El virus de la confusión
Algún día habrá que discutir cómo estamos tratando a la gente que con su trabajo y su esfuerzo hicieron posible el bienestar que disfrutábamos, pero hacerlo ahora no les va a servir de mucho, ni les va a arreglar nada
Hay dos cosas que un
gobernante debe evitar a toda costa durante la gestión de una crisis:
generar confusión y dispersarse. La confusión descapitaliza la
confianza, el mejor instrumento para gestionar una situación crítica. La
dispersión consume y despilfarrar recursos tan escasos y valiosos como
el tiempo, la energía o la información.
Puede que el
Gobierno esté adaptando su gestión a la evolución acelerada de la
crisis, pero, especialmente esta semana, parece que improvisa y eso es
aún peor que hacerlo. La reciente decisión de endurecer el confinamiento
aporta un buen ejemplo. No puedes pasarte la semana proclamando que no
conviene apagar del todo la economía, pidiendo a tus socios que
defiendan el argumento o criticando, con razón, a quienes reclaman más
dureza que eviten explicar dónde y a quién, para luego cambiar de
criterio por tu cuenta y riesgo, anunciarlo a todo el país a media tarde
del sábado y hacerlo con esa misma imprecisión.
El debate sobre el endurecimiento de las medidas siempre
resulta tramposo. Quienes lo piden sin más concreción que su dramatismo
se preparan, en realidad, para poder proclamar mañana que ya lo habían
avisado ellos. Si al final no se hace necesario, sólo se les podrá
reprochar haber sido demasiado previsores; juegan con esa ventaja. Ceder
a esas presiones únicamente genera confusión y te embarca en un debate
que solo conduce al absurdo: hoy mismo habrá muchos que sigan reclamando
más dureza y más medidas como quien pide la luna.
El
episodio de las mascarillas ha suministrado otro ejemplo de manual de la
confusión. En una crisis siempre faltan medios y se producen
situaciones extremas. Se trata de otro debate que no puedes ganar y una
realidad que no puedes evitar. Salir a explicar lo difícil que se ha
puesto conseguir medios o por qué no puedes proveer los recursos que
legítimamente se te reclaman, únicamente genera confusión y
desconfianza. Enzarzarte en una disputa absurda sobre si los papeles
estaban o no en regla, sólo crea aún más desconcierto.
Durante
una crisis, los errores no se explican; se asumen, se corrigen y se
sigue adelante asumiendo toda la responsabilidad. Hay discusiones que no
merecen la pena y no puedes ganar. Parece una regla injusta, pero es
así por la misma razón que a Amancio Ortega ya le hemos dado las gracias
varias veces por las míticas 300.000 mascarillas que, a día de hoy, aún siguen en China.
El
segundo error que un gobernante debería evitar durante una crisis
reside en la dispersión. Sólo tienes tiempo, presupuestos y recursos
para contener y acabar la crisis. Lo demás, no toca y no puedes. El
norte de Europa no cuenta los mayores que entierra el COVID-19, nosotros
sí. Esa es la diferencia. Quienes estamos más preocupados por la
crisis, ya lo sabemos. A quienes andan más preocupados por Pedro
Sánchez, le da igual.
Los mismos que durante la Gran
Recesión señalaron a los funcionarios y a los pensionistas como
privilegiados insolidarios, les aplauden hoy como héroes y les presentan
como víctimas; y en ambos casos ellos siempre tenían y tienen razón.
Algún día habrá que discutir quién dijo qué o pedía qué, pero hacerlo
ahora supone una pérdida de tiempo y energía. Los mismos que jaleaban
los recortes en sanidad como virtudes de la eficiencia económica,
levantan ahora su dedo acusador para indignarse por la falta de medios
en nuestros hospitales; y la culpa siempre será de los demás. Algún día
habrá que discutir quién hizo qué y cuándo, pero hacerlo ahora
representa otra pérdida de tiempo y energía que no tenemos.
La
misma sociedad que lleva años irritándose por aquellos sibilinos
titulares donde se nos explicaba a cuántos pensionistas sostenía cada
trabajador, descubre ahora indignada que, con pensiones de menos de mil
euros de media, estas son las residencias y esta es la atención que
nuestros mayores pueden pagar. Algún día habrá que discutir cómo estamos
tratando a la gente que con su trabajo y su esfuerzo hicieron posible
el bienestar que disfrutábamos, pero hacerlo ahora no les va a servir de
mucho, ni les va a arreglar nada.
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