Hay en los archivos del tiempo un programa muy antiguo y al mismo tiempo superactual y al alcance de todos, sin élites ni títulos, a pesar de que se ha sobeteado y tergiversado a base de bien. Son las bienaventuranzas evangélicas: la buena noticia que significa simplemente descubrir cada día de tu vida quién eres y para qué puñetas estás aquí. Y no porque te obliguen a creer en dioses e iconos ni a practicar rituales estrafalarios con los que complacer a las autoridades de un supuesto reino de los cielos, que según los indicios, en nada se diferencia de los otros reinos nada celestiales, que nos rodean, por cierto. Tampoco se necesitan dogmas impuestos, ni tener un pedigrí ad hoc, es suficiente con que caigamos en la cuenta consciente ( no confundirla con la cuenta corriente) de que no somos máquinas programadas, que tenemos libertad para elegir ver o no ver lo que tenemos delante o ponernos por decreto-ley una venda en los ojos, como si fuésemos la Justicia española, especialmente, vamos.
Se trata de ir comprendiendo sin arrasar y sin culpabilizar a nadie, que no hemos venido hasta aquí por casualidad, ni porque se hayan emperrado en ello Cuarto Milenio y los extraterrestres, con lo que cuesta y lo difícil que resulta llegar a nacer sin problemas y encajar en un mundo como este, siempre en tenguerengue, lleno de inseguridades, fijaciones, obsesiones, paradigmas demoledores, rigideces o fofosidades, traumas constantes y modelos de vida como para alucinar en colores , sonidos y estropicios sin parar. Eso sí, en medio de una naturaleza tan maravillosa como desconcertante y unas desigualdades "naturales" de lo más campechano, de las que nos llevará todo el tiempo de vida hacernos una idea más o menos aceptable, mediocre, estrafalaria, pomposa, discreta o desesperante.
La vida nos regala el lienzo, las pinturas y los pinceles, y nosotros hacemos lo que podemos con el material; lo cierto es que de un modo o de otro, lo que no podemos evitar de ningún modo es finiquitar hechos un cuadro. Y si no repasemos un poco cómo acabamos las variadísimas actividades y vocaciones, por más geniales, guapos, ingeniosos, triunfadores, glamurosas y fantásticas, seductoras y dominadores de cotarros varios, que se sea, del cuadro final no hay quien se libre. Es decir, que nadie se lleva de aquí equipaje alguno, aunque se haya dejado la misma vida en el empeño. Nos vamos sin nada. Y en poco tiempo la misma vida borra los archivos de la egomanía hasta convertir nuestro paso por la Tierra en olvido natural para que nadie enferme y se destruya intentando que nada termine como debe ser, en la nada de nada que corresponde a este estado evolutivo e inmutable.
La evolución es una inteligencia cósmica, que va rodando por diversos estados del ser y produciendo energías de todo tipo, según el plano en que se manifiesta y las necesidades que cada plano requieran. Lo más tangible y accesible, de primera mano, es la energía material, física y química, mediante ella, se origina la manifestación palpable del existir. Hasta ahí lo tenemos claro. La cosa es qué pasa a partir de ese punto de fisión, de separación y de elección. Ahí parece que de repente se despierta dentro de nosotros una energía nueva, paralela, que supera lo meramente físico e instintivo, automático, y empieza a dibujar otros planos como son el emocional, el mental y el ámbito cognitivo que da lugar al sentimiento y a la creación en forma de idea, de sensibilidad, de intuición, razonamiento, reflexión y realización ejecutora mediante otro plano más: la voluntad. Todo el conjunto va creciendo con nuestro cuerpo y así comenzamos a medirnos con el entorno, a observar y a formatear nuestras reacciones ante lo que nos vamos encontrando. Hay en nosotros unas gafas íntimas que nos detallan la realidad, una vibración emocional y mental que nos ayuda o nos entorpece en la comprensión de lo que nos sucede o no, que nos "revela" el significado personal y la visión de las cosas en conjunto: es lo que siempre se ha llamado el alma. Ella es la mirada que penetra el entorno y sus vínculos con él, la que nos hace fijarnos en todo como individuos autónomos y no solo como rebaño dirigido.
Cuando el alma se va afianzando va apareciendo sin ruidos ni aspavientos su referente imprescindible para convivir: la conciencia. Entre alma y conciencia está repartido nuestro despertar a la vida más sutil y consciente. En ese plano se establecen los vínculos que perduran y sostienen, que sanan y alimentan de verdad nuestra esencia, que nos hacen experimentar los distintos planos cognitivos de la vida, que nos enseñan a comprender matices fundamentales, como por ejemplo la diferencia que hay entre existir y ser. Que son escalones de la misma escalera, pero bien distintos. Los objetos, los hechos, las circunstancias, existen, pero no son. Para ser es necesario que estén presentes y activas el alma y la conciencia. Para existir, basta con la materia y su diseño estructural.
Bueno, esta descripción previa es una especie de mapa para no perdernos por el camino del descubrimiento interior, cada día más urgente, que aclara un poco el sentido ultratemporal de esas bienaventuranzas, que llevan dos mil años en jaque por el mundo confundidas con una religión determinada. Convertidas en dogma y en mandato de papagayo catequístico. Todo lo contrario que fue en su origen. Los judíos ya tenían una religión desde hacía un par de milenios, más o menos, pero el plano de las bienaventuranzas no se conocía para nada. Los pobres eran la escoria social y nunca bienaventurados, el dios de Abraham y sus descendientes no les prestaba la menor atención si no tenían poder, conocimiento y riqueza y montaban buenas carnicerías en el templo en honor a su divino glamour, que en nada se diferenciaba del de Zeus, Apolo o Brahamma. Es más fue un escándalo que un mindundi carpintero nazareno se dedicase a promocionarlas como nuevo camino para superar las chapuzas leguleyas solo para los señores e ilustrados que mandaban lo mismo en la religión que en los estados, y que para nada pretendían hacer un camino más sutil y humanizado donde hubiese sitio para todos por igual. Hasta ahí podíamos llegar, xd!
Las bienaventuranzas son en la historia humana el primer signo de evolución espiritual inseparable de la evolución social. No se trata de establecer "la lucha" irreconciliable entre planos sociales diversos, ideologías contrapuestas, entre egos jerarcas y egos serviciales, se trata sobre todo de mostrar a la humanidad el camino de la igualdad sin egos, partiendo desde el logro y la experiencia de la propia condición humana, por sí misma, con todas sus debilidades, fragilidades y carencias, sin elementos ampulosos y soberbios, "de clase preferente", que nos coloquen teatralmente como ganadores por encima del resto de la humanidad, cuando nacer y morir, el dolor, las carencias y la frustración, el desengaño, la traición, la violencia o el odio, es la misma lección práctica para todos y todas, de un modo o de otro.
La bienaventuranza no se puede comprar ni conseguir pagando terapias carísimas. Todo lo contrario: solo aprendiendo a disfrutar de una especie de felicidad que no puede nacer de la ruptura y las diferencias en justicia, en bienes materiales y sociales de élite según la egopatía reinante que constantemente divide, rompe, desgarra, vacía y enfrenta el mismo tejido humano que en realidad solo se encuentra a sí mismo y es feliz plenamente en la integración del Ser como experiencia de vida verdadera. Las caretas del status, el paripé de las formas, los intereses degradantes, las mentiras y las jugadas sucias no son compatibles con la bienaventuranza. Una infelicidad o felicidad, que no proceden de premios ni recompensas, ni de las faenas que te hacen los poderosos perversos de este mundo, sino de cómo comprendes, integras y vives cada cosa que llega a tu vida, sin juicios, sin odio ni venganza, desde la comprensión que da la luz interna de un amor que bendice, que no se puede ni vender no comprar. solo crece y se multiplica en bienes cuando se da sin buscar recompensa. La mayor recompensa es poder amar en ese estado regenerador y completamente revolucionario: rompe todos los viejos esquemas y al mismo tiempo va creando un Nosotros como un mundo nuevo, en el que comienza a ser posible lo inesperado, la bifurcación de la que habla el Nobel de Física Prigogine.
El compromiso de esta situación, que ya es realmente una urgencia a nivel planetario, desde la salud hasta la economía, la producción y el cambio climático, es que para que el cambio urgente suceda en lo común hay que cambiar irrevocablemente en lo individual y cuanto antes. Por ejemplo, ya no sirve pensar que el tabaco solo afecta al fumador. Ya se está demostrando que contaminar el aire que respiran todos es potenciar además una pandemia incontrolable, que precisamente está aquí para enseñarnos lo que estamos haciendo fatal con el abuso egótico de nuestras libertades. Se ha olvidado que nuestra libertad no es ilimitada, tiene el límite obvio de los derechos al bien estar saludable de todos los demás y abusar de ella es delinquir tanto en el terreno ético como en el jurídico. Por no decir, el espiritual, imprescindible para el mantenimiento del equilibrio humano y biológico, que prácticamente no existe en ese nivel de irresponsabilidad absolutamente egocéntrica.
En fin, que disponemos de un buen programa evolutivo si nos remangamos, pasamos de religiones y dogmas, recibimos este regalo de la vida y nos ponemos a trabajar y a disfrutar la bienaventuranza en limpio, como impulso vital, trabajándola desde dentro y proyectándola hacia nuestro entorno, como cantamos una canción, componemos un haikú, nos comemos una naranja o dibujamos con nuestras decisiones el cuadro de nuestra vida, ése que hará posible superar el vacío y la ficción que las circunstancias sin asumir ni gestionar desde la conciencia y el alma nos acaban imponiendo queramos o no, si no contamos con la libertad y ese whifi sutil por descubrir que nos comunican con el Ser que en realidad somos todas y todos.
Dicen la bienaventuranzas traducidas a nuestro tiempo:
Son felices los que aprenden a ser sencillos, los que facilitan el fluir de todo desde la comprensión y la empatía, los que no complican su vida ni la de nadie; les han llamado durante siglos "pobres de espíritu", pero ellos, precisamente, en espíritu son muy ricos, aunque no lo son en apegos a ninguna riqueza en plan bombo y platillo, ni siquiera a fardar de la abundancia espiritual que fluye en sus vidas como lo más natural, y por ello suyo es el reino de los cielos, es decir el reino de lo profundo e insondable, de lo que no se puede medir, pesar, contar ni poseer. Pero sí, compartir y regalar. Disfrutar y repartir. Por eso, todo se multiplica al dar.
Felices los más sensibles y ecologistas éticos, porque solo ellos heredarán la Tierra, pues ellos son y serán su único futuro posible, sin duda.
Son también felices los que lloran porque el llanto es agua limpia que ablanda la costra del dolor, disuelve el veneno concentrado en la rabia, en el miedo y en el odio, así deshace los fundamentos del rencor mientras nos abre a comprender y curar el dolor de uno en el Nosotros, como abrazo que acoge las almas y los cuerpos golpeados y heridos por la mecánica de las conductas, las normas discapaces para entender y los prejuicios, como de la ignorancia y la crueldad de los más inconscientes e ignorantes, de los más entretenidos en sus juegos del hambre. Así surge el consuelo de la compasión y de ella las iniciativas compartidas que cambian la desgracia y el odio que de ella nace, por el alivio y las soluciones prácticas a los problemas que más duelen y maltratan a la humanidad, que aun no es humana del todo, sino un cruce entre instintos, emociones, egos bulímicos y algún repunte de alma y conciencia, de cuando en cuando.
Son y serán felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados cuando consigan que su hambre y su sed contagien también a todo el Planeta.
Bienaventurados y felices son los compasivos, los misericordiosos, - en latín miserere es compadecer y cordia, desde los corazones- o sea, desde lo más entrañable y noble que tenemos.
Felices son, sin la menor duda, los limpios de corazón, porque ellos, no solo ven y sienten el espíritu que nos regala la vida, -al que llaman dios, aunque el nombre se queda cortísimo- y es que lo transmiten en su limpieza de miras, de pensamientos y deseos, así "contagian" la luz y la transparencia sin necesidad de paripés.
Felices son, por supuesto, los que trabajan por la paz , nadie mejor que ellos para ser llamados hijos del Origen Infinito, o sea, mucho más que un dios al uso. La fuente de toda energía sabia, amorosa y revolucionaria de verdad.
Felices y bienaventurados quienes sufren persecución a causa de su empeño en que se haga justicia, porque de ellos es el único reino que vale la pena: el de los Cielos que puede transformar la Tierra, desde aquí mismo, en una gran casa para toda la familia humana, si por fin se logra construir la verdadera innovación sin vuelta atrás: el Planeta de la Conciencia.
Y felices bienaventurados seréis todos y todas cuando os injurien, os persigan con mentiras y toda clase de mal contra vosotros por estar a favor de estas causas, tan mías como vuestras, tan de todos y todas los seres humanos que decidan asumir este don y estas posibilidades, tan del Origen Infinito de la Vida, que se empeñan en llamar "dios", a pesar de que solo es sencillamente y sin fanfarrias "divinas", Padre/Madre/Hermanos/Vida. Creación, movimiento, reposo, inocencia y sabiduría sin límites. Natural. Todo. Alegraos y regocijáos porque vuestra recompensa ya es muy grande cuando descubrís la felicidad que lleva consigo ese trabajo amoroso, modesto, justo e inmenso en su humildad, que solo disfrutan los que no se cierran a la luz ni al perdón ni a la normalidad del amor sin fin. Por eso el cielo ya lo vivís en la Tierra o en cualquier rincón del Cosmos donde estéis, porque allí está en y con vosotros la plenitud de la bienaventuranza.
Ni magos ni reyes. Todo regalo está en Nosotros, querida familia humana. Y para colmo: siempre, eternamente, gratis!
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