jueves, 29 de octubre de 2020

La CRISIS del #CORONAVIRUS: La bolsa o la vida, la falsa disyuntiva | La...

   

Mirando nuestra historia y repasando los tiempos de pandemias, podemos analizar mejor la situación que atendiendo solo a los miedos y arrebatos instantáneos, por otra parte, naturales y lógicos en una especie como la nuestra, al mismo tiempo frágil y vulnerable que inteligente, prudente y creativa, como abierta y aventurera e irresponsable y/o cerrada, temerosa, indecisa, autolimitada, generosa o/y calculadora y desalmada, capaz de heroicidades como de organizar verdaderos desastres y hecatombes, incluso justificados y avalados por "la dignidad", "el valor", "el patriotismo", "el deber", y "el orgullo", "la audacia", "la estrategia", "el sacrificio", etc, etc...

Las guerras y crisis tienen un final asegurado en plazos más o menos controlables. Las produce el hombre y de su voluntad y decisiones dependen el principio y el final de esos conflictos. Pero las pandemias, como los terrremotos y fenómenos climáticos como sequías, olas de calor o frío, lluvias torrenciales, o la caída de meteoritos,  aunque la especie las facilite y empeore con sus peores hábitos, abusos e ignorancia, no dependen para nada de la voluntad humana, sino de un proceso mecánico de la biología, la física, la química... que desencadena efectos devastadores, imprevisibles e incontrolables. Sobre todo cuando el ser humano se enreda, se equivoca, abducido por su avidez de control, y mediante una tecnología que cree controlar a su disposición olvida su parte frágil, su limitación en tantos aspectos.  Es ahí donde hay que profundizar para entender nuestras reacciones ante lo inabarcable, lo inescrutable y lo sorprendente. 

No es la primera vez que esto ocurre en el Planeta. Nunca el hombre ha terminado con una pandemia. Ha podido remediar, auxiliar, tratar de paliar los daños parcialmente, pero la pandemia solo se acaba cuando su ciclo se agota. Y puede que cuando la especie humana en determinado momento histórico da un salto evolutivo, entiende mejor, abre su mente y sus emociones, elabora los sentimientos -que no son las emociones sino el producto interior nada bruto de la inteligencia emocional- . 

Podemos deducir sin miedo a equivocarnos que las epidemias y pandemias están más ligadas a la evolución global e individual  de la conciencia humana que a la mecánica agresiva de los elementos contaminantes. De hecho es mucho más fácil contagiarse, enfermar y contagiar a otros cuando  se tienen problemas sin resolver, ya sean físicos, emocionales o mentales, unidos a los económicos, laborales, afectivos, bloqueos, pánicos incontrolables, etc...La falta de autoconsciencia nos hace muy vulnerables y dependientes de todo lo que nos rodea sobre todo de lo que consideramos y nos resulta negativo. Si nuestras circunstancias son difíciles nosotros podemos elegir entre someternos a lo inevitable, o rebelarnos en plan Juanas de Arco hasta agotarnos en "la lucha", o aprender con serenidad la resiliencia de gestionar y "rentabilizar" la circunstancia agresora y difícil hasta reconvertirla en un camino de armonización y descubrimientos que mejorarán para siempre nuestra vida y la de nuestro entorno. No es lo mismo vivir al lado de una fuente con agua limpia que de una alcantarilla que rezuma podredumbre. Ambas cosas podemos ser nosotros para quienes nos rodean: somos átomos, electrones y células  del mismo tejido. Tiene muy poco sentido considerar pseudociencia al autoconocimiento que nos hará posible comprender, investigar y conocer mucho mejor la misma ciencia.Y por ello aplicarla acertadamente al servicio del bien común, sin vendernos a ningún interés ni prebenda egopática. En la conciencia radica el principio verdadero de la libertad. No somos libres porque hacemos lo que nos da la gana sea como sea el resultado de nuestros actos, sino porque somos capaces de elegir libremente el  mejor  objetivo para todos construido con los medios adecuados en la misma onda. Es decir, cuando nuestros actos se pueden aplicar como norma universal para construir el bien común, como propone Kant en su ética.  

Este tipo de reflexiones deberían ser una prioridad en el Parlamento. Y en la prensa y en las tertulias de la tele. Es un verdadero crimen que con tanta tecnología aplicada a la comunicación se nos escape lo más importante que podemos comunicar y recibir desde la esencia de todos y todas. La esencia de nuestro Ser compartido y experimentado en vivencias que nos transforman mientras suceden. No está reñido con la alegría ni con la dinámica, ni con la danza, ni con el trabajo, la convivencia, el buen humor y el bienestar, al contrario, nos hacen todo mucho más perceptible e intenso, menos distraído e insulso. Mucho más rico y satisfactorio, menos dependiente y más autónomo, para poder ser sanamente colectivos. Libres y al mismo tiempo unidos por una luz que somos el Nosotros. 

Captando estas realidades no habrá pandemia que resista, ni virus que nos pueda. El lodo de la corrupción puede transformarse en abono y cambio de chip. Las ruinas en reconstrucción, la tierra quemada en tierra repoblada, la tierra abandonada en tierra cultivada y fuente de trabajo, las basuras en material de construcción, la manía de poseer en la libertad del ser y compartir lo que se es.  Familia. Herman@s. Casacomún/Planeta. Aire y sol para funcionar. 

El contacto, la proximidad, la cercanía, la mirada, la escucha, el perfume de la vida, el sabor de una mandarina, el vuelo de una gaviota por el patio, con lo lejos que queda el mar...es el equipaje que necesitamos para viajar junt@s y abrir las puertas al nuevo tiempo, al nuevo espacio que está naciendo en la misma tumba  del pasado ya sin presente ni futuro. Este período de enfermedad imparable ha venido para mostrarnos el camino de la acogida y la compasión. Que todos somos en realidad refugiados y emigrantes si no logramos descubrir la esencia compartida que no admite fronteras. Todos y todas, sin excepción, somos El Pueblo. Hasta que eso no se asimile ni se asuma, ni se comparta ni se disfrute, en común como en privado seguirá habiendo pandemias. Y no habrá vacunas que lo remedien. La vacuna somos nosotros cuando dejamos de ser robots teleprogramados por nuestros automatismos mecánicos, para ser humanidad.

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