lunes, 4 de abril de 2016

La voz de Iñaki


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Los papeles de Panamá

EL PAÍS 

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Miles, Iñaki. Miles. Seguro. Este desbarajuste enloquecido, deslavazado y enfermo ha hecho metástasis; se está suicidando lentamente en un goteo imparable de ignominias. Es terrible descubrir la avalancha de la indecencia y sus impunidades, la normalidad aberrante de la injusticia y la consagración de la hipocresía como norma universal e imperativo categórico de la maldad convertida en modus vivendi et operandi. Aunque, bien mirado, no sé de qué nos escandalizamos tanto por el latrocinio generalizado, viendo lo que estamos viendo diariamente en un genocidio continuo. 

Y me pregunto por qué el dinero y sus afanes tiene más capacidad de escandalizar y de indignar que los centenares y miles de asesinatos diarios producidos por los mismos poderes que, además, roban y ningunean dinero a los Estados que traman, gestionan  y aplauden el genocidio universal. Estados que fabrican y venden armas, que montan conflictos para sacar tajada creando el caos, la ruina y la hecatombe solo para acrecentar sus ganancias. ¿Cómo olvidar aquel argumento de Felipe González para explicar lo bueno que era para España abandonar su tradicional neutralidad y entrar en la Guerra del Golfo? Lo explicaba como un signo de cambio a mucho mejor, como la oportunidad maravillosa para llevarse "su parte del pastel". ¿Qué importancia podrían tener las vidas truncadas de millones de personas que nunca conocimos ni conoceremos, que no veremos sufrir, que están tan lejos, que sólo son números remotos y casi inexistentes? Así, también se entiende la justificación del terrorismo de Estado. Esa barbarie teledirigida, estudiada y consensuada con tantas mentiras barnizadas de verdades espurias y amañadas para que nunca parezcan la falsedad que son. Aunque ya se encarga de delatarlas el éxodo obligado de millones de desplazados desde las zonas del conflicto, viajando en el mismo rumbo del dinero: del Este hacia el Oeste.

El dinero, cuando alcanza cantidades obscenas en las manos de unos pocos, está, indefectiblemente, manchado de sangre, de dolor, de lágrimas y desesperación universales. No es el salario digno del trabajador ni su ahorro sensato pensando en la vejez, es su expolio a base de esclavitud. Es el sacrificio cruento de millones de seres humanos en el altar de la perversión, para que los infiernos favorezcan a unos pocos 'iniciados' en la ciencia(¿?) y en el rito de la crueldad. Es la misma dinámica de las antiguas sagas mitológicas: el sacrificio de los mejores a la voracidad del dragón infernal, para salvar a los peores, a los cobardes, a los que se esconden detrás de sus maldades hasta convertirlas en leyes protectoras para sí mismos y sus enjuagues infinitos. Es muy chocante que los golpes de efecto de cada descubrimiento escandaloso no parezcan entender esa conexión entre la avaricia de unos cuantos y la destrucción de millones de seres humanos. Esa prostitución de la dignidad y de los derechos de una mayoría inmensa, forzada por el poder de los intereses y los intereses del poder de un listado de sinvergüenzas, es la causa de la injusticia y del exterminio. De que el mundo se esté convirtiendo en un campo de exterminio consensuado y bendecido por las democracias de occidente, por su industria de vanguardia en tecnología armamentística, por su sistema paradísiaco-fiscal, por sus viveros de TTIPs y TISAs. La semilla del nazismo no murió con Hitler. Cruzó el Atlántico para sobrevivir entre dólares y está volviendo a Europa reforzada por el neonazismo financiero. La globalización de la indecencia será el fin de este sistema. Como el volumen descomunal de los dinosaurios acabó con ellos. Como las células cancerosas acaban con el cuerpo que las engorda y las multiplica. 

En paralelo, la conciencia individual está haciendo milagros despertando en la nueva inteligencia colectiva. Un paseo por Grecia y sus fronteras, en estos caóticos días, lo empieza a confirmar. Allí se está empezando a demostrar, -a pesar de las pésimas noticias  que solo denuncian desgracias y silencian la "jarís", la gracia,-  que se puede vivir con mucho menos dinero y ser más humanos, más dignos,más enteros, más generosos, más abiertos y hasta más felices. 
Cuenta una de mis hijas, recién regresada de Idomeni, que al darle las gracias a la dueña del modesto hotel en que dormía cada noche a las puertas del moridero alambrado, por la generosidad y la gratuidad de la acogida, la señora le respondió: "quizás esta condición nuestra sea porque aquí nació la democracia y todo lo que es apoyo mutuo entre sufridores, se nos da muy bien", mi hija le respondió: " a lo mejor aquí nació la democracia precisamente por cómo sois". A las dos se les saltaron las lágrimas mientras se abrazaban.

 Los pueblos cercanos a Idomeni se vuelcan cada día en la ayuda a los refugiados. Mientras las ONGs se quedan sin recursos por el dinero que deben gastar en sueldos e infraestructuras, los voluntarios por libre, -fundamentalmente españoles, italianos y alemanes- aportan materiales sanitarios, ropa, calzado, material de higiene y limpieza, sacos de dormir, pañales y compresas, vendas, desinfectantes, antiparasitarios, y alimentos,  con las ayudas económicas que la gente de sus países les ha dado para invertir en aquel paraíso fraternal, solidario y mucho más rico en humanidad y alegría dentro del horror; el 'problema' de los refugiados, paradójicamente, está rehabilitando la economía de los pueblos griegos y macedonios de la zona fronteriza próxima a Tesalónica, ya casi abandonados y medio en ruinas, desde la guerra de los Balkanes. 
Los voluntarios están dando vida comercial a la zona y los refugiados ponen el alma. Los griegos lo agradecen. Es como una cadena de amor y de equilibrio, que en medio de la miseria  y del espanto, rehabilita y acrecienta lo mejor que tiene nuestra especie: la inteligencia colectiva del fenómeno humano. El crecimiento personal contagioso, hasta llegar a la masa crítica que acabará dando un vuelco globalizando la compasión y los valores que nos permiten la vida y el gozo de compartirla, al descubrir que no es el cuánto tenemos sino el cómo somos y cómo usamos lo que tenemos, lo que verdaderamente nos salva de lo peor y nos permite crecer por dentro mientras decrece nuestra ambición depredadora por fuera, justo, porque somos más felices compartiendo en común que amontonando en una solitaria egopatía, madre de toda tristeza, depresión, desconfianza y malos humores crónicos. Ya lo dijo Aristóteles un griego de gran inteligencia práctica, o sea, un filósofo: O' ánthropos èstí zóon politikón= el hombre es animal social/cívico. El hombre y la mujer están hechos para la comunidad. Y sólo crecen y evolucionan adecuadamente si viven en una comunidad con valores humanos que fomenten la calidad de su vida privada y ésta fomente la calidad del bien común. Ése fue el lema y la orientación de otro griego espléndido: Pericles, que consiguió hacer de la democracia ateniense un paradigma universal.

Mientras haya un soplo de espíritu encendiendo entre nosotros la lucidez del amor fraterno (àgapé, en griego) habrá soluciones. Las soluciones no vienen volando desde el poder que desconoce los problemas que él mismo ocasiona. Hay que crearlas desde la base real de las carencias, desde el conocimiento empírico de cada situación, y eso al poder se le escapa. Sólo se ocupa y está centrado en sí mismo, en su obsesión hegemónica y controladora. Sólo cuando el poder se olvida de "poder" y se convierte en servicio comunitario y personal, adquiere sentido su existencia. Mientras tanto solo  es un estorbo peligroso, fanfarrón y deshumanizado.


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