domingo, 15 de diciembre de 2019

No tiene desperdicio



No tenía la menor idea de quien es este ser humano, hasta ayer mismo , cuando en un programa de La Noche Temática en La 2 de tve, me lo encontré de sopetón, explicando, junto a varios científicos e investigadores de la neurociencia, qué es esa fuerza vital que en realidad nos mantiene en pie y en el eje sustancial de ser humanos de verdad y no solo de nombre clasificador de especies. El altruismo no es una virtud filosófica para bobalicones contemplativos que no se enteran de por donde andan las cosas de este mundo, no es tampoco un síntoma de santidades excéntricas e insostenibles para "la gente normal". Ni un paradigma de perfección para egos selectos que se consideran la repera cuando miran el mundo desde sus plataformas egoespaciales. 
El altruismo es, por encima de toda elucubración, la esencial y pragmática conditio sine qua non  para la verdadera supervivencia de humanidad y planeta. Sin ella estamos más perdidos que el alambre del pan de molde. Ya lo tenemos más que demostrado. Sólo hay que leer el periódico, oir las noticias y ver las tertulias en la tele. Si a estas alturas de la evolución perdemos ese tren o si no somos capaces de experimentar el impulso vital del altruismo ni de contagiarnos de su más que necesaria y bendita pandemia, despidámonos for ever & ever, de seguir en la historia del cosmos como especie digna de mención y recuerdo presentable, que no abochorne a quienes encuentren nuestros residuos desperdigados por esos espacios interestelares en los que hasta ahora no nos hemos encontrado a nadie más, y curiosamente, sin que esa rarita circunstancia nos dé nada que pensar...En fin
No os lo voy a contar, es mejor que si deseáis que este percal cambie  hagáis al menos el camino de buscar el vídeo en la web de La 2 tve. Y es que el hecho de mover energía, aunque sea la del ratón y el click, el mero acto de movilizar la voluntad, ya nos aumenta la capacidad de acercamiento, de atención, interés sano, de empatía y proximidad cognitiva, es como arar el campo para la siembra de una nueva y necesaria cosecha, la urgencia de descubrir vías nuevas que nos convocan en vez de dispersarnos, enfrentarnos o discutir sin parar, solo desde las fijaciones y falsas "seguridades" que nos impiden trascender las planicies dogmáticas y consuetudinarias del sinsentido y la obviedad del triste vacío sin fuste que nos deshace la conciencia, el alma y el ser sustancial que somos, algo que casi nunca experimentamos en lo cotidiano y su normalidad pedagógica. Sólo nos suena como ciencia ficción o peor aun, 'pseudociencia', solo porque no se vende en el cortinglés ni en las farmacias ultrasupermodernas, hijas del cambio climático y esas cosas.

Por lo que a mí respecta, este descubrimiento ha sido un alegrón enorme. Y un confirmar que "no estamos locas y sabemos lo que queremos", mientras danzamos en plural la rumba de la vida que ya es en sí misma trascendente si así lo decidimos y disfrutamos, claro, y  no la vamos chafando mientras se manifiesta para demostrar en el día a día que todo lo más importante está por descubrir y realizar.
Hay que salir del bucle. Hay que asumir y empezar ya mismo esa bifurcación de la que la ciencia habla nada menos que con Premio Nobel adjunto, para abandonar el basurero global de la entropía degradante que hemos conseguido instaurar con tantos protocolos y leyes, manifiestos, tratados y zarandajas varias, desde el fofo perfeccionismo exhibicionista de las sociedades egocentricas y aparatosas, llenas de buenas intenciones y pésimos resultados, para las que el altruismo y la empatía no tienen nada que ver con la libertad, la igualdad, la fraternidad, los derechos y deberes humanos, más la felicidad resultante de sentirnos uno en lo plural y armónicamente diversos y cooperantes en la unidad. Un conjunto que hasta ahora no ha cuadrado en el sistema regulador que con Montesquieu llegó a la cumbre y en ella se quedó a su aire, hasta que la cumbre ya no aparece por ningún lado. Es que seguramente lo que entonces era cumbre ahora es una zanja llena de maleza y desperdicios, las alturas no sirven de mucho si las bajuras no se van aclarando por el camino. Toda escalada necesita un buen campamento en la base.
Y no, la culpa no es de Montesquieu, ni de nadie; no hay culpas, solo evolución natural y cataratas colectivas que salen con la edad si no se cuida la visión y se está convencidos de que la vida no evoluciona y de que solo el dios caprichoso que la creó jugando a ser Frankenstein, pondrá el punto final al cutre y absurdo jueguecito, cuando se canse de ver de lejos los resultados "mágicos" de sus divinas ocurrencias. Y, claro, en semejante plan nada tiene el menor sentido. Pero si le añadimos el ingrediente consciencia, -es decir, el rumbo al corazón que es el maestro sin el que la inteligencia se queda sin cerebro disponible- en seguida aparecen las llaves del alojamineto universal y la empatía nos demuestra sin parar que hay casa y techo, comida y salud, escuela y amor suficiente, para todos y todas, que nadie está excluido de la Casa Infinita.
Este amigo budista lo explica tan bien que parece que oímos a Gandhi, a Jesús el capintero, a Sidharta, a Lao Tsé, a Luther King, a Mandela, y sobre todo a tanta buena gente que pasa por el mundo sin hacer ruido para facilitar la vida a sus hermanos de especie,  y a la misma Naturaleza, con sus contagiosos milagros diarios, ¡y sin redes sociales ni fotos en Instagram! Toma ya.

Buen domingo, familia global, y que experimentéis esa simple felicidad de sabernos átomos, electrones, partículas, células y órganos interactivos, creadores y modificadores de la misma inmensidad genial, o desastrosamente mediocre y miserable, depende de lo que decidamos, y de cómo y desde dónde lo realicemos. Todos y todas lo decidimos en cada pensamiento, en cada deseo, en cada acto que ponemos en marcha o que frustramos e impedimos si no se ajusta a las condiciones establecidas hace mil años y que ya resultan tantas veces una marcianada. Para eso tenemos la oportunidad constante de elegir, de bailar al son del justo albedrío de cada cual para que el resultado, gracias al empático altruismo, pueda ser el bien común, no solo el bien de unos cuantos.
Para poder bailar la danza de la vida tiene que sonar la música, y una orquesta bien afinada es lo mejor, por no decir lo único que permite el más hermoso y deseable baile.  Lo mismo deberían saberlo Puigdemont que Lambán y Page.

"Debe dar tristeza y frío, ser un hombre artificial, 
cabeza sin albedrío, corazón condicional. 
 Mínimamente soy mío, ay, pedacito mortal!" 
(Silvio Rodríguez)

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