Los Balcanes y las cadenas de devoluciones en caliente
- Desde principios del 2015, la región de los Balcanes se convirtió en la principal ruta de acceso al centro de Europa
Miguel Urbán es eurodiputado de Podemos
Desde principios del 2015, con la mal llamada crisis de los refugiados, la región de los Balcanes se convirtió en la principal ruta de acceso al centro de Europa. Ante el éxodo humano que suponían las miles y miles de personas que huían de la guerra y la miseria, la respuesta europea fue una combinación de cinismo y xenofobia institucional que se concretó en más vallas y menos derechos.
Primero fue la Hungría de Orbán, que impuso una agresiva política antinmigración cerrando sus fronteras y criminalizando tanto a migrantes como a las organizaciones que les ofrecían su solidaridad y apoyo. Pero Hungría no ha sido ni mucho menos una excepción, sino más bien el camino que han seguido el resto de los países de la región que con el apoyo inestimable de la UE, han terminado por conformar el cierre de fronteras a nivel regional: hacia el exterior de la UE, pero también entre los propios países balcánicos. Todo para seguir alimentando la fortaleza en que se ha convertido la Unión.
Y fue tan solo unos meses después de que se empezase a aplicar este blindaje fronterizo cuando comenzaron a sufrirse las consecuencias de estas políticas: lejos de reducirse o de desaparecer el flujo migratorio, éste se trasladó paulatinamente hacia el Mediterráneo central, aumentando exponencialmente las muertes en el mar y desplazándose el foco mediático de los Balcanes.
Sin embargo, a pesar del desplazamiento de las rutas migratorias y del descenso significativo del número de personas que utilizaban la ruta de los Balcanes para llegar a Europa central, ésta nunca terminó de cerrarse totalmente. Lo que cambió fue la peligrosidad del trayecto, que fue cada vez a más. No solo por la geografía montañosa de Bosnia, el elemento clave en esta nueva ruta y foco migratorio, sino sobre todo porque el uso sistemático de las ilegales devoluciones en caliente, el verdadero mecanismo de las políticas de control migratorio en la región, ha convertido y está convirtiendo el paso por esta zona en una auténtica yincana por la vida.
¿Qué acompaña estas devoluciones? La negación del derecho de asilo, el incumplimiento de los procesos oficiales de recepción, y la violencia policial: asaltos, palizas y torturas. “Es una mafia”, es uno de los lamentos constantes que escuchamos de parte de las personas migrantes que visitamos en Bosnia. Personas y familias de India, Pakistán, Afganistán, Irak, Irán, Sudan… que intentan cruzar una y otra vez desde Bosnia hacia Croacia y luego hacia Eslovenia, que se encuentran con una barrera física de agresiones y abusos.
Croacia, que está en pleno proceso de adhesión a la zona Schengen, se ha erigido en policía de fronteras haciendo uso para ello de la brutalidad y la vulneración de los derechos humanos con una total impunidad. Pero la verdadera magnitud de estas vulneraciones solo se comprende cuando hablamos con las organizaciones y con los propios migrantes. En seguida nos damos cuenta de que lejos de limitarse a un fenómeno a nivel de Estado, es parte de una estrategia coordinada regionalmente con el amparo de la UE. Es decir, tras cuatro días de misión de observación en Eslovenia, Croacia y Bosnia, comprendemos que se trata de una cadena de devoluciones ilegales, estructurada y organizada.
No es casual que la estrategia antiinmigración que se ha alentado desde 2015 en esta zona de Europa coincida en el tiempo con varios factores. Primero, el ascenso al poder de Unión Democrática Croata, partido de derecha ultraconservador, nacionalista y con una postura abiertamente xenófoba, que no solo justifica abiertamente las devoluciones en caliente, sino que criminaliza el trabajo de las ONGs y se permite utilizar la propia tortura como mecanismo de contención migratoria.
Segundo, las negociaciones entre Croacia y la UE para que el primero entre a formar parte de la zona Schengen. El principal requisito para los países aspirantes a incorporarse a la zona Schengen es el control de sus fronteras, especialmente el control de los flujos migratorios. Resulta extremadamente paradójico que una Europa “sin fronteras” requiera de cada vez más muros y menos derechos para poder formar parte de ella.
Tercero, que el negocio de la xenofobia en nuestras fronteras sea uno de los más lucrativos del mundo. Seguir alimentando la justificación para aumentar los presupuestos millonarios que la UE ofrece a los países para el control fronterizo es condición necesaria para que unos pocos sigan llenándose los bolsillos a costa de reprimir, violentar, es incluso matar. Como sucedió con Madina Hussiny, la niña de seis años que, tras ser obligada por la policía croata a cruzar las vías del tren en mitad de la noche junto con su familia, murió atropellada.
La UE tiene hoy un plan que poco o nada se parece en la práctica a las bonitas palabras que se escuchan desde la Comisión o el propio Parlamento Europeo. Solo hace falta visitar cualquiera de sus fronteras exteriores y de comprobar que se han convertido en limbos sin derecho y sin derechos. Acabar con esta trágica instrumentalización de las políticas migratorias significa denunciar no solo las prácticas de Croacia o de Eslovenia o de Hungría, sino de comprender el sistema organizado que las ampara y de comprender quiénes se están beneficiando directamente de ellas.
Desde principios del 2015, con la mal llamada crisis de los refugiados, la región de los Balcanes se convirtió en la principal ruta de acceso al centro de Europa. Ante el éxodo humano que suponían las miles y miles de personas que huían de la guerra y la miseria, la respuesta europea fue una combinación de cinismo y xenofobia institucional que se concretó en más vallas y menos derechos.
Primero fue la Hungría de Orbán, que impuso una agresiva política antinmigración cerrando sus fronteras y criminalizando tanto a migrantes como a las organizaciones que les ofrecían su solidaridad y apoyo. Pero Hungría no ha sido ni mucho menos una excepción, sino más bien el camino que han seguido el resto de los países de la región que con el apoyo inestimable de la UE, han terminado por conformar el cierre de fronteras a nivel regional: hacia el exterior de la UE, pero también entre los propios países balcánicos. Todo para seguir alimentando la fortaleza en que se ha convertido la Unión.
Y fue tan solo unos meses después de que se empezase a aplicar este blindaje fronterizo cuando comenzaron a sufrirse las consecuencias de estas políticas: lejos de reducirse o de desaparecer el flujo migratorio, éste se trasladó paulatinamente hacia el Mediterráneo central, aumentando exponencialmente las muertes en el mar y desplazándose el foco mediático de los Balcanes.
Sin embargo, a pesar del desplazamiento de las rutas migratorias y del descenso significativo del número de personas que utilizaban la ruta de los Balcanes para llegar a Europa central, ésta nunca terminó de cerrarse totalmente. Lo que cambió fue la peligrosidad del trayecto, que fue cada vez a más. No solo por la geografía montañosa de Bosnia, el elemento clave en esta nueva ruta y foco migratorio, sino sobre todo porque el uso sistemático de las ilegales devoluciones en caliente, el verdadero mecanismo de las políticas de control migratorio en la región, ha convertido y está convirtiendo el paso por esta zona en una auténtica yincana por la vida.
¿Qué acompaña estas devoluciones? La negación del derecho de asilo, el incumplimiento de los procesos oficiales de recepción, y la violencia policial: asaltos, palizas y torturas. “Es una mafia”, es uno de los lamentos constantes que escuchamos de parte de las personas migrantes que visitamos en Bosnia. Personas y familias de India, Pakistán, Afganistán, Irak, Irán, Sudan… que intentan cruzar una y otra vez desde Bosnia hacia Croacia y luego hacia Eslovenia, que se encuentran con una barrera física de agresiones y abusos.
Croacia, que está en pleno proceso de adhesión a la zona Schengen, se ha erigido en policía de fronteras haciendo uso para ello de la brutalidad y la vulneración de los derechos humanos con una total impunidad. Pero la verdadera magnitud de estas vulneraciones solo se comprende cuando hablamos con las organizaciones y con los propios migrantes. En seguida nos damos cuenta de que lejos de limitarse a un fenómeno a nivel de Estado, es parte de una estrategia coordinada regionalmente con el amparo de la UE. Es decir, tras cuatro días de misión de observación en Eslovenia, Croacia y Bosnia, comprendemos que se trata de una cadena de devoluciones ilegales, estructurada y organizada.
No es casual que la estrategia antiinmigración que se ha alentado desde 2015 en esta zona de Europa coincida en el tiempo con varios factores. Primero, el ascenso al poder de Unión Democrática Croata, partido de derecha ultraconservador, nacionalista y con una postura abiertamente xenófoba, que no solo justifica abiertamente las devoluciones en caliente, sino que criminaliza el trabajo de las ONGs y se permite utilizar la propia tortura como mecanismo de contención migratoria.
Segundo, las negociaciones entre Croacia y la UE para que el primero entre a formar parte de la zona Schengen. El principal requisito para los países aspirantes a incorporarse a la zona Schengen es el control de sus fronteras, especialmente el control de los flujos migratorios. Resulta extremadamente paradójico que una Europa “sin fronteras” requiera de cada vez más muros y menos derechos para poder formar parte de ella.
Tercero, que el negocio de la xenofobia en nuestras fronteras sea uno de los más lucrativos del mundo. Seguir alimentando la justificación para aumentar los presupuestos millonarios que la UE ofrece a los países para el control fronterizo es condición necesaria para que unos pocos sigan llenándose los bolsillos a costa de reprimir, violentar, es incluso matar. Como sucedió con Madina Hussiny, la niña de seis años que, tras ser obligada por la policía croata a cruzar las vías del tren en mitad de la noche junto con su familia, murió atropellada.
La UE tiene hoy un plan que poco o nada se parece en la práctica a las bonitas palabras que se escuchan desde la Comisión o el propio Parlamento Europeo. Solo hace falta visitar cualquiera de sus fronteras exteriores y de comprobar que se han convertido en limbos sin derecho y sin derechos. Acabar con esta trágica instrumentalización de las políticas migratorias significa denunciar no solo las prácticas de Croacia o de Eslovenia o de Hungría, sino de comprender el sistema organizado que las ampara y de comprender quiénes se están beneficiando directamente de ellas.
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