jueves, 12 de marzo de 2020

La voz de Iñaki | 12/03/20

        

La locura del caos se equivoca en su atolondramiento y eso nos puede ayudar. ¿De qué sedimentos procede ese trastorno? Es posible que sea un resto fosilizado de nuestra primigenia condición de animales  y que su base esté ligada a la forma  reptiliana más primitiva. Nuestras tradiciones más remotas hacen alusión a serpientes y dragones que pretenden apoderarse de la energía e incipiente conciencia de los humanos, instalados materialmente en forma animal, como homínidos, y por ello,  capaces de avanzar, de pensar y de crear, además de 'sentir' y seguir pautas de especie. La posibilidad de que la humanidad avance y transforme su primitivo cerebro reptiliano en un neocórtex cerebral mucho más inteligente y lúcido, capaz de superar la atadura primitiva de los instintos y con el yugo de la esclavitud de los deseos  impulsivos a corto plazo, como empuje  más poderoso, angustia, espanta y enfurece muchísimo a esa parte de humanidad aun reptiliano-dependiente, que convive con la conciencia cada vez más despierta y avanzada de su propia especie. Durante milenios esa tensión se ha presentado inicialmente como un fenómeno interno, una especie de lucha personal entre luz y sombra, entre el bien y el mal, entre materia y espíritu, entre alma y cuerpo, entre amos y esclavos, ricos y pobres, víctimas y verdugos, dioses y hombres...Y así hemos ido tirando durante milenios. 

Hemos sido libres desde nuestro albedrío, para elegir cómo afrontar la vida, no desde lo medible y cuantitativo, sino desde lo no medible y cualitativo. Esa elección determina el resultado cualitativo esencial y exponencial que nos hace cambiar las inercias reptilianas siempre cuantitativas, por la conciencia humana y por ello, humanizadora. Es decir: la conciencia nos saca de la esclavitud inercial, sin más horizonte que las ataduras del mero deseo egocéntrico y nos posibilita el cambio del estado reptiliano al estado consciente, que pasa de deseo a voluntad razonada, de la primaria emoción tan intensa como evanescente, al poderoso y más sólido sentimiento, que nos permite la decisión y la organización de voluntades y de acción, que nos saca del rebaño instintivo y nos ayuda a construir la conciencia colectiva, cuya inteligencia nace, crece y se desarrolla mediante la praxis del bien común, que indefectiblemente es la sustancia del bien particular y viceversa. 

La propia evolución nos ha traído como especie y como individuos hasta este caos, consecuencia evidente de nuestro desarrollo. Ahora es el momento antropológico de dar el salto evolutivo.Las crisis económicas, sociales, financieras, migratorias, climáticas y ya sanitarias, nos advierten de que hemos llegado al límite del reptilianismo, generador de instintos como la avidez, la soberbia, el poder sobre los demás, el dinero, la simulación,la violencia, el fraude, los juegos sucios revestidos de tácticas y estrategias, de la chapuza existencial... Y  lo hace mediante nuestros propios errores: el boomerang. El pánico. El experimentar que nadie individualmente puede estar totalmente seguro de no acabar contagiado por el mal común, y de que solo la conciencia colectiva como politeia, como construccón cívica organizada ad hoc, tiene la posibilidad de realizar juntos aquello que por separado o en rebaño reptiliano -borreguil, es el caos. 
La prueba es evidente. Los intereses de partido -en pleno ejercicio reptiliano- nos han machacado durante años y han frenado todo proceso evolutivo, nos han atado política e institucionalmente a la roca de Tántalo, nos han perseguido y multado con una ley mordaza, nos han empobrecido y reducido a la miseria hasta la vivienda social y la sanidad pública, como en Madrid, sin ir más lejos, pero esas tropelías se han acumulado y han hecho saltar por los aires la 'estabilidad' del eterno negocio donde la precariedad y el miedo son el cheque en blanco universal. A la justicia cósmica le basta con que efectos y causas exploten juntos y al unísono. Ahora queda claro que todo depende del pueblo ciudadano. No de la 'conciencia de clase', ni de la trágala, sino de la consciencia colectiva y su bendita inteligencia evolutiva porque no le queda otra, ains! 
Si el garrulismo fallero de los valencianos adictos al colocón de la pólvora y 'al caloret' de la piromanía, se ha resignado solidariamente a aplazar su devota debacle anual, 'por motivos de salud pública', es que, de verdad de la buena, serpientes y dragones ya no son lo que fueron, en el podium de la caverna. ¡Aleluya!
Cuánto amor sensato, disfrazado de miedo, hace falta para suprimir las tracas diarias durante todo el mes de marzo en la Plaça dell'Ajuntament y no dejar que el aire de la ciudad se vuelva irrespirable para personas asmáticas, enfermas y débiles. Y todo, gracias a un corona virus, que nos está haciendo de maestro zen.


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