No lo puedo remediar. Ni evitar. Cada día de este confinamiento me hace descubrir los recovecos tan hermosos que hay en los seres humanos, tantas veces, incluso, a pesar de las propias fijaciones, manías y hábitos enrarecidos, que en situaciones de dificultad se transforman tan facilmente en liberación por contagio.
Ayer salí a la compra y cuando llegué a la puerta del super había cola a lo largo de la acera, con las marcas separadoras entre sí. Me dirigí al final para colocarme en el turno correspondiente, cuando de repente, una mujer joven, que también esperaba su turno, me dijo: "Usted no tiene que hacer cola, puede entrar directamente, a las personas mayores hay que cuidarlas, que ya lo han dado todo". Me sentí en casa, en el corazón del bien común, en el hueco de la familia humana.
Esta tarde, con el solecico, he aprovechado para ventilar a fondo y por el patio interior he escuchado sin saber desde qué ventana la siguiente conversación entre dos voces femeninas que no he logrado identificar, hablando en castellano: "Está claro que este momento iba a llegar tarde o temprano, no se puede seguir destrozando vida y pretendiendo que no nos afecte tanta locura", "tienes razón, yo creo que estamos cambiando y que hay mucha gente que ya no puede resistir tanta contaminación y se muere y eso nos tiene que frenar en el consumo y en el destrozo, fíjate lo bien que está el aire desde que no hay circulación, y lo bien que se respira y lo bien que huele el azahar por toda Valencia", "yo creo que esto ya no tiene vuelta a atrás, ni las cosas se valoran lo mismo que hace una semana, por ejemplo, y no hay ganas de volver a lo mismo, es que suspiramos porque cuando esto acabe nada sea igual, lo sentimos a la vez, sin decirlo previamente, como todos de acuerdo", " y menos mal que por lo menos esto nos ha pillado con un gobierno de personas normales y no de los cafres que se cargaron la sanidad pública en Madrid y en cualquier parte por donde han ido rapiñando, por ejemplo y andaban hace cuatro días cerrando parte de los hospitales públicos en Galicia,. Menuda pandilla". "Bueno, no te ocupes de ellos, que baja la moral, con solo pensar que están ahí, y a lo mejor eso es malo para las defensas", "tienes razón, ahora toca cuidarnos unos a otros y no estar pendientes de destarifados fuera de tiesto y de contexto, en busca solo del negociete y las comisiones", "que les den, nosotras, ahora, a lo que toca". "Pues sí".
Me he quedado en la ventana escuchando el silencio cuando ellas se han ido o se han cambiado de habitación. No sé. Pero a mí me ha quedado en el alma y alrededor un aroma a cielo abierto, a lluvia luminosa y a cacerolada de la conciencia.
Gracias, vecinas. No sé quienes sois, 72 viviendas repartidas en tres escaleras distintas, como sucede en nuestra casa, ya casi un pueblo, es demasiado territorio comanche para reconocer o distinguir a nuevos inquilinos o propietarias. En realidad nos reconocemos con solo pensar y sentir. Lo de hablar es la mera consecuencia del mismo proceso. Se va notando cada día con más fuerza, según se aprietan las tuercas del pánico, parece que de él saliesen brotes de algo mucho más grande y sorprendente para bien, que el miedo.
Gracias, no me canso de darlas constantemente, hermanas y hermanos de patio interior, sobre todo interior. Será por eso, por lo interior y lo profundo, que cunde tanto lo que hace cuatro días valía tan poco.
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