
tranquilizarían durante unos días; los suficientes para, con un poco de
suerte, llegar al Parlamento sin novedades que revolvieran su discurso.
Pero se equivocaba. Por si acaso, se refugió en un penoso triple salto
mortal: la sorpresa por lo que estaba saliendo le había dejado noqueado.
Y así intentó resistir, hasta que salió el papel de Jersey firmado por
él en 2002. Cuando pensábamos que lo habíamos visto todo en materia de
infantas, el exministro insistió en hacernos creer -ya escondido y a
través de terceros- que no se acordaba, que no sabía y que no era
consciente. Sin embargo, aquí ya hace tiempo que no cabe un ignorante
más. Y estamos todos muy mayores para que nos sometan -por enésima vez- a
aquello de "¿A quién va a usted a creer, a mí o a sus propios ojos?".
Soria sí debió de pensar que iba a colar, porque siguió mintiendo en su
carta de dimisión. Además, en las entrevistas que está dando estos días
mantiene como grandes argumentos el desconocimiento y la amnesia. Y
hombre, ya está bien. La ignorancia del Ministro de Industria en asuntos
empresariales no se la cree ni él. Y la desmemoria después de tantos
días buscando papeles entre sus recuerdos tampoco.
La
conclusión, una semana después, es que Soria no puede escudarse en que
se ha explicado mal, porque creo que hay cosas que sencillamente no
tienen explicación buena. Huelen mal desde el minuto uno. Y a partir de
ese momento, todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra. Ahora
está por ver si, en realidad, el caos no fue fruto de la histeria por
evitar que salga a la luz algo peor.
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