Llevamos los últimos años de nuestras vidas soportando, cabreados, la mentira como argumento y corremos el riesgo de irnos al otro barrio de esa guisa. Aguantando a personajes miserables mentirnos descaradamente. Y ellos lo saben, lo cual es un insulto a nuestra dignidad como seres humanos racionales.
Debido a la amplitud del desarrollo que ha tenido esta práctica durante los últimos años por parte de personajes de todos los ámbitos, y a su contumacia, se ha ido construyendo una filosofía de la mentira o de lo que llaman eufemísticamente la post-verdad (Diccionario Oxford). El conocido especialista en comunicación Noam Chomsky nos aclara que “La gente ya no cree hoy en los hechos”. Las patologías visuales han contribuido a ello al calor de los efectos especiales del cine y la fotografía; y a ello se une una sociedad en la que se trabaja, desde los poderes establecidos, planificando masivamente el entretenimiento despreocupado, que facilite la evasión de la dura realidad de la vida cotidiana. Una realidad edulcorada favorece la pasividad. Difuminar completamente las fronteras entre verdad y mentira, fundirlas en un producto de consumo nuevo, da resultados
El gasto de nuestra energía, tanto la física como la mental –que aunque no lo parezca es limitada-, se nos extrae vampíricamente hasta su agotamiento para la obtención de plusvalía, y una vez exhaustos nos colocan ante una reconfortante realidad virtual. Discernir si esa realidad es verdadera o falsa, o hasta que punto lo es o no, supone un esfuerzo que nuestro agotamiento no nos permite.
El reality show, inventado, al parecer, por un periodista comunista de la RAI, como un producto de consumo comunicativo de ocio ha tenido un éxito de masas. Las expectativas de expansión en el consumo de este producto y sus derivados son, por ahora, ilimitadas. Tal es su éxito, que se ha pasado a utilizar en las secciones de información serias. Nos han conducido de la información para la formación a la información para el entretenimiento. El fin ya no es formar. El objetivo es entretener, distraer. La primera definición de distraer de la RAE es divertir. Otra es apartar la atención de alguien del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla. Se han incorporado técnicas teatrales, un lenguaje impreciso y ambiguo y un comportamiento efímero. Lo que ayer parecía ser, hoy no lo es en absoluto. Lo que ayer se atacaba con agresividad hoy se defiende con vehemencia. Todo lo cual aboca a una profunda desconfianza de la sociedad respecto a las organizaciones, los dirigentes y sobre todo respecto a los principios y valores.
Si cohonestamos el agotamiento diario, físico y mental, del trabajador con la oferta de un atractivo preparado de papilla sin grumos y bien condimentada, disimulando con los adecuados conservantes, estabilizantes, edulcorantes, aromatizantes, los sabores más que sospechosos, tenemos una carta variada de cocina con-fusión. Al principio puede producir algunas molestias gastrointestinales: regurgimientos, rumiación, timpanismo, pero, una vez adaptada nuestra microbiota intestinal, podemos digerir los nuevos alimentos y la nueva forma de cocinarlos. Sólo los estómagos delicados rechazarán la nueva cocina y serán pasto de variadas enfermedades psicosomáticas con el consiguiente apartamiento.
Los amantes de la verdad nos hemos vuelto muy conservadores y algunos nos espetan que “la verdad es un concepto muy sobrevalorado”. Pero la búsqueda de la verdad tiene un largo y trabajoso recorrido histórico en la lucha contra la mentira, el esoterismo y la irracionalidad. Es una guerra larga y sangrienta. No es, como lo es la post-verdad, un concepto de última hora. Al igual que no lo es la mentira, el engaño, la inmoralidad. Caín, miente. Balmes defiende la verdad, como punto de partida y el Criterio para conseguirla. La Ciencia de la Edad Moderna la busca para lograr el conocimiento objetivo. La Inquisición la persigue para quemarla.
Harry G. Frankfurt[1], filósofo estadounidense, nos aclara que el mentiroso se preocupa por la verdad e intenta ocultarla, mientras que al que dice sandeces no le preocupa si lo que dice es verdadero o falso, sino que más bien se preocupa sólo de si su oyente queda convencido. Yo añadiría un tercero más moderno aquel al que no le importa ni una cosa ni otra.
Probablemente una de las causas de esa amoralidad se ha ido construyendo por la reiterada impunidad del perjurio en nuestra vida judicial. Mentir ha pasado a tener un estatus legítimo y desde luego plenamente legal para el acusado. A este último se le reconoce el derecho a mentir y por extensión se va aceptando para el resto de los implicados. En este país hemos pasado rápidamente, sin despeinarnos, de la tortura para conseguir la “confesión”, a la mentira descarada sobre mentira, ante pruebas evidentes, sin consecuencias.
[1] HARRY G., Frankfurt. On Bullshit: sobre la manipulación de la verdad. Ed. Paidós Ibérica. 2006.
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