miércoles, 24 de marzo de 2021

El alma de Cervantes respira en Isaac Rosa, qué genial! Leer sus artículos es una conexión inmediata con la misma visión desgraciadamente intemporal de Sancho Panza y Alonso Quijano en el mismo repaso. Gracias, Isaac, por escribir y gracias a eldiario.es por publicarlo! 👍👍👍👍👍👍👏👏👏👏👏👏👏👏

 

Franceses y alemanes sí, españoles no... Pero, ¡¿en qué país vivimos?!

eldiario.es

Vaya cabreo que os habéis pillado algunos con eso de que un alemán pueda venir a la playa mallorquina, o un francés de terracitas por Madrid, pero tú no puedas viajar para ver a tu madre. Entiendo el cabreo, porque así contado suena feo, feo; parece que importan más las vacaciones de un turista europeo que la libertad y las necesidades afectivas o sociales de un ciudadano español. O incluso peor: que importan más las vacaciones de un turista europeo que la salud de un ciudadano español, ya que nos restringen la movilidad por motivos sanitarios.

Pero estoy convencido de que debe de haber alguna explicación más allá de la que puede saltar a primera vista: que no podemos vivir sin turismo, que lo necesitamos desesperadamente, y que debemos sacrificar nuestra movilidad para garantizar la seguridad de los turistas (esto último lo ha dicho literal el alcalde de Málaga). El turismo es importante, claro, pero me cuesta creer que nuestros gobernantes tomen decisiones como si gestionasen un resort de vacaciones (expresión usada por Errejón) antes que un país.

Pensar algo así, que los turistas cuentan más que los españoles, sería como pensar… qué se yo, la primera burrada que se me ocurre: que las grandes infraestructuras de las últimas décadas se construyeron no para el bienestar de los españoles, sino para facilitar el movimiento de los turistas: aeropuertos, líneas de Ave, miles de kilómetros de autovía (todo ello por cierto pagado en buena parte con dinero europeo), ¿se hicieron acaso pensando en el turismo? Vale, los usan alemanes y japoneses, pero ¿acaso no los disfrutamos nosotros también? Es que si pensamos algo así de loco, podemos pensar ya cualquier disparate. El urbanismo de las costas, por ejemplo: las facilidades a la construcción en primerísima línea de playa, las recalificaciones, las grandes urbanizaciones y campos de golf, la gestión del agua y otros recursos, ¿alguien puede creer que se buscaba atraer turismo antes que mejorar la vida de los habitantes?

Y no solo la costa: en las grandes y no tan grandes ciudades, esos ayuntamientos que convierten el centro histórico en un bonito escaparate gentrificado e invierten un dineral en posicionar internacionalmente la marca-ciudad y atraer grandes eventos culturales y deportivos… ¿algún vecino puede pensar que todo es por el turismo, que hay alcaldes que prefieren hacer sus ciudades visitables antes que habitables? En Málaga sin ir más lejos, ya que hablábamos de su alcalde, ¿hay algún malagueño que piense que el polémico rascacielos ese del puerto está proyectado pensando en otra cosa que el bienestar de los malagueños?

Es que si nos ponemos malpensados, acabaremos soltando disparates conspiranoides, qué se yo: que las sucesivas reformas laborales buscan abaratar la mano de obra para que seamos un destino bueno, bonito y sobre todo barato. ¡Anda ya! Por las mismas, ¿diremos acaso que el empeño de ciertos gobernantes autonómicos con el mal llamado “bilingüismo” es para asegurar camareros y dependientes con un nivel de inglés aceptable, y no para permitir que los hijos de la clase trabajadora puedan triunfar en Silicon Valley?

Ya veis dónde acabamos si nos dejamos caer por esa pendiente demagógica: empieza uno criticando los viajes de los alemanes y las fiestas en pisos turísticos de los franceses, y acaba pensando que estamos rendidos al turismo. Somos un país turístico, sí, y a mucha honra, ya querrían otros; pero no somos un país que por el turismo esté dispuesto a cualquier cosa. Porque de ser así, si realmente tuviésemos tal dependencia del turismo, si su ausencia por la pandemia causase un impacto tan grande en la economía y su parón arrastrase fatalmente al resto de sectores, estoy seguro de que se habría abierto un gran debate a todos los niveles, en el parlamento y en los gobiernos central y autonómicos, pero también en la calle; un gran debate nacional sobre la urgencia de reorientar nuestro modelo económico. Y la verdad, no veo yo ese debate por ninguna parte, será que no es algo tan urgente ni tan importante, ¿no?

Lo dicho: no nos cabreemos tan a la ligera, no seamos demagogos. Si ellos pueden venir mientras nosotros no podemos salir de la provincia, alguna razón habrá, incluso alguna razón sanitaria, aunque nos cueste imaginarla. A ver si el presidente nos lo explica, y así dejamos de pensar tonterías.

(Ah, el título del artículo es por un viejo chiste de El Roto, del que siempre me acuerdo cuando veo a mis conciudadanos llevarse las manos a la cabeza. Un tipo clama escandalizado mientras lee el periódico: “¿¡Pero en qué país vivimos!?” Y otro le responde: “En España”. “Ah, bueno”, dice el primero más calmado).

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