Fascistas en el Capitolio
Donald Trump siempre quiso ser un monarca absoluto, se sentía cómodo pisando las alfombras de las cortes que visitó como pasmado emperador, aunque nunca podría haber llegado al refinamiento y gravedad de una corte. Más que rey, hubiera llegado a Führer , Duce o Caudillo con su carga de teñida ordinariez. Su intención era, se pudo observar en su mandato, detentar todos los poderes de la república. Con sus órdenes ejecutivas pretendía todo el poder, relegando y despreciando primero a su gabinete, luego al poder legislativo, construyéndose, asimismo, un poder judicial a su antojo. También pretendía pasar por encima de la estructura federal de la república que intentaba ignorar.
Las palabras de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, advirtiendo que EEUU no aceptaría una monarquía y un rey, tienen todo el sentido y son fieles a una tradición expresada con notable claridad en los papeles fundacionales de esa nación. De hecho, Trump se consideraba vitalicio: nada admitiría, ni siquiera los dos mandatos constitucionales. Por eso, no tenía intenciones de irse ni de aceptar unas elecciones que no fueran plebiscitarias.
Consecuentemente, la arenga callejera de Trump para ocupar el Capitolio no es extraña. Un golpe de estado de esa naturaleza, para suprimir los resultados de los comicios recientes, entra en su lógica. No, no es un loco, sería todo más fácil: es un fascista totalitario.
Pudimos comprobar, ver y oír en directo la asonada protagonizada por sus partidarios. También hemos podido comprobar en estos últimos cuatro años el lavatorio, con risas enlatadas de fondo, de su actuación por todo el autodenominado orbe democrático occidental. Sin excepción, los mandatarios se han apresurado a reír sus extravagancias y aceptar con una lágrima su brutal apretón de manos y empujones. Desde luego que las agresiones a los Derechos Humanos, incluidas ejecuciones extrajudiciales, dentro y fuera de los EEUU, han sido pasadas por alto como no se haría con casi ningún otro Estado. Sus astracanadas diplomáticas han sido secundadas y aún pagamos las consecuencias, a veces hasta el ridículo, de sus estupideces internacionales. Algunos quieren ahora borrarse de la foto, cuando la memoria colectiva democrática no debería permitirlo.
Trump no es una flor que se vaya a marchitar el 20 de enero porque no creció espontánea en terreno no fértil. Trump no es solo Trump, su flor creció en el mantillo republicano de su ultraderechización desde hace décadas y de la desideologización del partido demócrata. Por no extenderme, Sarah Palin, lideresa del Tea Party, fue candidata a la vicepresidencia con John McCain, y Bernie Sanders, un socialista moderado, ya sufrió el golpe blando de su descabalgada presidencial. McCain no era Trump, eso sí; Palin, sí; una divulgadora del odio de clase y del racismo pero sobre todo de la mentira y la posverdad.
Que la turba golpista y fascista señale a Joe Biden como comunista, un católico practicante y centrista, y a su elección y luego Gobierno como ilegítimos es tan solo una salmodia más de la prédica de la extrema derecha por dondequiera que trabaja y pretende prevalecer. Comunista e ilegítimo son dos de sus epítetos más oídos, en España también.
Para la derecha ultraderechizada su dominio es, además, una misión. Por eso, han enviado a sus apóstoles y misioneros allende su imperio. Steve Bannon es su San Pablo, pero no el único. Este último ha envenenado las aguas democráticas europeas e hispanas con notables resultados.
En su esperado final, Trump demuestra que no solo es un fascista sino, también, un cobarde. Les sobran y sacrifica a sus partidarios, acosados por el Titulo 18 de US Code, criminal law, que imputará a muchos de ellos delitos federales muy graves.
El golpe de estado no ha sido cosa de cuatro frikies aunque es cierto que en las imágenes pudiera parecer una performance de Village People. Conforme avanza la investigación más se oscurece. No es solo la negligencia de la Policía del Capitolio, es que había otros policías, diputados estatales, bomberos... entre los asaltantes .
Tendrá Joe Biden, un moderado, que ponerse serio, como espero, de lo que queda de democrático del partido republicano. El slogan de las víctimas de la violencia policial ejercida contra afroamericanos y progresistas en general, Defund the Police, una versión americana de "más escuelas y menos policías", se va a convertir en una necesidad ante la infiltración de la extrema derecha, una plaga extendida a nivel mundial. Con la policía capitolina puede; depende del legislativo que ahora controla.
Cegada la vía de la Enmienda 25 para destituir a Donald Trump, solo queda un casi imposible impeachment o una “abdicación” del “rey”; impeachment significa en su origen impedimento. En todo caso, con esta figura o sin ella, los demócratas estadounidenses deberían unirse en el impedimento para que un fascista gobierne. Ya han podido comprobar, y lo hemos visto todos, que no era una broma.
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