lunes, 18 de enero de 2021

Un café con Iñaki: Pablo Vidarte y la electricidad con plantas (18/01/2020)

  

Aquí va el primer café con Iñaki y Angels Barceló, la nueva quedada semanal en la SER, que promete muchísimo. El tema de hoy es super interesante y con horizonte futuro espléndido.  

La idea de que la Universidad debe ser apertura y creación constante, en realidad ya está implícita en el concepto de su propio significado original: universal, en el unus versus alia,= el uno dirigido, o volcado (versus), hacia las otras cosas (alia). Traducido al lenguaje actual equivale más o menos a dirigir la atención desde lo ya conocido a lo diferente para conectarse con ello y aprender a reconocernos por dentro y por fuera en ese camino de ida y vuelta.Y de eso se trata precisamente. 

Además  de impulso e iniciativa hay que tener motivos consistentes para ello, de modo que el proceso del aprendizaje no sea solo una dinámica de proyectos constantes y de poses, sino la implementación progresiva de un plano de equilibrio que nos sostenga desde dentro y de una orientación que nos dé visión de presente para que pueda existir un futuro, una canalización constante de energías que evite atascos, amontonamientos y corrupción por falta de fluido y de orientación. 

La Universidad, además de archivo pedagógico de conocimientos debe ser no solo un laboratorio de ideas y proyectos para los estudiantes, sino sobre todo es necesario que sea un despertador de conciencia personal y colectiva, una órbita en la que insertar una praxis vital, ética y profunda que ayude a ver el sentido de lo que se descubre, se piensa, se dice, se hace y se comparte. Si no va por ese camino, la Universidad se mutila a sí misma para degenerar en un almacén específico de contenidos lectivos, teorías, datos y teoremas, y de relatos envasados al vacío y también en una agencia de títulos rimbombantes a los que opositar, para colocarse bien y tener un buen nivel de clase durante la vida laboral. Y que ahí se acabe todo, en la vacuidad del mero sobrevivir lo mejor posible y con la máxima consideración del entorno.  O sea, inmersos en la frivolidad epidérmica de nuestros egos. Es el riesgo más peligroso de la Universidad, porque concede la máxima cualificación tentadora para convencernos de nuestra valía y preparación por encima de todos los demás estudios. Y no digamos si se destaca en la propia especialidad...El ego se va de varas y ya no hay quien lo pare hasta que con un poco de suerte se estrelle y frene. Si el corte de la inercia no sucede, estamos perdidos y en manos de lo peor para todos los que nos rodean y para nosotros mismos, obviamente. Y cuando el proceso narciso se completa la ciencia se queda sin conciencia. El saber, entonces, sí ocupa lugar, sobre todo en la república del glamour, del orgullo y el pavoneo manipulador, que además cobra por exhibir su escudo heráldico.  

La Universidad verdadera debe ser una escuela práctica, un laboratorio de vida y de humanidad en el que descubrir el profundo mensaje personalizado de aquello que los libros, apuntes y seminarios describen e insinúan. Si eso no sucede solo será un fábrica de penosas mediocridades, engullidoras de panfletos intelectuales, de leyes, cánones y sambenitos,  barbacoas de la inteligencia. 

Esperemos que los jóvenes, pasados por el molino de crisis y pandemias atroces ya "normalizadas", resultantes del viejo mundo que ahora se derrumba, no se conformen con una preparación universitaria solo intelectual y tecnológica propia de "expertos", ni tampoco con ser una mascletá o castillos de fuegos artificiales con ideas felices sin felicidad de fondo, y que, al contrario,  vayan construyendo otro paisaje nuevo en el que acampar, construir y compartir generosamente todo aquello que las generaciones precedentes no fuimos capaces de darles como ejemplo y herencia. 

Muchas gracias por la frescura del invento, de ese café compartido tan necesario como el encuentro de Dante con Virgilio, en La Divina Commedia. 

El mejor y más auténtico título  que puede obtenerse en la Universidad es la humildad, la comprobación socrática indiscutible de que cuanto más se estudia con verdadera vocación por la praxis del conocimiento, menos seguros estamos de "saber" algo más que constatar nuestra inmensa ignorancia.

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