jueves, 26 de marzo de 2020

Qué maravilla, que ante una pandemia desquiciada como la que ahora ocupa todos los espacios, haya médicos como el Doctror Fernández -Quiroga, capaces de conectarnos con la energía de Budda y de abrir canales de conciencia en el cenagal de una avalancha que tiene más de guerra contra la conciencia colectiva que de enfermedad mortal. Gracias, Gonzalo, amigo y maestro, por estar ahí con todos los médicos que no se limitan a ser matasanos al uso. ¿Qué haría la humanidad sin vosotros? No quiero ni pensarlo...



Siddharta y el Coronavirus


Sé ayunar
Sé meditar
Sé esperar
Eso es todo lo que sabe Siddharta cuando le preguntan qué sabe hacer.
En estos días de coronavirus, de Covid-19, no sé por qué, he vuelto a esta novela de mi juventud de Herman Hesse, Nobel de Literatura en 1946. Creo que muchos de nosotros leímos muchas de sus novelas en un tiempo en el que la contracultura de los años 60 nos traía otra manera de hacer, otra manera de imaginar el mundo y la sociedad con ecos lejanos de oriente. Tengo buenos recuerdos de “Demian”, “Bajo las ruedas”, de alguna otra que no recuerdo el título y, sobre todo, de mi favorita, “El lobo estepario”.
Siddharta representaba ese objetivo de búsqueda, individual y colectiva, de espiritualidad. Una novela, aparentemente sencilla, basada, de algún modo, o en paralelo, en la vida de Gautama Budda en su recorrido por alcanzar, si así puede decirse,  el nirvana o el cese de todo deseo. El deseo y su prima hermana, la codicia, uno de los orígenes del malestar humano, primero en occidente pero ahora, también, en ese oriente al que muchas veces hemos idealizado por su presunta “espiritualidad”. En esta entrevista lo explica bien la escritora Chantal Maillard.
En la novela leemos cómo Siddharta, un joven hindú, abandona a su padre, a su familia, de una manera más bien brusca y fría en busca de ese supuesto camino vital y espiritual. Él y su fiel amigo Govinda se unen a la secta de los Samanas, hombres dedicados en cuerpo y alma a la meditación y que obtienen el sustento de lo que encuentran y lo que les dan en su peregrinaje. Allí es donde Siddharta aprende a ayunar, a meditar y a esperar. Más tarde, conocerá el mundo de los placeres sensoriales y sexuales, el mundo de la riqueza, la paternidad y el amor filial (frustrante y desesperanzado), el hastío y la insatisfacción, la tristeza y la decepción, la muerte, el amor,la reconfortante y esencialescucha del río con el callado y sabio barquero Vasudeva y, quién sabe, al final de todo, seguramente eso que llaman nirvana o algo que se le parece mucho. 

EL CORONAVIRUS

El recuerdo de esta novela me vino, no sé por qué, con todas esas escenas de pánico de la gente asaltando los comercios por efectos de la pandemia coronavírica, Covid-19.  Ahí estaba el miedo, lógico y humano, por otra parte, el individualismo, por no decir egoísmo, el deseo y su prima hermana… Pensé en ella, también, al comprobar este tipo de sociedad tan frágil en la que el miedo se instala, primero como síntoma y, luego, como enfermedad en sí misma, ante cualquier amenaza. Esta amenaza, la del coronavirus, Covid-19, es terrible en sus efectos, más que en sí misma (aunque también sea triste y dolorosa). Tiempo habrá para analizar las medidas tomadas, algunas un tanto contradictorias, pero lo grave, en realidad, ha sido, y es, el colapso del sistema sanitario que hemos creado (o semicreado o inexistente o recortado, según los países), las negligencias, la incompetencia, la insolidaridad. Una sociedad, por otro lado, con una pobre educación sanitaria a la que hemos hecho todo lo posible por infantilizar en grado sumo. Y un factor de fondo como es la presión humana sobre el medio ambiente, la deforestación de grandes extensiones, el hiperconsumo y otros factores similares, que hace quecambie el hábitat natural de según qué especies de animales ymosquitosque, al final, son los portadores y falsos culpables de estas epidemias. Aquí se explica bien esta idea. Esperemos que esta pandemia no llegue a países más pobres donde volvería a confirmarse que la escasez de recursos es uno de los principales, si no el mayor, determinante de salud.
“Dios no puede ser burlado” escribía Bateson, que no era creyente, citando a la Biblia y refiriéndose a los sistemas cibernéticos autorregulados.  
Históricamente nos hemos organizado, en general, de manera poco solidaria, hemos primado la rentabilidad económica por encima de todo y, ahora, pedimos sentido de colectividad, solidaridad y colaboración para el que la gente muchas veces ni está educada ni tiene suficientes modelos de ejemplaridad que seguir.
Podríamos pensar que otros países como China, Corea, Singapur (incluso Japón), donde parece que están saliendo mejor parados que las sociedades occidentales tienen otros valores diferentes pero, en mi opinión, tampoco es por su sentido ecologista o solidario sino, más bien, porque allí, aunque sí parece haber un mayor sentido grupal, los regímenes más o menos autoritarios y el control férreo por parte de los gobiernos ha hecho que la obediencia esté más instalada.
Si alguna enseñanza nos deja esta crisis es que no podemos seguir ingenuamente el camino del crecimiento ilimitado, en la explotación insensata e inmisericorde de los recursos del planeta, en la pura rentabilidad económica, en ese pensamiento soberbio de que somos los dueños de un planeta al que podemos esquilmar sin darnos cuenta de que somos parte de él.
Sí, el futuro, distópico, ha llegado de golpe y nos ha sorprendido casi desnudos.
Menos mal que nos queda el instinto, ese instinto de cooperación y colaboración que ha sido el verdadero motor de la evolución, digan lo que digan los darwinistas más acérrimos. Ese instinto que hace que, estos días, veamos actitudes generosas y de entrega, quasi heroicas, entre nuestros colegas sanitarios (un especial abrazo desde aquí), transportistas, personal de supermercados, fuerzas de seguridad, servicios de limpieza… Todos estos gestos nos hacen ver que sí hay otra manera de hacer las cosas, de cuidarnos para cuidar al colectivo.

SÉ AYUNAR

¿Y eso es todo? pregunta el rico comerciante Kamaswami a Siddharta, extrañado de que quiera trabajo y solo sepa ayunar, meditar y esperar.
Eso es todo, contesta el joven Siddharta.
¿Y para qué sirve? Por ejemplo, el ayuno… ¿Para qué vale? sigue preguntando el comerciante.
Y ahí es cuando le explica Siddharta lo útil que puede ser el ayuno. Estar tranquilos cuando todos los demás se ven impelidos, en pánico, por uno de los deseos humanos más poderosos como es el hambre. Si eres capaz de controlar, aunque sea temporalmente, claro, ese deseo, es fácil que puedas hacerlo con otros y, sobre todo, que sientas que puedes hacerlo con cualquier cosa.
Ayunar también te ayuda a meditar, a reflexionar, a sentir tu cuerpo leve lejos de la “atadura” de las comidas y las digestiones. A sentir tu cuerpo y tus sensaciones. Incluso te puede servir para parar, un tanto al menos, la rueda de pensamientos. Pensamientos y deseos a los que nos entregamos con fruición y que, después, muestran que no eran más que nuestros propios carceleros.
Desde siempre sabemos, además, que los ayunos son sanos. Hoy día mejor con supervisión médica, por supuesto, (todo se medicaliza en nuestros días) pero todas las tradiciones culturales y religiosas conservaban algún tipo de ayuno, llámese Ramadán, Cuaresma, etc.  Hasta el bendecir la mesa tenía un sentido que, por desgracia, hemos ido perdido. Y, más allá de la religiosidad que se le quiera dar, ese sentido profundo nos enraizaba más al medio natural y a nosotros mismos.

SÉ MEDITAR

Mucho se habla, y con razón, de las medidas preventivas para la pandemia por coronavirus, Covid-19. Como médicos sabemos perfectamente de la importancia del lavado correcto de manos, de estornudar en antebrazos o en pañuelos desechables, de la distancia de seguridad, de quedarnos en casa.
Menos evidente es meditar, o sea, en realidad, tener tiempo para nosotros mismos. Desde mi punto de vista médico esto es igualmente importante. Cada vez sabemos más de lo que llamamos sistema inmune y de su íntima imbricación, como no podía ser de otra manera, con el estado emocional y mental. Cada vez sabemos más de los mecanismos fisiológicos que explican esa unidad. Sin embargo, en pocas guías hacemos mención de ello, quizás porque es menos “objetivable”. Y el miedo, como también sabemos, es un poderoso depresor de ese sistema.
Y es que nuestro organismo, nuestra comprensión de la medicina, es un trasunto de lo que hablaba en el apartado anterior. El reduccionismo, el mecanicismo, predominante en medicina, al que debemos grandes avances, la mayor parte tecnológicos, nos ha impedido ver esa necesaria unidad. Y esa posición de no considerar a la persona como un todo, filosófica y epistemológicamente, es insuficiente hoy día para explicar la complejidad de los seres vivos.
Una posición, todo hay que decirlo, muy diferente a la de la filosofía homeopática y otros abordajes, global, suave y respetuosa con el organismo y con el medio del que formamos parte.
Meditar, pues,no es ponerse en la posición del loto y esperar la iluminación. No es “dejar la mente en blanco”. Tampoco es pensar en no pensar porque si no tendríamos que pensar en no pensar en no pensar y así hasta el infinito. Como aprendices que somos, es más fácil abordarlo como si fuera concentrarse en la respiración. Ver cómo entra y sale el aire. Inspirar y espirar. Hacernos conscientes. Se trata, pues, de concentrarse en respirar y asistir, casi como espectadores, a la multitud de pensamientos que vienen, revolotean y se van y vuelven a venir y después se transforman en otros y siguen en esa rueda incesante sin que nosotros dejemos de volver también, una y otra vez, la atención a la respiración. Ese es fundamentalmente el proceso, al que se le puede añadir los aditamentos pertinentes. Un poco de práctica y cada vez será más fácil.
“Los pensamientos son como nubes que pasan y yo los veo pasar” decía el sabio zen. Justo eso.
En realidad, amigos occidentales, si lo queremos ver también así, se trata de unos minutos para nosotros, para nosotros solos con nosotros mismos. También vale, o es complementario, el  buscarse un amante como decía en este post.

SÉ ESPERAR

La paciencia como virtud a desarrollar. La paciencia en este mundo tan impaciente. Qué bueno sería para todos nosotros. Primero para nuestro niños y jóvenes que tan intolerantes andan a la frustración. Pero, después, para todos, en ese día a día tan revuelto entre las prisas que parece no tengamos tiempo para nada de lo verdaderamente esencial y que, tiempos como estos, nos lo recuerdan una vez más. Pararnos, con paciencia, a lo esencial.
Porque tal como escribe Siddharta al comerciante Kamaswami:
“La inteligencia es buena, la paciencia es mejor”.

SUMAR

Así que en esta pandemia por coronavirus, Covid-19, lavémonos bien las manos, estornudemos en el antebrazo o en pañuelos desechables, respetemos la distancia de seguridad, quedémonos en casa, pero no desdeñemos la homeopatía y otras terapias no convencionales que han demostrado su utilidad. Y recordemos, especialmente,
saber ayunar
saber meditar
saber esperar
en el sentido que cada uno le dé y pueda, en el sentido de cuidar nuestro cuerpo, pero también nuestra alma, en el sentido de que todo sume y también sea bienvenido.

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