He pasado por el centro
de València capital
al toque del mediodía,
una jornada invernal
acariciaba las calles
con térmicas sensaciones
en helados desvaríos,
rachas de viento al pasar
haciendo de rodapiés
entre autobuses y coches
que pitaban sin cesar
multiplicando los fríos,
y restando soluciones,
repartiendo contundencias
entre berridos feroces
y claxons descerebrados.
Ni un bendito ser humano
al que poder dirigirse
y preguntar el por qué
de tal acontecimiento
Una ausencia fantasmal
de palabras y motivos,
solo estruendo nada más
y abundante guarnición
de apetitoso CO2
asaltando mascarillas
sin ninguna compasión,
hasta, que por fin, pasó
una triste furgoneta
con un cartel en la grupa
cuyo letrero explicaba
el quid de la rebelión:
"¡Salvar agencias de viajes
y bares al por mayor!"
(¿Quién habla de salvar vidas?
¡Menuda frivolidad!)
Imperdonable ese olvido
de este mundo despistado
¿Cómo no habíamos caído
en esa necesidad,
que ya es como respirar
en claves de economía
para un país que jadea
entre una masa infectada
por el amontonamiento
de una ambición desmedida
y la carencia total
de vida y de producción
en la infinitud vacía
del resto del territorio?
Todos amogollonados,
ocupando los baretos
y las agencias de viajes
para fomentar consumo
y excursiones a Japón,
a Sidney o a Katmandú,
a California o Las Vegas,
cuando un mundo apaleado
rebosante de pandemia
y abaratando contagios
en las rebajas de enero
es el chollo del momento.
No nos vamos a parar
a revisar qué hemos hecho
con nuestro propio país
quitándole producción
para conseguir dinero
entre las casas de apuestas
y el negocio sin dar brot,
los chiringuitos rentables,
que nada tienen que ver
con un trabajo aburrido,
si es mucho más divertido
estar en un mostrador
vendiendo viajes tan kukis
que andar por campos y huertos
currando de sol a sol
y recogiendo hortalizas,
repartiendo cestas verdes
y cuidando de la tierra
saliendo cada mañana
para saludar la aurora,
en vez acabar el curro
cuando el cliente se va
pasada la media noche
rezumando cubalibres
y allí nos toca limpiar
los despojos, las cenizas,
los posos y salivazos
que acabarán contagiando
sin que se pueda evitar.
Y conseguir de ese modo
que todo siga lo mismo
en vez de ver lo que pasa
y lo que se está acabando
para poder corregirlo,
pues se hace lo que haga falta,
como salir con los coches
-que andar es cosa de pobres-
y envenenar la ciudad
con los humos del CO2
resoplando a todo trapo
con las napias del motor,
esencia de gasolina
emitida al por mayor
y combustión de tabaco
sin que nada ponga freno,
pues a ¡por ellos iremos!,
que Trump no gobernó en balde
ni Abascal ni forocoches
pueden irse de vacío
por más que el Covid apriete,
que la enfermedad se expanda
y que la gente se muera...
si en realidad nada es cierto,
solo un bulo universal
para llevarnos al huerto.
Esa es la hermosa visión
que ofrecían esta mañana
los guardianes del futuro
contaminando València,
verdaderos paladines
de un fin del mundo molón.
Aunque ya no quede nadie
para viajar por el orbe
porque desde el cementerio
no hay manera de moverse,
ni se pueda disfrutar
si ya no queda salud
para irse de vacaciones
ni aire para respirar,
si el sistema se ha empeñado
en que el mundo sea una empresa
que se liquida a sí misma
para poderse forrar
aunque ya no quede nadie
que la pueda sostener
-los muertos curran fatal-
ni tampoco dirigir,
ni tampoco aprovechar,
ni tampoco, ni tampoco...
si todito c'est fini,
por no querer corregir
la bulimia del trincar...
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