Iñaki da plenamente en el clavo. El problema no lo puede resolver un plan estratégico del ordeno y mando desde las altas esferas del poderío mundial. Que se reúnan o se dejen de reunir no va a cambiar nada; los convocados y convocantes lo saben perfectamente y la sociedad global, también lo intuye y lo sabe sin saber detalles técnicos.
Somos, en realidad, cada una y uno de nosotras/os, habitantes adultos del Planeta Tierra los que tenemos la responsabilidad y la sartén por el mango. Todos los propósitos en abstracto acerca de acabar con la amenaza del cambio climático se quedarán en agua de borrajas si mientras se convocan cumbres mundiales para encontrar soluciones, esos mismos encuentros de líderes y lideresas, ya son en sí una verdadera fuente de contaminación medioambiental. ¿Cuántos aviones, coches y transportes serán necesarios para el evento? ¿Cuántas toneladas de basura generarán sus comidas, bebidas, chuches, fumatas, cenizas y colillas? ¿Cuántos productos tóxicos con sus envases harán falta para limpiar su paso por hoteles, restaurantes, aeropuertos y locales de reunión? ¿Qué cantidad de energía eléctrica sacada de combustibles contaminantes será la materia prima de las calefacciones, refrigeraciones, iluminación, sonoridad, en hoteles y edificios elegidos para la convocatoria? Las horas que pasamos antes las pantallas para recibir la información son igualmente materia de desgaste contaminador sin fin. Como lo son los teléfonos móviles, las tablets y ordenadores, whifis, antenas, satélites y demás inventos.
El glamour y las prisas locas por conocer antes que nadie lo que pasa en el mundo es lo menos ecológico que hay para hacer posible un cambio a mejor en la sostenibilidad del paquete hiperconsumista que nos lleva por la calle de la amargura y al mismo tiempo nos entretiene, nos apasiona, nos cosifica y sobre todo nos di-vierte. Divertere en latín es un verbo que significa derramar, desparramar, echar fuera y también perderse. Eso es lo que está en la base de nuestro dilema superviviente. En nuestros "sueños", "ilusiones" y deseos cada vez más 'divertidos', en sentido etimológico, está el autodiseño del desastre, porque nadie nos ha enseñado la vital importancia del vértice vital: la elección libre que la que siempre disponemos, hasta cuando parece que no se puede elegir, nos queda la elección del modo en que gestionaremos nuestra aparente privación de libertad, aunque sea en el peor de los casos. ¿Cómo olvidar la ejemplar e inteligentísima reacción de Gandhi y de los millones de hindúes que con él consiguieron que un imperio como el inglés les dejase por imposibles, sin pegar un tiro, sin matar a nadie y manteniéndose firmes y serenos en medio de los ataques? Hacer prevalecer la serena dignidad de la igualdad y el equilibrio sin causar daños, mantenerse firmes en la actitud humanitaria sin dejarse arrastrar por la rabia, la soberbia, la venganza y los arrebatos de la ira, por muy "justa" que nos parezca, es lo que también nos rescata de otra agresión que no lo parece, porque hasta se ha disfrazado de un derecho humano: consumir hasta morir aplastados y envenenados por el propio derechos consumidor, ya transformado en negocio global, killer y la vez, tan chulo, igualito que la drogadicción.
¿Por qué nos pasa todo esto? Porque a base de buscar fuera de nosotros la felicidad, el bienestar , el progreso y la di-versión, nos hemos perdido por el camino, igual que Caperucita por el bosque y nos hemos encontrado al lobo devorador del desguace global al que hemos confundido con un animalito cariñoso y acoplable que nos lleva de la mano como un guía por la vereda más vistosa y más cómoda...hacia la seguridad del conocimiento aparente (la casa de la abuelita a la que el lobo, cuando llegue el momento del agotamiento general se zampará junto a la humanidad caperucítica y en babia)
Lo más grave es que no hemos caído en la cuenta de que ese lobo no es posible sin que nosotros le demos cuerpo y cibernética. Ese lobo es la parte más tonta y sombría de nuestra especie, es parte de nosotras mismas y nos debe su miserable existencia y nosotras a él, los mayores disgustos, decepciones, problemas y berrinches. Su "éxito" consiste en representar ese papel de "malo" telúrico o astral que nunca queremos representar los seres humanos, por eso necesitamos localizarlo 'fuera' de nosotros. La 'culpa' del chachachá made in religiones y leyes, siempre la tiene otra cosa u otro agente que no somos nosotros. "Alguien" malvado, demoníaco, inventa los tapujos, los engaños, los cebos para pescarnos, para explotarnos, para destruirnos...Por eso tenemos que estar a la greña con todo, pensando lo peor, para defendernos, para luchar a lo bestia contra todo lo que nos amenaza; como vivimos fuera de nosotros somos incapaces de reconocernos en el espejo de la realidad que vamos creando entre todos en la medida en que damos fuerza y vida a nuestras creaciones monstruosas que terminan por convertirse en elementos destructivos y mortales para nuestra biología y, lo que es mucho más grave: para nuestro sistema psicoemocional, o sea, nuestra consciencia, que a duras penas consigue autoreconocerse y ponerse en marcha, un paso evolutivo que es fundamental para no caer en las redes mafiosas de lo peor de nosotros mismos, de nuestros instintos feroces camuflados de emociones y pensamientos 'legítimos' y por ello, 'justificados' e incluso con capacidad organizativa social, política y religiosa, que una vez transformados en dogmas intocables y permeables, acaban siendo declaradamente un sistema insostenible para la propia vida personal, colectiva y planetaria.
Ser y comportarse como animales sin consciencia es noble y natural cuando una especie no puede avanzar más hacia la altura evolutiva de desarrollar alma, conciencia y consciencia, pero no querer hacerlo, eligiendo seguir en la animalidad mecánica cuando se deja de ser humanos, convierte en monstruos a quienes se llaman 'humanos' solamente por su apariencia, pero sin alcanzar ese estadío, ya que no desean apostar por la propia evolución de sí mismos y de su especie, estableciendo, creando y compartiendo paradigmas más elevados y lúcidos, éticos, benefactores y abiertos a la evolución. Ni siquiera han dado el paso previo de conocerse a sí mismos honestamente, es decir, del ya viejo trámite gnozi seautón de los médicos, maestros y filósofos antiguos.
No hay soluciones masivas para nada fundamental. Eso vale para una granja, para un establo, para un gallinero o una zahurda, pero es totalmente inútil para una especie que puede pensar, gestionar y decidir individualmente y que no puede evitar sus cambios de conciencia entre el yo y el nosotros, ni descubrir que su tejido sin límites es el amor mucho más allá del deseo, la ilusión y el instinto.
En el Planeta Tierra, hace miles de años hubo contactos ya indudables con la civilización de Marte en estampida, que dio origen al "mito" de la Atlántida y a los falsas teofanías de los "dioses" migrantes, que, lejos de ser los amos de ningún Olimpo, huyeron de un planeta agotado por su propia civilización y se refugiaron en la Tierra, que era virgen total, con especies prehumanas que empezaban a descubrir la vida inteligente, seguramente gracias a que como cuenta la propia Biblia, "los hijos de los dioses se mezclaron con las hijas de los hombres". En ese trueque se alojaron los genes de todo tipo en el cerebro humano. Y seguramente pro esa razón nuestra naturaleza psicoemocional es dual. Y por eso, solo cuando vamos evolucionando superamos las mitologías, y dualidad, descubrimos el sentido mucho más amplio de la unidad infinita, que no es dogma ni ideología, sino experiencia de reencuentro del Otro/Otros en el Yo cósmico. La gota de agua perdida, por fin se siente océano en miles de millones de gotas que siendo mínimas, unidas como consciencia son Todo.
Fueron y seguimos siendo en estado hipnótico, y durante siglos, domesticados, explotados y convencidos de que todo aquel legado tiránico y cegador era divino, ya que la tecnología de los visitantes invasores era inimaginable para los terrícolas en los albores de su evolución. Al avanzar los siglos, la evolución cósmica dio lugar a que naciesen seres como Krishna, Lao Tsé, Buda o Jesús de Nazaret. Ninguno de ellos pertenecía a la divina casta de Osiris, Isis, Zeus, Ares, Atenea, Odin, Thor, ni Yavéh ni Allah. Eran humanos, plenamente humanos. Y descubrieron que ser plenamente humano es ser infinito además. Quitaron tabúes y descubrieron la plenitud que se alcanza desde dentro, sin ser siervos de ningún dios, porque lo que llaman equivocadamente "dios" es el origen, la casa-madre del SER, donde solo se cambia pero no se mata ni se muere.
Sin percibir desde dentro esa realidad evolutiva que somos todos y todas sin que nadie nos la "cuente", poco podremos avanzar sin destruir al mismo tiempo lo mejor de nosotros mismas. La mejor oración, yoga y meditación, el mejor milagro, es nuestra disposición a la pertura íntima y a la vez universal al bien cósmico que somos y que podemos aumentar o disminuir, a la luz que podemos emitir o al apagón con el que también podemos acabar con todo, nosotros incluidos.
En realidad somos energía creadora, en fascículos, por piezas, hasta que descubrimos nuestra inserción en el engranaje del puzle total: el amor. Einstein lo dejó escrito en una carta a su hija, en la que adelantaba que ese descubrimiento sería el verdadero cambio de la humanidad. Está claro, que ya estamos entrando en esa era de la elección consciente. Y el cambio climático es la invitación planetaria y urgente al cambio de conciencia universal, inseparable del individual, no a base de guerras, imperios ridículamente sacros e imposiciones, sino a base de "contagio" energético, quien sabe si no serán los neutrinos las partículas que nos conecten desde la mente y la emoción hechas sentimiento y humanidad, hasta reconocer que nadie sobra y nadie falta en la Casa de Todas y de Todos. En ese punto sentiremos que el clima se comporta como nosotros y que hasta los plásticos y basuras se convertirán en materiales inofensivos, e innecesarios ante el almacén de recursos que somos todas juntas en el mismo afán de volar cada vez más alto con los pies en la tierra y sin necesidad de queroxeno. La luz es el mejor combustible y además, inagotable. Lejos de acabarse con el uso, se intensifica y se hace infinita.
La cumbre del clima está en nuestra consciencia personal y por ello, colectiva. Ánimo, que no hay en las series ni en el cine una realidad más grande, hermosa y apasionante que vivir este tiempo decisivo y precioso para nuestra especie y la Vida auténtica, no de ficción. Somos luz inagotable, aprovechemos ese don usando el fondo de inversión de la libertad. Elijamos sin miedo lo que ayuda, vivifica y no mata.
Y hablando de cine, si podéis verla, la peli Contact de Jodie Foster, es un filón para el menú de la esperanza ¡ y con fundamento!, querido Arguiñano...faltaría más.
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