Había una vez un rey
Un viejo cuento popular con final feliz, para dormir bien
-Va, cuéntanos otro cuento, pero ahora uno que tenga final feliz.
-Vale, pero el último, que es tarde. Uno de Gianni Rodari, a ver qué os parece: Había una vez un rey que era muy querido en su país, donde reinaba desde hacía muchos años sin sobresaltos. Aquel rey era muy aficionado a la caza…
-¿Qué cazaba? ¿Osos?
-Sí, osos. Y elefantes. Sucedió que un día, estando de caza lejos del palacio, sufrió un accidente…
-¿Se cayó del caballo?
-Sí… No, no iba a caballo, creo. ¿Me dejáis que siga contando?
-Vale, pero ¿terminará bien?
-Si me dejáis acabarlo, prometo que tendréis vuestro final feliz. Tras su accidente, el rey descubrió que ya no era tan querido por las gentes de su país, así que decidió retirarse y dejar el trono a su hijo, el príncipe…
-¿Y eso vale? ¿Los reyes no son reyes hasta que se mueren?
-El rey de nuestro cuento pudo retirarse, y desde ese día se dedicó a recibir homenajes, viajar y pasar más tiempo con…
-La reina.
-No, la reina no lo acompañaba, solía ir con una amiga. Una amiga especial. Un día esta amiga contó que el viejo rey le había regalado una millonada, y entonces se descubrió que el rey había recibido cien millones de otro rey amigo, y se los había llevado a un paraíso fiscal.
-¿Suiza?
-Casi. En un banco suizo, pero en Bahamas, mediante una fundación panameña y usando testaferros. Pero fue la justicia suiza quien siguió el rastro del dinero, por si procedía del cobro de comisiones en grandes obras internacionales. Y empezaron a salir informaciones sobre el patrimonio del rey, oculto en el extranjero, y que no parecía guardar proporción con el dinero que sus súbditos le habían pagado durante su reinado.
-Lo investigarían, ¿no?
-Hubo algún intento, pero la justicia de su país lo archivó, porque el rey era inviolable cuando se produjeron los…
-¿Cómo que inviolable?
-"La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad…" Lo decía la constitución de aquel país.
-Pero se entiende que la inviolabilidad se refiere a actos relacionados con su labor institucional, no a cualquier delito que pudiese cometer como ciudadano, ¿no? ¿Si mataba a alguien también era inviolable?
-Eso era objeto de discusión entre juristas, con cada vez más partidarios de una interpretación restringida de la inviolabilidad. Pero a la hora de la verdad, los tribunales no se andaban con matices. Era inviolable y punto. Ni siquiera investigaban.
-Este cuento no va a terminar bien…
-Paciencia, ya veréis que sí. En el parlamento de aquel país había grupos que pedían una comisión de investigación sobre sus negocios y patrimonio, sin conseguirla, porque los partidos monárquicos la bloqueaban una y otra vez. Pero la fiscalía suiza siguió su trabajo, y fueron apareciendo nuevos datos que afectaban al viejo rey, a sus empresarios amigos, testaferros amigos, reyes amigos y, por supuesto, amigas especiales. El escándalo crecía y crecía, tanto que finalmente uno de los partidos monárquicos, presionado por sus decepcionados votantes, se vio obligado a permitir una comisión de investigación, aunque con muchas limitaciones, a puerta cerrada, controlada por los monárquicos, y por supuesto sin que compareciese el viejo rey. Solo consiguió aumentar el enfado en las calles, que ya no solo se dirigía al anterior rey, ahora también contra su hijo rey: cada vez que este salía del palacio y acudía a un lugar público, se encontraba el rechazo ruidoso de la gente, que le pedía cuentas por lo que había hecho su predecesor. Tanto, que el rey hijo acabó por pedir perdón por lo de su padre.
-¿En serio pidió perdón?
-Bueno, a su manera. Aprovechó un discurso de inauguración de cualquier cosa para pronunciar unas palabras poco claras, más bien indirectas y con la boca pequeña, sobre la ejemplaridad y los errores, sin siquiera nombrar a su padre, pero que sus cortesanos rápidamente convirtieron en indudable expresión de disculpa, mensaje histórico, gesto ejemplar, ruptura con su padre, compromiso con la democracia, transparencia y demás loas, que a esas alturas eran insuficientes para la mayoría de ciudadanos, porque seguían llegando informaciones desde el extranjero, y aparecían grabaciones, documentos, testigos y amigas especiales con ganas de hablar. El cerco se estrechaba.
-Pero seguía siendo inviolable, ¿no?
-Sí, pero también ese blindaje empezó a resquebrajarse, porque se conocieron hechos posteriores a su abdicación, cuando ya no era inviolable. El primero en intentarlo fue un ciudadano, un particular, que presentó una querella en el Tribunal Supremo contra el viejo rey, al considerarse perjudicado por su comportamiento. Cohecho, fraude fiscal, malversación, tráfico de influencias… Los jueces lo archivaron deprisa, basándose en cuestiones formales, al haber sobreseído ya antes otro tribunal una primera investigación por falta de indicios. Pero ahora había nuevos indicios, muchos y evidentes indicios, y tras ese primer intento, se multiplicaron las querellas de particulares y de colectivos, que también buscaron amparo en la justicia de otros países.
-Esto se pone interesante…
-Mientras los jueces no daban abasto archivando querellas, el fiscal suizo decidió acusar al viejo rey y pedir su procesamiento. El tribunal suizo envió una comisión rogatoria, que fue denegada por el gobierno de aquel país que, si bien ya no quería tanto a su viejo rey, seguía protegiéndolo a la desesperada, poniendo como excusa ahora su avanzada edad y su delicado estado de salud.
-Ya. Al final el rey del cuento se fue de rositas, ¿es eso?
-Esperad, que ahora viene lo mejor. Cuando parecía que la vía judicial estaba agotada, el sindicato de técnicos de Hacienda pidió a la Agencia Tributaria que investigase al viejo rey en tanto que contribuyente, por si había cometido algún delito fiscal. De las informaciones aparecidas resultó que tenía bienes en el extranjero que no había declarado en los años posteriores a su abdicación: cuentas bancarias y propiedades en otros países por las que no habría tributado en el suyo. Un posible fraude fiscal que no habría prescrito y sobre el que no actuaba la inviolabilidad por ser posterior. No se podía investigar el origen de su patrimonio, pero sí sus declaraciones de impuestos. La presión ciudadana en enormes manifestaciones, secundada por algunos partidos y medios, obligó a Hacienda a abrir una investigación. En ella quedó demostrada la existencia de una estructura opaca para ocultar bienes y evadir impuestos, mediante testaferros, fundaciones y paraísos fiscales. Es decir, fraude fiscal, más un posible delito de blanqueo de capitales.
-¿Y lo acabaron condenando?
-Ya llega, ya llega... Aquello era tan escandaloso que la Agencia Tributaria se vio obligada a presentar una denuncia, y los jueces esta vez tuvieron que admitirla.
-¿Pero lo condenaron o no?
-La justicia, que no es tan impaciente como vosotros, se tomó su tiempo. Mucho tiempo. La instrucción fue lenta. Muuuuy lenta. Cambió varias veces el juez instructor. Los abogados usaron todos los recursos posibles para dilatarla. El juicio se aplazó una y otra vez. Algunos decían que era una maniobra para ver si el viejo rey se moría antes y así ya no hacía falta juzgarlo. Otros, que era un intento por desactivar el escándalo, que se fuese extinguiendo; pero los ciudadanos seguían movilizados, y el rey hijo llevaba tiempo sin poder acudir a un acto público sin abucheos. Finalmente se celebró el juicio, al que no tuvo que asistir el viejo rey por su delicada salud, y donde fiscalía y abogacía del Estado parecían ser parte de su equipo de defensa.
-¡Venga ya, dinos de una vez si lo condenaron!
-Lo absolvieron de los delitos más graves, cuyas condenas cayeron sobre el resto de implicados: testaferros, comisionistas, empresarios, amigas especiales. Pero sí lo condenaron por fraude fiscal, pues era incuestionable que no había declarado sus bienes en el extranjero. Su abogado intentó presentarlo como una víctima, un buen hombre que de tan bueno que era se habían aprovechado de él sus socios y amigas. Pero no se libró de esa condena. Como gesto de colaboración, el viejo rey regularizó su situación con Hacienda, pagó la deuda completa y reconoció los hechos. Así consiguió que le condenasen con la pena más baja: unos meses de cárcel que por supuesto no cumpliría, y una multa millonaria.
-¿Y eso fue todo?
-¿Os parece poco un rey condenado? Os recuerdo que al principio del cuento era un rey in-vio-la-ble. Y acabó condenado. Repito: el rey inviolable acabó condenado. Lo que además supuso que muchos ayuntamientos, por la presión ciudadana, le retirasen su nombre a hospitales, universidades, colegios, bibliotecas, parques, avenidas, puentes, premios, becas…
-¿Y qué pasó con su hijo? ¿Siguió reinando como si nada?
-Ese ya es otro cuento, y es cuento largo. Lo dejamos para otro día, que es tarde.
-Pues vaya final feliz tan esmirriado. Y además, esto es un cuento, no es real, te lo has inventado todo. Es justicia poética, que al final ni es justicia ni es poética. ¡Es solo un cuento!
-Y así acaba el cuento del rey inviolable.
-Vale, pero el último, que es tarde. Uno de Gianni Rodari, a ver qué os parece: Había una vez un rey que era muy querido en su país, donde reinaba desde hacía muchos años sin sobresaltos. Aquel rey era muy aficionado a la caza…
-¿Qué cazaba? ¿Osos?
-Sí, osos. Y elefantes. Sucedió que un día, estando de caza lejos del palacio, sufrió un accidente…
-¿Se cayó del caballo?
-Sí… No, no iba a caballo, creo. ¿Me dejáis que siga contando?
-Vale, pero ¿terminará bien?
-Si me dejáis acabarlo, prometo que tendréis vuestro final feliz. Tras su accidente, el rey descubrió que ya no era tan querido por las gentes de su país, así que decidió retirarse y dejar el trono a su hijo, el príncipe…
-¿Y eso vale? ¿Los reyes no son reyes hasta que se mueren?
-El rey de nuestro cuento pudo retirarse, y desde ese día se dedicó a recibir homenajes, viajar y pasar más tiempo con…
-La reina.
-No, la reina no lo acompañaba, solía ir con una amiga. Una amiga especial. Un día esta amiga contó que el viejo rey le había regalado una millonada, y entonces se descubrió que el rey había recibido cien millones de otro rey amigo, y se los había llevado a un paraíso fiscal.
-¿Suiza?
-Casi. En un banco suizo, pero en Bahamas, mediante una fundación panameña y usando testaferros. Pero fue la justicia suiza quien siguió el rastro del dinero, por si procedía del cobro de comisiones en grandes obras internacionales. Y empezaron a salir informaciones sobre el patrimonio del rey, oculto en el extranjero, y que no parecía guardar proporción con el dinero que sus súbditos le habían pagado durante su reinado.
-Lo investigarían, ¿no?
-Hubo algún intento, pero la justicia de su país lo archivó, porque el rey era inviolable cuando se produjeron los…
-¿Cómo que inviolable?
-"La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad…" Lo decía la constitución de aquel país.
-Pero se entiende que la inviolabilidad se refiere a actos relacionados con su labor institucional, no a cualquier delito que pudiese cometer como ciudadano, ¿no? ¿Si mataba a alguien también era inviolable?
-Eso era objeto de discusión entre juristas, con cada vez más partidarios de una interpretación restringida de la inviolabilidad. Pero a la hora de la verdad, los tribunales no se andaban con matices. Era inviolable y punto. Ni siquiera investigaban.
-Este cuento no va a terminar bien…
-Paciencia, ya veréis que sí. En el parlamento de aquel país había grupos que pedían una comisión de investigación sobre sus negocios y patrimonio, sin conseguirla, porque los partidos monárquicos la bloqueaban una y otra vez. Pero la fiscalía suiza siguió su trabajo, y fueron apareciendo nuevos datos que afectaban al viejo rey, a sus empresarios amigos, testaferros amigos, reyes amigos y, por supuesto, amigas especiales. El escándalo crecía y crecía, tanto que finalmente uno de los partidos monárquicos, presionado por sus decepcionados votantes, se vio obligado a permitir una comisión de investigación, aunque con muchas limitaciones, a puerta cerrada, controlada por los monárquicos, y por supuesto sin que compareciese el viejo rey. Solo consiguió aumentar el enfado en las calles, que ya no solo se dirigía al anterior rey, ahora también contra su hijo rey: cada vez que este salía del palacio y acudía a un lugar público, se encontraba el rechazo ruidoso de la gente, que le pedía cuentas por lo que había hecho su predecesor. Tanto, que el rey hijo acabó por pedir perdón por lo de su padre.
-¿En serio pidió perdón?
-Bueno, a su manera. Aprovechó un discurso de inauguración de cualquier cosa para pronunciar unas palabras poco claras, más bien indirectas y con la boca pequeña, sobre la ejemplaridad y los errores, sin siquiera nombrar a su padre, pero que sus cortesanos rápidamente convirtieron en indudable expresión de disculpa, mensaje histórico, gesto ejemplar, ruptura con su padre, compromiso con la democracia, transparencia y demás loas, que a esas alturas eran insuficientes para la mayoría de ciudadanos, porque seguían llegando informaciones desde el extranjero, y aparecían grabaciones, documentos, testigos y amigas especiales con ganas de hablar. El cerco se estrechaba.
-Pero seguía siendo inviolable, ¿no?
-Sí, pero también ese blindaje empezó a resquebrajarse, porque se conocieron hechos posteriores a su abdicación, cuando ya no era inviolable. El primero en intentarlo fue un ciudadano, un particular, que presentó una querella en el Tribunal Supremo contra el viejo rey, al considerarse perjudicado por su comportamiento. Cohecho, fraude fiscal, malversación, tráfico de influencias… Los jueces lo archivaron deprisa, basándose en cuestiones formales, al haber sobreseído ya antes otro tribunal una primera investigación por falta de indicios. Pero ahora había nuevos indicios, muchos y evidentes indicios, y tras ese primer intento, se multiplicaron las querellas de particulares y de colectivos, que también buscaron amparo en la justicia de otros países.
-Esto se pone interesante…
-Mientras los jueces no daban abasto archivando querellas, el fiscal suizo decidió acusar al viejo rey y pedir su procesamiento. El tribunal suizo envió una comisión rogatoria, que fue denegada por el gobierno de aquel país que, si bien ya no quería tanto a su viejo rey, seguía protegiéndolo a la desesperada, poniendo como excusa ahora su avanzada edad y su delicado estado de salud.
-Ya. Al final el rey del cuento se fue de rositas, ¿es eso?
-Esperad, que ahora viene lo mejor. Cuando parecía que la vía judicial estaba agotada, el sindicato de técnicos de Hacienda pidió a la Agencia Tributaria que investigase al viejo rey en tanto que contribuyente, por si había cometido algún delito fiscal. De las informaciones aparecidas resultó que tenía bienes en el extranjero que no había declarado en los años posteriores a su abdicación: cuentas bancarias y propiedades en otros países por las que no habría tributado en el suyo. Un posible fraude fiscal que no habría prescrito y sobre el que no actuaba la inviolabilidad por ser posterior. No se podía investigar el origen de su patrimonio, pero sí sus declaraciones de impuestos. La presión ciudadana en enormes manifestaciones, secundada por algunos partidos y medios, obligó a Hacienda a abrir una investigación. En ella quedó demostrada la existencia de una estructura opaca para ocultar bienes y evadir impuestos, mediante testaferros, fundaciones y paraísos fiscales. Es decir, fraude fiscal, más un posible delito de blanqueo de capitales.
-¿Y lo acabaron condenando?
-Ya llega, ya llega... Aquello era tan escandaloso que la Agencia Tributaria se vio obligada a presentar una denuncia, y los jueces esta vez tuvieron que admitirla.
-¿Pero lo condenaron o no?
-La justicia, que no es tan impaciente como vosotros, se tomó su tiempo. Mucho tiempo. La instrucción fue lenta. Muuuuy lenta. Cambió varias veces el juez instructor. Los abogados usaron todos los recursos posibles para dilatarla. El juicio se aplazó una y otra vez. Algunos decían que era una maniobra para ver si el viejo rey se moría antes y así ya no hacía falta juzgarlo. Otros, que era un intento por desactivar el escándalo, que se fuese extinguiendo; pero los ciudadanos seguían movilizados, y el rey hijo llevaba tiempo sin poder acudir a un acto público sin abucheos. Finalmente se celebró el juicio, al que no tuvo que asistir el viejo rey por su delicada salud, y donde fiscalía y abogacía del Estado parecían ser parte de su equipo de defensa.
-¡Venga ya, dinos de una vez si lo condenaron!
-Lo absolvieron de los delitos más graves, cuyas condenas cayeron sobre el resto de implicados: testaferros, comisionistas, empresarios, amigas especiales. Pero sí lo condenaron por fraude fiscal, pues era incuestionable que no había declarado sus bienes en el extranjero. Su abogado intentó presentarlo como una víctima, un buen hombre que de tan bueno que era se habían aprovechado de él sus socios y amigas. Pero no se libró de esa condena. Como gesto de colaboración, el viejo rey regularizó su situación con Hacienda, pagó la deuda completa y reconoció los hechos. Así consiguió que le condenasen con la pena más baja: unos meses de cárcel que por supuesto no cumpliría, y una multa millonaria.
-¿Y eso fue todo?
-¿Os parece poco un rey condenado? Os recuerdo que al principio del cuento era un rey in-vio-la-ble. Y acabó condenado. Repito: el rey inviolable acabó condenado. Lo que además supuso que muchos ayuntamientos, por la presión ciudadana, le retirasen su nombre a hospitales, universidades, colegios, bibliotecas, parques, avenidas, puentes, premios, becas…
-¿Y qué pasó con su hijo? ¿Siguió reinando como si nada?
-Ese ya es otro cuento, y es cuento largo. Lo dejamos para otro día, que es tarde.
-Pues vaya final feliz tan esmirriado. Y además, esto es un cuento, no es real, te lo has inventado todo. Es justicia poética, que al final ni es justicia ni es poética. ¡Es solo un cuento!
-Y así acaba el cuento del rey inviolable.
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