La crisis climática como palanca
Más País propone una transición ecológica que comience a reequilibrar territorialmente nuestro país, con políticas agroecológicas, de reforestación y con infraestructuras que reviertan el vaciamiento de muchas provincias y el abandono y descuido de nuestro campo
Actuar a tiempo contra la crisis climática es tanto una necesidad como una oportunidad para un proyecto de país justicialista y verde, que cuide de la tierra y de la comunidad como mejor garantía de la libertad
Tiene algo de irónico que
la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP25, tenga
lugar en Madrid debido a la incapacidad del Gobierno chileno de
garantizar su realización por las protestas de su pueblo. Precisamente
Chile, que tuvo el dudoso honor de ser el primer laboratorio de las
políticas neoliberales de los "Chicago Boys", impuestas por la poco
liberal y sangrienta dictadura de Pinochet y que hoy aún marcan un país
atravesado por la desigualdad. Y es que la gran aceleración de la crisis
climática en los últimos 40 años es inseparable de un modelo neoliberal
tan triturador de lo social como depredador de lo ambiental.
El
neoliberalismo pretende construir un mundo basado en el libre encuentro
de los hombres en el mercado. Hombres –y aquí el masculino no es
genérico– que son libres porque carecen de ataduras y de límites. Esta
utopía totalitaria de mercado invisibiliza nuestra dependencia de los
otros, de unos cuidados tradicionalmente a cargo de las mujeres, de unas
instituciones públicas que hacen posible la reproducción social y de un
planeta finito y cada vez más seriamente dañado. La historia de los
últimos 40 años es la de la fanática huida hacia adelante de este idea
que, para enriquecer a unos pocos, ha generado una desigualdad sin
precedentes, ha socavado cualquier forma de comunidad que no esté
mediada por el dinero y el consumo, y amenaza ahora con destruir de
forma irreversible las mismas condiciones que nos permiten vivir en el
planeta. Como recordaba precisamente en El País hace unas semanas el
premio Nobel Joseph Stiglitz, la historia del neoliberalismo es la
historia de una promesa fallida, la de que la irresponsabilidad de unos
pocos fomentaría la prosperidad y la democracia. Esta promesa solo se
mantiene hoy por el fanatismo de unas élites empeñadas en independizarse
de sus conciudadanos y de cualquier compromiso para con la comunidad y
el planeta en el que viven.
Es necesario enfatizar esto porque, más allá de medidas
concretas y de avances tecnológicos, afrontar la crisis climática
implica volver a poner la vida y la comunidad, la cooperación y los
cuidados, en el centro de nuestra visión del mundo y de las políticas
públicas.
Si nos centramos en nuestro país, España
encara la década que viene con una serie de importantes retos: una
economía de base estrecha, poco diversificada y aún muy dependiente de
sectores de bajo valor añadido, que acentúa la desigualdad y la
precariedad y con un desempleo que no termina de descender a los niveles
anteriores a la crisis, una herida territorial que además de la
cuestión de la plurinacionalidad implica una geografía humana y
económica insostenible, con el vaciamiento de amplios territorios del
país y un sistema autonómico infrafinanciado que no termina de asegurar
una garantía federal de los derechos sociales A esto hay que sumar que,
por nuestra ubicación y condiciones ambientales, España es el país de la
UE más vulnerable al cambio climático.
Frente a esto,
Más País pone en el centro de su proyecto para España un Acuerdo Verde
que movilice a lo mejor del país al servicio de la transición ecológica.
Una transición ecológica con justicia social que descarbonice nuestra
economía con energías limpias y apostando por una movilidad sostenible,
que emprenda una reindustrialización verde que genere cientos de miles
de empleos cualificados y con buenas condiciones. Una transición
ecológica que comience a reequilibrar territorialmente nuestro país, con
políticas agroecológicas, de reforestación y con infraestructuras que
reviertan el vaciamiento de muchas provincias y el abandono y descuido
de nuestro campo. No existen hoy dudas sobre que tenemos que adoptar con
urgencia medidas para modificar nuestra relación con el planeta. La
gran pregunta de comienzos de este siglo es si las aprovecharemos como
una palanca para un ambicioso esfuerzo por la prosperidad, la justicia
social y una nueva oleada de democratización, o si por el contrario
serán el resultado de una despiadada, depredadora y suicida guerra de
todos contra todos.
Cuando agonizaba el siglo XIX, se
desarrolló en España un amplio y heterogéneo movimiento regeneracionista
que aspiraba a una refundación nacional que democratizase las
relaciones sociales, modernizase el Estado y lo pusiese al servicio de
las necesidades del pueblo. Se desplegaría en paralelo al empuje de un
potente movimiento obrero que fue un agente de reivindicación,
desarrollo cultural y autoconciencia de las masas trabajadoras. Hoy, más
de cien años después, tenemos frente a nosotros la tarea de reconstruir
un acuerdo social roto por el modelo depredador neoliberal que ha
sembrado por doquier angustia e incertidumbre. Actuar a tiempo contra la
crisis climática es tanto una necesidad como una oportunidad para un
proyecto de país justicialista y verde, que cuide de la tierra y de la
comunidad como mejor garantía de la libertad.
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