Hoy creo que me
equivoqué, y creo que no soy el único de los asistentes que hoy hubiera
preferido no ir: al 8M, al fútbol, a la discoteca o al mitin de Vox con
Ortega Smith. También creo que se equivocó el Gobierno al no tomar antes
las medidas que ha anunciado poco después.
Es cierto que nadie tenía entonces todos los datos que
tenemos hoy. Y no me refiero a la mortalidad o la peligrosidad del
coronavirus, que ya lo sabíamos, sino a su nivel de difusión por Madrid.
Fue el lunes cuando el número de nuevos infectados se disparó:
pasamos de 28 nuevos positivos en Madrid el domingo a 375 el día
siguiente. Fue el lunes, y no el domingo, cuando quedó en evidencia que
el coronavirus circulaba masivamente por mi ciudad. Que la pandemia no
era algo lejano y ajeno, que se veía por televisión. Que ya estaba aquí,
y estaba fuera de control.
En las últimas horas, como
nos pasa a muchos madrileños, varias personas de mi entorno profesional
y personal han empezado a tener síntomas claros de esta enfermedad;
llevan todo el día intentando que les atiendan por unos teléfonos de
emergencia colapsados. Algunas ya han dado positivo. Otras probablemente
pronto lo darán. Mi día a día ha cambiado radicalmente. También ha
cambiado mi ciudad y mis expectativas para el futuro. Ya sé que no será
igual.
Tanto si la enfermedad se cronifica y nos enfrentamos al colapso que vive Italia como si logramos frenar la curva
y evitar al menos que la epidemia reviente nuestro sistema sanitario,
el impacto del COVID-19 en nuestras vidas solo acaba de empezar. Las
próximas semanas van a ser más duras, con seguridad. Es ingenuo poner un
horizonte temporal ante esta crisis cuando lo primero que ha caído es
la previsibilidad. Simplemente sabemos que, a corto plazo, la situación
en todo el mundo y en España va a empeorar. Pero no sabemos cuándo
tocaremos fondo, ni cuánto va a durar.
La gravedad de
esta pandemia no es, en abstracto, una novedad para cualquier ciudadano
informado. Pero la cosa cambia cuando pasas de la teoría a la práctica.
Cuando el pánico vacía algunas estanterías de los supermercados de tu
ciudad. O cuando recuerdas que le diste la mano hace pocos días a esa
persona que hoy está en cuarentena. O cuando piensas en las personas
mayores a las que quieres. O cuando haces las cuentas del número de
enfermos que se esperan –alrededor del 40% de los infectados en Madrid
necesitarán atención hospitalaria y un 10% acabará en la UCI, según asegura el consejero de Sanidad–, y confirmas que en toda España solo tenemos 4.400 camas en unidades de cuidados intensivos.
Hoy
casi todos los madrileños, o los vitorianos, sabemos ya lo que hace dos
semanas conocían de primera mano los ciudadanos de Milán. Lo que pronto
sabrán muchos otros españoles que, por ahora, no le dan tanta
importancia a esta epidemia. Y que inevitablemente pronto se la darán.
Las
pasadas semanas, en eldiario.es, me preocupaba mucho no provocar un
pánico innecesario con el coronavirus. Hoy tengo la sensación contraria:
hay demasiadas personas que aún viven ajenas a lo que está ocurriendo,
que no cumplen con las mínimas recomendaciones sanitarias, que prefieren ignorar la gravedad de la situación o encomendarse a pintorescas teorías de la conspiración.
Es posible que una parte de la culpa sea nuestra, de los medios, de
nuestra propia credibilidad. Tantas veces vino el lobo que, cuando
llega, algunos no nos creen ya.
En los próximos días
probablemente llegarán medidas más drásticas: más prohibiciones para
intentar evitar un desastre aún mayor. Pero todo el poder del Gobierno
no basta por sí mismo para solucionar esta situación. En Italia hubo
quien se saltó la cuarentena obligatoria para escaparse a esquiar.
Fui yo, este domingo, quien libremente decidió ir a la manifestación. Nadie me lo prohibió, pero tampoco nadie me obligó.
El
Gobierno tiene un papel en la sociedad: uno muy importante, como en
toda crisis queda patente, también para aquellos que critican al "papá
Estado" y piden su demolición. Pero de nada sirven todas las medidas del Gobierno
si cada uno de nosotros no asumimos nuestra responsabilidad individual
para evitar más contagios. Por nosotros. Por los que más queremos. Por
los que luchan contra la pandemia en primera línea de fuego. Y por toda
la sociedad.
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