sábado, 13 de marzo de 2021

El teatro desde la antigüedad es una de las mejores, más acertadas y eficaces herramientas de la conciencia humana para aclararse a sí misma. Cuando aun no existía la prensa, ni los libros ni la literatura como expresión habitual en los kioskos, era el teatro el encargado de hacer de transmisor social, era la escena con seres humanos representando los dilemas, conflictos, chirigotas, acertijos, felicidad o desgracia, penas y alegrías, guerras y paz, elemento pedagógico fundamental para mostrar al ser humano sus recovecos más profundos en las heridas y gratificaciones cotidianas. Hoy Sato Díaz desde Cuarto Poder nos ofrece esta generosa invitación a reconcernos en el escenario de la vida. ¡Muchas gracias por este regalo!

 

REFLEXIONES SABADESCAS

Política Millonaria

“Cuando el parlamento se convierte en un teatro, los teatros deben ser parlamentos”. Esta frase, en el mural del patio, ha dado la bienvenida, durante años, al público de la madrileña Sala Mirador. El Congreso, más que un teatro, hoy en día, es un plató para unos programas políticos televisivos que cada vez tienen más que ver con el entretenimiento.

La política se ha convertido en un espectáculo total, producido por políticos y partidos y analistas, consumida por los propios políticos y analistas, y por una parte de la ciudadanía (que sigue siendo una minoría). La política es una sucesión de intrigas, de traiciones, de cuchilladas, de golpes de efecto. Política es, hoy en día, esto: giros de guion inesperados que hagan que el público, la audiencia, la ciudadanía les preste atención. El poder político como anhelo, como objetivo.

La política cada vez tiene menos que ver con la gestión y más con la comunicación, la política es cada vez más un producto comunicativo y poco más. En un mundo globalizado, donde la soberanía se pierde desde las instituciones públicas (ayuntamientos, comunidades y Estado) hacia arriba (organizaciones supranacionales como la UE o, simplemente, hacia multinacionales empresariales), la gestión y su evaluación y crítica cada vez parece importar menos a partidos y gurús políticos. Lo importante no es ser bueno, sino parecerlo.

Si la política es, sobre todo, espectáculo, fijémonos en los espectáculos para entender algo de política, de política real, de la complicada situación a la que se han de enfrentar las personas para sacar sus vidas adelante. El pasado miércoles, mientras en el Congreso de los Diputados el show no llegaba a su fin (mociones de censura, ruptura de gobiernos y elecciones anticipadas), en el Teatro Español (muy cerquita del Congreso, en la Plaza Santa Ana de Madrid) se representaba la obra Nápoles Millonaria, del italiano Eduardo de Filippo.

La obra ya se había representado en España hace años, un grupo de jóvenes actores (entre los que me encontraba) dirigidos por Francisco Vidal poníamos en pie este clásico italiano por primera vez en castellano. Corría el año 2014 y los estragos de la crisis económica que explotó en 2008 eran, entonces, muy evidentes. Hoy, en 2021, con una crisis total en el Estado español (sanitaria, económica, social, política, institucional, medioambiental…) vuelve el texto napolitano a las tablas para recordarnos algunas cuestiones básicas. Y es que este texto no pierde nunca la actualidad.

En el Teatro Español, se representará hasta el próximo 28 de marzo. No se la pierdan. Dirigido por Antonio Simón, el elenco está compuesto por Dafnis Balduz, Rocío Calvo, Roberto Enríquez, Óscar de la Fuente, Elisabet Gelabert, Nuria Herrero, Raúl Prieto, Fernando Tielve, José Luis Torrijo y Mario Zorrilla. Nápoles Millonaria (1945) cuenta la peripecia de una familia napolitana en torno a la II Guerra Mundial. Y cómo en tiempos de crisis, la usura y el estraperlo, los métodos más indecentes, son los que más utilidad tienen para enriquecerse, para conseguir poder. ¿Les suena?

La familia evoluciona desde la pobreza a la riqueza durante la contienda bélica. El personaje principal es Genaro, el padre de familia, el arquetipo de la decencia. De sus discursos y análisis de la situación extraemos conclusiones como la confianza en que la humanidad puede ir a mejor, valores que podrían entroncar con un socialismo que cree en el apoyo mutuo como forma de sobreponerse a las adversidades. Cuando Genaro está presente en la familia, esta se comporta entorno a estos valores; cuando desaparece, la corrupción se convierte en la manera de medrar. También se tocan otros muchos temas: las siempre difíciles relaciones entre padres e hijos; los abusos sexuales que los soldados (en este caso los aliados) realizan con mujeres de los lugares donde se llevan a cabo las operaciones militares; las cuestiones elementales para la vida: la medicina, la alimentación, la justicia social...

La obra popularizó una expresión en Italia, sobre el escenario pronunciada, cómo no, por Genaro: “Tiene que pasar la noche”. Una frase que hace referencia a la necesidad de resistir, aguantar, fortalecerse frente a las adversidades. Nápoles Millonaria es, ante todo, una exhibición de valores y de optimismo y confianza en la humanidad capaz de redimirse de las penas, que es capaz de construir desde lo destruido, de seguir adelante. “¿Qué ha pasado?”, le preguntará Amalia, su esposa, a Genaro. “Ha pasado la guerra”, le responderá él.

“Tiene que pasar la noche” quizás es el mejor consejo que nos podamos dar los unos a los otros en estos momentos de incertezas, miedos y enfermedad. Tiene que pasar la noche, para que un nuevo y soleado día cobre protagonismo. La pandemia (y sus nefastas consecuencias sociales, económicas y políticas) nos sitúa en un momento de dificultad y debilidad. Estamos ante una gran depresión colectiva, pero si miramos al pasado (o al teatro) podemos comprender que ya hubo tiempos pasados oscuros, y que la noche pasó y llegó el día. Si la política se empeña en transmitirnos valores como que está permitido todo para medrar, tendremos que mirar al teatro para reconocernos, como ante un espejo, en los personajes. Tiene que pasar la noche. Y si los parlamentos son teatros, que los teatros se conviertan en parlamentos.

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