La música coral, como la de las orquestas, es una de la mejores expresiones simbólicas de la democracia y de la civilización humana. Cada cantante es único/a. Hay varias especialidades de la voz: soprano coloratura, soprano, mezzosoprano, contralto, contratenor, tenor, barítono y bajo. El triunfo del coro no consiste en que cada voz grite a lo bestia con toda su potencia compitiendo con las demás y tratando de superarlas a berridos potentísimos, sino en que toda la variedad particular de las voces consiga sonar y vibrar armónicamente como una sola voz con una riqueza total de matices perfectamente combinados, que así pueden expresar, enriquecer y elevar la vibración del sonido escrito en las partituras, que sin las voces que les dan la vida no valdrían para nada ni tendrían sentido.
No estaría nada mal que los componentes parlamentarios de los partidos políticos recibiesen en el Parlamento un tratamiento de musicoterapia a lo largo de las legislaturas. Esas mismas personas agresivas, cerriles, soberbias y necias más que nada porque no saben quienes son ni lo que hacen en realidad, una vez que recibiesen esa reeducación terapéutica serían completamente distintas a como son ahora. Para ellas mismas y su propia autoestima sería un verdadero regalo de la vida porque cambiarían por completo, caerían en la cuenta de lo que se pierden cuando se encierran en la obstinación y en el vandalismo ideológico, cuando se pierden por el camino de la egopatía desquiciada sin remedio y de la cerrazón patológica, cuando están convencidas de que solo ellas y sus obsesiones de grupo pueden gobernar un país, o sea, pueden interpretar en plan monocorde un proyecto vital colectivo que ha sido creado para compartir y no para acaparar en parcelas enfrentadas una realidad que solo tiene sentido en la manifestación creativa y plural de una comunidad armonizada, que sabe lo que está haciendo, por qué lo hace, para qué y con quienes debe hacerlo para que la obra y la creación alcance su mejor realidad ejecutable. Para eso hay que trabajar juntas/os, escucharse, compartir y descubrirse como hojas y ramas del mismo árbol, del mismo bosque, del mismo planeta.
No en vano hay un refrán afirmando que "la música amansa a las fieras", y es que como decía Pitágoras todo lo creado es música, tiene una vibración sonora, la tiene hasta el silencio, especialmente el silencio. Como explica Mikhael Aïvanov. Si una misma ignora su propio compás, su propia clave energética, ¿cómo podrá hacer algo por la armonización de los demás, que es en realidad el servicio político comunitario a la ciudadanía? ¿Se puede descifrar un lenguaje cuando se es analfabeto en el idioma que se pretende controlar sin conocerlo? ¿Quién nos enseña y nos explica el idioma de la conciencia? Nuestra alma, alumbrando la mente y el amor universal emitiendo sus ondas en nuestro ser y despertando las ondas más inteligentes y creativas de los sentidos, del biós, la inteligencia y sus recursos infinitos, que ni siquiera imaginamos hasta dónde pueden alcanzar si nos dejamos instruir por la luz y el sonido del silencio.
El silencio cura, fortalece, vivifica y agranda los espacios esenciales. Es la levadura del pan de la conciencia. La música del alma es la respiración del silencio, el antídoto y la mejor vacuna anticaos.
Una política polifónica sería la mejor salida a la peor de las crisis. Incluídas las pandemias y las plagas desatadas de grillos, cigarras y moscardones sin fuste, ¡por supuesto!
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