viernes, 5 de marzo de 2021

¿Qué hacer este ocho de marzo con nuestro género femenino?

 

 

Es cierto que somos libres. Pero ¿qué es la libertad? ¿Entiende todo el mundo lo mismo a la hora de ejercer ese concepto convertido en derecho y en deber por nuestra evolución antropológica? 

La libertad es el motor de las decisiones humanas, pero un motor sin una visión/voluntad inteligente que le dé un sentido integrador, inclusivo, donde los beneficios nunca son solo parciales, sino siempre colectivos,  es solo un automatismo del ego y sus patologías. Una inmadurez de manual. Es el concepto de libertad que tiene un niño de dos años, por ejemplo, con su constante "¡mío, mío!". A la libertad le ocurre algo parecido: sin una base ética-cívica-consciente- responsable del bien común (común es para todas y todos, sin exclusiones), deja de ser un derecho para convertirse en un peligro y/o en una imposición en vez de ser una elección del propio albedrío hecha oportunamente desde el discernimiento y no desde las tripas, o sea, desde lo que atiza el fuego sin reflexionar si es el momento adecuado para encender la hoguera y cocinar el menú que deseamos comernos en ese momento, aunque no tengamos ni sartén ni cacerola ni agua, ni todos los ingredientes necesarios. Cuando la libertad no se ejerce desde la conciencia que siempre va emparejada con la ética, deja de ser un derecho y un deber, para convertirse en un instinto irracional-emotivo, con todas las consecuencias previsibles. 

Un ejemplo: somos madres y padres de familia, tenemos un o una bebé, cuidarla es nuestra obligación, porque libremente decidimos tenerla. Pero el hecho de ser padre y madre nos quita la libertad que teníamos antes, nuestro descanso y sueño nocturno no es de la mejor calidad, el horario de nuestro trabajo, las quedadas con los amigos, nuestros deportes y aficiones, nuestra relación con el entorno se ve trastornada por las necesidades y los avatares de la nueva criatura. Podríamos abandonarla y no hacernos cargo de ella para seguir haciendo lo que nos apetece y a lo que tenemos derecho, pero resulta que ese derecho lleva implícita la obligación de cuidar de nuestras hijas e hijos, sobre todo porque les queremos y no deseamos que sufran ni enfermen ni carezcan de lo necesario para estar sanas, atendidas y felices. Es cierto que pudimos optar por no tenerles, pero el caso es que ahí están sin que lo podamos evitar, y el futuro del género humano depende de que ellos existan. 

Bien, pues la vida, la convivencia y la cooperación imprescindible para que la vida tenga sentido es aun más decisiva y urgente que la propia libertad, ya que sin ese ingrediente fundamental como es la salud, especialmente en este caso del 8 de marzo, como de los agobios del capital acojonado por la falta de comercio en mogollón que les llena los bolsillos y destroza el Planeta, no es posible ni la libertad ni los derechos ni nada, porque el resultado es contagio, enfermedad y muertes a lo bestia. ¿Para qué sirven libertad y derechos si no hay vida en la que disfrutar ambas cosas?

Nuestro derecho a manifestarnos por una causa tan justa como lo es la reivindicación de los derechos del género más castigado, el femenino, no puede sostenerse si para reivindicarlo tenemos que poner en riesgo gravísimo la salud de la sociedad por contagios en catarata en plena pandemia. Así se hizo el año pasado y los resultados fueron demoledores. Al menos deberíamos haber aprendido de la experiencia.

Y sí, ¡Claro que la decisión de prohibir las manifestaciones para proteger la salud y no favorecer el contagio  es un hecho político, por supuesto! Todo lo que atañe a la polis/politeia (a la ciudadanía) ¡es política! Otra cosa es que sea un asunto ideológico y  eso, por desgracia, -más que política es un lavado emocional de cerebro-, es el riesgo trivializador e insensato que corre la defensa y reivindicación de los derechos del género femenino cuando se valora más el ruido que las nueces, como en este caso. Hay soluciones muy dignas e inteligentes, -como se ha hecho en València con las Fallas que se posponen hasta que se puedan celebrar, y eso que de las Fallas viven los artesanos que trabajan todo el año para hacerlas posibles-. ¿Por qué no posponer la manifestación para cuando no haya riesgos de contagios? Hay una cosa fundamental que no se puede obviar: antes la vida que la fiesta. Antes la vida de las propias mujeres que la celebración de su lucha, superdigna, superadmirable y necesaria en tantos aspectos, pero jamás por encima del derecho a la vida, al no contagio y a la salud, incluida las de las mujeres, obviamente!

Hay que estar muy ciegas, ser muy fanáticas, muy "machas" o muy cafres para no entender esta situación de emergencia planetaria y confundir el rábano con las hojas o el tocino con la velocidad de un modo mucho más propio de machos  impresentables que de mujeres medianamente inteligentes. Un 8 de marzo insolidario por lo ginecéntrico sería un bochorno para cualquier mujer que tenga dos dedos de frente y una conciencia despierta. Estaría a la misma altura de Vox y sus coches pitando en las calles envenenadas por el Monóxido de Carbono CO, de sus motores y sus humos, exigiendo "libertad" para lo suyo, mientras envenenan a la población que camina por las calles y cuya salud les importa una mierda.

Mientras no maduremos como seres humanos de poco valdrá dejarse la piel en un corral de cabras desnortadas.

¿No sería mejor salir a los balcones sincronizadas en toda España y poner como banda sonora "Bendita Vida" de los Txarango, por ejemplo? Seguro que algo así despierta más conciencias que un atropello a los derechos de tod@s para inútilmente reivindicar los nuestros. 

Las tripas rabiosas y los cabreos son los peores consejeros de cualquier  movimiento social que de verdad pretenda ser respetado y comprendido, si él mismo no es capaz de respetarse a sí mismo como a la ciudadanía que pretende concienciar paradójicamente con su ausencia de conciencia. 

Radicalismo narcisista + miopía insensata = fracaso total. Ains!

No hay comentarios: