viernes, 29 de enero de 2021

Reflexiones básicas e imprescindibles para el momento presente, desde Cuarto Poder


¿Un Bildu catalán?

  • "En Catalunya, hoy, no se puede construir un proyecto político de izquierdas que interpele a mayorías sociales sin un papel central del soberanismo"
  • "Ahora mismo se dan condiciones objetivas para articular un gran frente democrático y social que pueda liderar una salida por la izquierda a las múltiples crisis"
  • "Podemos (y debemos) extraer valiosas lecciones sobre Bildu que sí sirven en la construcción de un frente democrático y social en Catalunya"


Héctor Sánchez, Secretario General de Comunistes de Catalunya

Las elecciones al Parlament de Catalunya, que en el momento de escribir estas líneas parece que se van a celebrar el 14 de febrero, se desarrollan en un escenario marcado por la confusión y una creciente sensación de caos. Sin duda la pandemia condiciona, pero lo que no fue un problema en Galicia o Euskadi se convierte en batalla campal en el embarrado campo de juego catalán.

Cada vez resulta más evidente la enorme irresponsabilidad de Quim Torra al no convocar elecciones antes de su inhabilitación. La inhabilitación no fue más que un eslabón en la larga cadena de despropósitos judiciales que atenazan la política catalana desde hace años, y precisamente por ello Torra debió proteger a las instituciones catalanas del lamentable espectáculo en el que nos encontramos hoy. La legislatura agoniza; la dio por muerta él mismo hace un año, tras aprobarse el presupuesto 2020. Pero eso no significa que se vaya a abrir un nuevo ciclo político en Catalunya.

Nos encontramos en un momento de cierre, en la fase final de lo que Xavier Domènech bautizó como ciclo del 15-M y el 1-O. Agotadas las energías, los sujetos políticos se repliegan en un movimiento que suele ser identitario. Resulta difícil ahora mismo ver una propuesta de “proyecto de país” que dibuje un horizonte claro. Es más, la sensación es de descomposición, de que el interregno se va a alargar; y ya se sabe que es en ese claroscuro donde surgen los monstruos.

Nos encontramos ante el último episodio de la judicialización de la política catalana, con unas elecciones lanzadas en medio de la tercera ola de la pandemia a expensas de que el TSJC resuelva su aplazamiento o no a pocos días de votar y a mitad de campaña. Un observador suspicaz podría pensar que las encuestas de los próximos días pueden incidir en la decisión del tribunal. Es una nueva muestra de la situación de excepcionalidad en la que nos encontramos instalados, y de la que no se va a salir por la vía de imposiciones judiciales.

Las lecciones más caras para el movimiento independentista del otoño de 2017 fueron, primero, que no era posible una ruptura “de la ley a la ley” con el Estado y, segundo, que no había una mayoría suficientemente rotunda en favor de la independencia de Catalunya. Así el debate sobre la unilateralidad me parece tramposo, pues está claro que esta podría darse (como se da en muchos aspectos de la confrontación política) si obedeciera a una correlación de fuerzas muy favorable. Pero del mismo modo que el movimiento independentista se equivoca centrándose en ese debate, se equivoca tanto o más quien crea que se puede, hoy en día, gobernar Catalunya contra el independentismo o un nuevo tripartito “de izquierdas”.

Parece que todos los resortes del Estado se han activado para acabar con la mayoría independentista en el Parlament de Catalunya; veremos si no logran el efecto contrario, es decir, movilizar un electorado que empezaba a dar síntomas de agotamiento. Del mismo modo, está por ver lo que sucedería en caso de que las fuerzas independentistas quedaran por debajo de los 68 diputados: una hipotética investidura del ministro-candidato Illa requeriría de los apoyos tanto de VOX, C’s y PP (que ya han corrido a ofrecerlos “gratis”), como de ECP. Nada es descartable ya en el escenario catalán, pero una operación de este estilo tendría las patas muy cortas, probablemente más cortas que la Lehendakaritza del socialista Patxi López (alcanzada tras otra operación de Estado, que en ese caso supuso la ilegalización de Batasuna).

Y es que no se puede olvidar que el PSOE es lo que es: sin duda, el partido más funcional al régimen del ‘78. Pretender articular un proyecto transformador desde la subordinación al PSOE (o en este caso al PSC, cada vez más indistinguible) es un planteamiento que desde la izquierda que se reclama heredera del 15-M sólo puede responder a la ingenuidad (en el caso de las bases) o a la falta de honestidad y al cinismo (en el caso de las cúpulas). Y pretender, además, sumar a ERC a esa subordinación es no haber entendido nada de cómo ha cambiado Catalunya en los últimos diez años.

En Catalunya, hoy, no se puede construir un proyecto político de izquierdas que interpele a mayorías sociales sin un papel central del soberanismo. El proceso independentista catalán es también una expresión de la lucha de clases y es un grave error calificarlo como maniobra de la “burguesía catalana”. En rigor, la burguesía radicada en Catalunya nunca ha sido independentista, como muestran las repetidas declaraciones de Foment o el Cercle d’Economia a lo largo de estos años (aunque no es objeto de este artículo profundizar en este tema que merecería, sin duda, larga discusión). En efecto, que un proyecto de izquierdas sólo podría interpelar a mayorías sociales desde el soberanismo fue una de las tesis fundacionales sobre las que se construyeron los Comuns en Catalunya (tesis abandonada por la dirección actual si atendemos a sus hechos y no a sus palabras).

Insisto, no se puede construir un proyecto político de mayorías desde la izquierda sin el soberanismo, que es sin lugar a dudas el espacio político más movilizado y con potencial transformador en Catalunya, y más en un momento de reflujo de la movilización social. Y construir esa mayoría política de izquierdas es imprescindible. Catalunya afronta enormes retos: una crisis económica y social, que la pandemia no ha hecho más que acelerar, y una situación de excepcionalidad democrática en un choque con el Estado que se encuentra en un callejón sin salida por ambas partes. Dadas las circunstancias, se antoja muy difícil que el escenario resultante de las próximas elecciones al Parlament (ya sean en febrero o en mayo), pueda suponer un cambio significativo.

Me atrevo a afirmar que ahora mismo se dan condiciones objetivas para articular un gran frente democrático y social que pueda liderar una salida por la izquierda a las múltiples crisis que vivimos. Esta propuesta de frente democrático y social no debe entenderse como un nuevo partido (fruto de la unión de distintas fuerzas políticas) o como una mera coalición electoral. Hablo de un frente que pueda tener una expresión electoral concreta en un momento de gran excepcionalidad como es el actual, pero que vaya mucho más allá, articulado entorno a la defensa de los derechos sociales, la amnistía de todas las personas represaliadas y la consecución efectiva del derecho a la autodeterminación.

En el debate abierto en Catalunya respecto a cómo sumar, cómo construir herramientas más útiles para la clase trabajadora desde el soberanismo de izquierdas, ha aparecido la idea del “Bildu Catalán”. Creo que es una idea que tiene fuerza comunicativa, que puede expresar muchas cosas, si bien no se debe entender de manera literal, pues no son situaciones extrapolables y la simplificación no ayuda en un escenario tan complejo.

EH Bildu es una realidad fruto de un contexto político muy determinado. Es un sujeto político bien definido y asentado que ha sabido preservar la identidad propia de los distintos componentes que le dieron vida y que se ha ido construyendo a lo largo de un largo proceso de maduración. Todo esto es singular y no se corresponde con la realidad catalana, pero podemos (y debemos) extraer valiosas lecciones sobre Bildu que sí sirven en la construcción de un frente democrático y social en Catalunya.

EH Bildu es, sin duda, la fuerza política que más inteligentemente está interpretando el momento político en el Estado. Ha sabido encontrar su papel en la política institucional española, utilizando su fuerza para incidir y condicionar el escenario, sin hacerlo contradictorio o contrapuesto a su proyecto político de independencia para Euskal Herria. Ha sido capaz de mostrarse como la izquierda útil también para aquellas personas que, no siendo independentistas o soberanistas, han visto en EH Bildu una propuesta de país que interpela al conjunto de la izquierda vasca.

Las distintas fuerzas del soberanismo de izquierdas en Catalunya deberemos dibujar nuestro propio camino y no será sencillo porque, como decía antes, se dan condiciones objetivas para acometer esta tarea pero, desgraciadamente, no se dan las condiciones subjetivas. En un momento de cierre de ciclo, es lógico que los distintos sujetos políticos se replieguen, busquen consolidar y proteger su espacio y actúen de forma conservadora.

ERC tiene un papel central en la articulación de este frente, pero antes debe culminar su batalla por la hegemonía del proceso independentista contra el mundo postconvergente. En algún momento, ERC deberá decidir si sigue los pasos del Scottish National Party (que ejerce una fuerte influencia en los republicanos, así como también en EH Bildu), es decir acumular fuerzas y legitimidad en base a un gobierno más cercano, más eficiente y más social que la metrópolis, e interpelar al electorado históricamente de izquierdas aunque no independentista, pero que encuentra en esa propuesta la más útil para la clase trabajadora.

Por otro lado, la CUP se encuentra en un debate interno complejo, como demuestra la reunión de su consejo político del pasado sábado. La necesidad de apertura, de suma, es difícil de conjugar con una concepción de la propia CUP como eje central de cualquier propuesta de confluencia, y más aún si esta se circunscribe exclusivamente en términos de independencia de los "països catalans".

Así, pese a que no se dan por ahora condiciones subjetivas, más pronto que tarde, el estancamiento de la situación y las múltiples crisis llevarán el debate sobre el frente democrático y social a primer término.

Sólo hay dos salidas posibles a la crisis de régimen del Estado español. Una es en clave conservadora, de centralización, de recortes de derechos y libertades. Y para que haya una salida progresista, esta tiene que ser republicana; de Repúblicas, en plural. Para la superación progresista de la crisis de régimen es imprescindible un momento constituyente en el que los distintos pueblos del Estado realicen sus propios procesos de autodeterminación y decidan, luego, cómo se relacionan entre ellos, en un horizonte de confederalidad.

Este es el horizonte para mi, una República Catalana libremente (con)federada con el resto de pueblos del Estado. Por supuesto, no es el proyecto de la mayoría de soberanistas hoy en Catalunya. Pero eso no me impide sumar esfuerzos con el objetivo compartido de acabar con el régimen del ‘78 y avanzar en la conquista de derechos para la clase trabajadora catalana, incluido por supuesto el derecho a la autodeterminación. Una autodeterminación que tardaremos en poder hacer efectiva (desterremos las jugadas maestras y las falsas promesas de victorias rápidas y sencillas) y que solo será posible mediante un referéndum efectivo impulsado por actores políticos muy diversos, que puedan defender posiciones distintas. La izquierda estatal deberá entenderlo lo antes posible y contribuir de forma activa a que así sea, si quiere algún día liderar un proyecto transformador para el conjunto del estado.

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