Yo también recelaba de Greta, hasta que oí a mi hija y a Ana Rosa Quintana
¿Símbolo de la lucha contra el cambio climático, referente para millones de jóvenes, o una niñata insoportable e inofensiva? Observar las reacciones que el activismo de Greta Thunberg provoca en los más jóvenes por un lado, y en el negacionismo más cobarde por otro, ayuda a valorar a la joven sueca.
Viene a España Greta
Thunberg, y cada uno puede elegir su propia Greta: 1) el símbolo de la
lucha contra el cambio climático Greta, 2) el referente para millones de
jóvenes Greta, 3) la joven activista Greta, 4) la cría valiente pero
con sobreexposición Greta, 5) la chica que debería estar en clase Greta,
6) la hasta en la sopa Greta, 7) la niñata insoportable Greta, 8) la
inofensiva títere del poder Greta, 9) la loca esa de Greta.
En
esa escala de Gretas, ¿en cuál se sitúan ustedes? No tiene que ser una
posición fija, algunos nos hemos ido deslizando por la misma, hacia
delante y hacia atrás según el momento. En mi caso, durante un tiempo me
situé en la zona media, en el 4 ("cría valiente pero con
sobreexposición"), y llegué a poner un pie en la casilla 5, con riesgo
de dar el paso fácil a la 6, y desde ahí despeñarme por la escalera para
acabar haciendo chistes sobre "la loca esa de Greta".
Pero en los últimos tiempos he rehecho el camino: sin perder mi preocupación (paternalista, claro) por la excesiva presión sobre
alguien tan joven, he ido viéndola como una joven activista (una entre
tantos que a su edad ya se movilizan), un referente para millones como
ella, y hasta un símbolo de la lucha contra el cambio climático. Para
desandar hacia el otro lado de la escala, han sido fundamentales dos
personas: mi hija Olivia, y Ana Rosa Quintana. Vayamos por partes.
Mi
hija: tiene solo un año menos que Greta, y lleva ya tiempo sin perderse
una movilización feminista ni una acción ecologista. Ecofeminismo,
diríamos. El feminismo lo ha mamado en casa, y ha llegado a la
adolescencia justo cuando la lucha feminista se convertía en el
movimiento social más potente. Pero en su conciencia medioambiental ha
sido decisivo el ejemplo de Greta, desde que la joven sueca empezó a
faltar a clase y sentarse sola frente al parlamento sueco. Desde
entonces, mi hija va a todas las sentadas frente al Congreso, asume y
difunde los hábitos de vida que debemos cambiar, y sabe mucho más que yo
de activismo medioambiental.
Sé, por sus amigas, por
hijas de conocidos, y por los muchos jóvenes que estos días se
movilizarán frente a la Cumbre, que ella no es la única que se hizo
activista tras ver vídeos de Greta, escucharla ante Naciones Unidas, o
verla cruzar el mar en barco ("¡esta semana llega Greta a Madrid!", se
dicen con gran excitación).
Que sí, que ya sé que ni
Greta Thunberg ni mi hija ni todos esos jóvenes van a resolver un
problema de tanta complejidad, y que implica a los que seguramente son
los intereses más poderosos hoy en el planeta. Ante su activismo
juvenil, podemos mirar a Greta y a mi hija con una sonrisita
condescendiente, adultocéntrica, seguramente patriarcal, llena de
incomprensión y resentimiento generacional ("estos niñatos que nos
culpan a nosotros…"). O podemos entender que para millones de chavales
empieza aquí su socialización política, su toma de conciencia y paso a
la acción, que tal vez en poco tiempo irá mucho más allá de sentarse
frente al Congreso, pintarse la cara en las manís, o cruzar el Atlántico
en catamarán.
Qué pronto se nos olvidan nuestros
primeros pasos en el activismo, a menudo con causas que en su día eran
vistas por nuestros mayores, por los mayores de cada época, con la misma
condescendencia, incomprensión y resentimiento. Aquellas inocentes
acampadas del 0'7, que no consiguieron gran cosa pero a muchos nos
metieron de cabeza en el activismo social y político. O más reciente,
esos niñatos del 15M, con sus manitas al aire, ¿se acuerdan?
Pero estos días no solo he oído a mi hija y a sus coetáneas. También he escuchado a Ana Rosa Quintana,
y que me perdone por personificar en ella, que ni siquiera es la peor.
He escuchado a Ana Rosa, y a algunos de sus colaboradores, y a varios
presentadores de radio, y a numerosos tertulianos por todas las
televisiones y radios, y a columnistas de prensa, y a varios políticos y
ex políticos, todos hermanados en su ignorancia, repugnancia y mofa
hacia la joven Greta Thunberg. Llevan más de un año riéndose
de la niñata, malcriada, mesiánica, perturbada, histérica, mamarracha
(palabras todas escuchadas esta semana); y ahora que viene a España ha
estallado el jolgorio final, que va mucho más allá de Greta, incluye
todo tipo de cuñadeces sobre el cambio climático propios del
negacionismo más cobarde (ese de "yo no soy negacionista, yo defiendo
que hay que hacer algo, peeeeero…").
Yo no sé si Greta
va a conseguir mucho, poco o nada. Y tengo claro que frente a la grave
crisis climática hace falta mucho más. Pero cuando escucho a mi hija, y
a Ana Rosa y compañía, yo tengo claro cuál es mi lado.
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