jueves, 6 de septiembre de 2018

Un ejemplo inconfundible de demagogia desinformativa


"Refuerza" tus defensas (y danos tu dinero)





La incidencia de la gripe en Euskadi aumenta hasta los 527,6 casos por 100.000 habitantes
Como cada año en septiembre, la vuelta a la escuela, al instituto, a la universidad y al trabajo marcan el pistoletazo de salida de la temporada de epidemias por enfermedades infecciosas respiratorias, siendo los resfriados los principales protagonistas. La agrupación de gente en sitios cerrados favorece la transmisión de estas enfermedades, especialmente entre los niños que son 'contagiadores' natos por sus características particulares. Las empresas de alimentación y de 'salud' conocen muy bien este fenómeno y aprovechan para bombardearnos con publicidad por todas las vías posibles para inculcarnos una idea totalmente errónea desde el punto de vista sanitario, pero brillante desde el punto de vista del marketing: "Tienes que ayudar o reforzar tus defensas".
El afán por vender ha prostituido hasta límites insospechados el concepto de 'defensas inmunitarias', llegando hasta al punto de hacer creer a una buena parte de la población que sus defensas necesitan ayuda o refuerzo. Así, la medicalización de la vida diaria, al convertir a personas perfectamente sanas en 'enfermos' que necesitan 'tratamiento crónico' es una estrategia de ventas tan genial como carente de toda ética. De hecho, no es casualidad que unos famosos yogures, pioneros en sacar tajada en este terreno, se diseñaran con forma de botellita de jarabe. La idea que se quiere vender es que estás tomando una 'medicina', ya sea con mensajes explícitos o implícitos.


Vamos a dejarlo claro: Una persona sana, normal, con una dieta corriente, no tiene absolutamente ninguna necesidad de tomar nada para ayudar o reforzar sus defensas. Además, coger resfriados o gripes no indica, para nada, que nuestras defensas necesiten algún tipo de ayuda, sino que son procesos que forman parte de una vida de lo más sana, por mucho que nos disguste. Cuando nuestro sistema inmune se enfrenta por primera vez a un virus que no conoce, es normal que padezcamos los típicos síntomas que todos conocemos (mocos, tos, fiebre o febrícula, malestar general, dolor de garganta...) y que son reacciones normales de defensa de nuestro organismo.
Los niños, al no tener tanta experiencia inmunitaria como nosotros, se exponen con más frecuencia a virus que son totalmente nuevos para ellos y, por tanto, padecen enfermedades infecciosas leves con mucha frecuencia (entre 8 y 10 infecciones al año, de media). La doctora Amelia Arce resume muy bien este fenómeno en niños en su artículo No es un déficit de defensas, es un exceso de ataques. Además, como explica, con mucho acierto, la doctora Gloria Colli, si tuviéramos las defensas bajas, no tendríamos catarros, diarreas o gripe, sino que estaríamos sufriendo meningitis, neumonías, otitis complicadas y otras cosas mucho peores.
A pesar de esta tozuda realidad, abundan multitud de productos que garantizan "ayudar a tus defensas" cuando, en realidad, son del todo inútiles y un gasto innecesario de dinero. ¿Cuáles son esos productos? Las vitaminas (totalmente innecesarias con una dieta sana), incluyendo la vitamina C, la homeopatía, la miel, la equinácea, la jalea real, los yogures con probióticos, el Imunoglukan, el propóleo y cualquier producto alimentario o complemento dietético que publicite dicho beneficio. Ninguno de ellos ha demostrado científicamente en ensayos clínicos que ayuden a las defensas ni que su uso proteja frente a infecciones, sencillamente porque no hay nada que reforzar si el sistema inmunitario funciona con normalidad. Además, en caso de padecer problemas inmunitarios de verdad, los productos anteriores resultan del todo inútiles.
Si las empresas realizaran un marketing honesto (al estilo de trailers honestos), sus eslóganes serían más o menos así: "No podemos hacer nada por tus defensas, pero podemos venderte la idea de que realmente estás haciendo algo por ellas y así sentirte mejor contigo mismo mientras nos llenas el bolsillo. Lo hacemos no sólo porque es rentable, sino porque también existen muchos huecos legales en la legislación publicitaria que aprovechamos para hacerte llegar este mensaje engañoso".
Entonces, ¿qué podemos hacer para prevenir los resfriados, las gripes y otras enfermedades infecciosas? Las medidas más efectivas son muy baratas y de sentido común: Lavarse las manos con frecuencia y con jabón, estornudar y toser sobre las mangas, vacunar cuando esté aconsejado y evitar los hospitales, si es posible, durante época de epidemias. En otras palabras, la defensa más efectiva contra las epidemias es disminuir las probabilidades de entrar en contacto con los microorganismos que los causan y limitar el contagio a los demás. Desafortunadamente, las mejores medidas para la salud pública suelen estar huérfanas de patrocinadores salvo que se utilicen para mejorar la imagen de una determinada marca o empresa. ¿Quieres realmente ayudar a tus defensas? Pues minimiza las probabilidades de exponerte a los microorganismos responsables de las epidemias.

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Las medias verdades son un verdadero caballo de Troya en el terreno deformativo, utilitarista y generador de confusión, que es el caldo de cultivo ideal para un capitalismo invasivo sin alma y su visión miserable de la existencia. En el plano actual de nuestro nivel evolutivo contamos con la herramienta indefectible de la dualidad. Toda causa y todo efecto lleva en la mochila el peso de su sustancia opuesta y nuestra disciplina cognitiva nos propone aprender a conciliar sacando de ambos opuestos un aprendizaje esencial y equilibrado que nos facilite seguir evolucionando con la vida sin matarla ni corromperla con nuestras ocurrencias y estupideces solemnes y hasta saturadas de informaciones, tantas veces tan manipuladas tan mal comprendidas y convertidas en dogmas y falsas seguridades, como mal aplicadas y terminators. 
Nuestra condición de humanos en proceso evolutivo constante se desarrolla así al menos por ahora, es preciso saberlo y aceptar esa realidad desde la honestidad de la autocrítica, en la medida en que se comprende y se asume el conflicto pasa de ser una barrera insalvable a ser un entrenamiento positivo y creador de nuevas perspectivas, como las vacunas lo son para las defensas de nuestro organismo, siempre que se apliquen cuando toca, o sea, cuando hay un claro proceso invasivo y pandémico de bacterias o de virus, porque si el cuerpo se acostumbra a estar siempre vacunado sin motivo directo y "por si acaso", llegará un momento en que las defensas naturales dejarán de tener sentido para el organismo y entonces desaparecería esa función ya innecesaria para la inteligencia vital, porque la hemos delegado en los fármacos y "ayuditas" similares, que a su vez son, junto al petróleo y derivados, el negocio del milenio. 
Todavía hay en el mundo sanitario quienes confunden la velocidad de las informaciones sin base consistente con el tocino del negocio, tal vez por falta de rigor científico debido a la  masterización superficial de la ciencia médica en manos de ciborgs programados para repetir monsergas y lavar cerebros con el aval de unos títulos que solo son papel mojado cuando se trata de curar de verdad, -que es lo que menos importa- y que, como parásitos, emulando a las bacterias y virus, una vez introducidos e instalados en los medios se dedican a la patológica ceremonia de la confusión y dan gato por liebre constantemente con una mezcla apabullante y programada de manipulación, demagogia, cinismo, frovolidad y estupidez en similares proporciones. Un mix narcotizante y tantas veces fatal para la conciencia individual y colectiva, que en realidad es la verdadera base y sustento de la salud. Un detalle que la sanidad entendida como negocio y agencia de colocaciones no alcanza y ni siquiera sospecha que exista.  Y así, poco a poco el término sanidad se va convirtiendo en oportunidades de colocarse, de instagramizarse y forrarse si se puede haciendo de testaferros de quienes mejor paguen los servicios del burdel falsamente terapéutico y si además se van introduciendo en las instituciones políticas y sociales, miel sobre hojuelas. 

Una argucia espléndida es introducir comandos reptilianos documentados por alienación, -mejor aún si ignoran serlo porque ya han hecho suya la causa desalmada del forring office creyendo que defienden valores y todo-, en medios que se nutren de la libertad de expresión con cuota participativa. Lo comido por lo servido. Y todos tan contentos en un ambiente estupendo de apoyo mutuo para cargarse todo lo que impida que la conciencia humana despierte, crezca y se desarrolle de cara a un futuro más sano, y por ello más inteligente, más ético, igualitario, justo, transparente y eficaz. Decente y feliz. Un futuro que, por cierto, a ese nivel sanguijuela cortoplacista, importa poquísimo, O sea, nada.
Ahora, tras la descripción genérica del problema global, pasemos a la reflexión específica y analítica en este caso particular:
La autora del artículo en estudio afirma una verdad como un templo, denunciando el negocio desvergonzado de lanzar publicitariamente y vender en cada estación de cambio productos para-farmacéuticos y pseudo medicinales, 'mágicos' según los anuncios, para evitar la enfermedad, que según la autora es lo más natural del mundo. Primer intento de colar el gol basándose en una realidad tangible: salud y enfermedad son opuestos naturales e inseparables en la existencia. Qué mejor camino demagogo que patentar la enfermedad como lo más natural del mundo, como la cara borde e inevitable de la salud, y que eso se asuma con toda naturalidad. Por esa regla de tres, deberíamos admitir el delito como normalidad en "b" opuesta a la virtud y hacernos a la idea de que quien delinque está sometido a un proceso natural e incluso cíclico que no es nada negativo, los mocos y las toses que les salen espontáneamente a la ética, a la moral, a la igualdad o a la justicia. ¿Para qué trabajar como idiotas pedagogos de un imposible metafísico en cualquier área de la experiencia humana? La propuesta de esta buena mujer es que hay que aguantar la enfermedad a pelo mientras no se esté muriendo el personal. Pedazo de empatía sanadora. Y que lo que no pueda curar o aniquilar un antobiótico, un potente analgésico, una quimio o una radio, se soporte moqueando, tosiendo y con fiebres alternas mientras el cuerpo aguante y no haya que pedir baja por enfermedad verdadera o sea, de las del finiquito declarado. ¿Para qué ir al médico, afirma la brillante autora, si el hospital es además un vivero de gérmenes peligrosísimos? Mejor en plan pasota y no aumentar las colas de las consultas y mucho menos los soponcios de las urgencias. Mucho mejor aguantar estoicamente los dolores y jamacucos estacionales que total solo son una moda del clima, que como la indumentaria monta sus pasarelas en cada estación con sus trajes ad hoc pero en plan faramafashion. Y en todo ello tiene razones tópicas parciales, que ella aprovecha habilmente para mezclar las churras de su fijación antihomeopática con las merinas de la objetividad. Porque en medio de todos los brebajes que cita ha colado nada menos que la fitoterapia y la homeopatía, que, por más que les pese a la Montones y a sus secuaces, como esta técnica de FP subida al estrado mediático de la demagogia, son parte fundamental de la ciencia médica e incluso la garantía de su futuro, cuando el grado de intoxicación generalizado, de rechazo fisiológico y aberraciones clínicas in crescendo vaya exterminando  e inhabilitando con males crónicos a la humanidad mientras a base de pócimas y mejunjes se alarga el suplicio de estar como zombis en un mundo de terminales en todos los sentidos. No es un éxito, en absoluto, conseguir una  longevidad "democrática" en condiciones horribles de dependencia y narcosis recetaria, que según parece es el orgullo médico del sistema y que desde luego tampoco es gratis. Nada es gratis cuando no se conoce social ni políticamente la virtud de la gratuidad. Cuando se es educados en la "cultura del esfuerzo" patológico y destructivo. No en la del esfuerzo generoso, libre y sano, que se alegra tanto del bien ajeno como del propio porque los vive como iguales. ¿Cómo no estar enfermos constantemente y ser una sociedad enferma, si la enfermedad somos nosotros mismos embarrados en miseria, competitividad, rivalidades, envidias, ambición, avaricia y bajezas miserables tomadas como virtudes rentables, enfocando el esfuerzo hacia la destrucción de lo que nos construye y a favor de lo que extermina todo lo que toca, incluidos nosotros?
No hijas no. No es por ahí. La Naturaleza tiene afortunadamente una inteligencia desobediente y sanadoramente díscola, anarquista y socialista natural, que vuelve del revés las previsiones cuando menos se espera en una revolución energética, empática, cooperativa e imparable en las concienciencias experimentadoras, por eso, cuanto más aprendemos a respetarla y a contar con ella, y menos manipulamos en todos los sentidos, más sanos, completo y felices  solemos estar.
A la hora de contar cuentos es necesario también que los relatos sean sanos y pedagógicos, que aporten ideas buenas, que nos enseñen a pensar como las moralejas de las fábulas. Que no mientan ni se empleen como engañabobos, que no degraden a quien los cuenta ni a quienes los editan ni a quienes los venden. 
El ser humano no nace para ser un enfermo de larga duración ,mejor o peor tratado por otros enfermos manipuladores de su libertad, de sus derechos y de su salud, que llene las cajas registradoras de las farmacias y los recintos hospitalarios. Al contrario, nacemos para que la vida escriba con nosotros su biografía que es la nuestra como especie compuesta por individuos que evolucionan juntos desde la inteligencia simple de la materia inicial a la inteligencia espiritual y cósmica, de ciclo en ciclo, sin angustias por prevalecer en medio de la infelicidad y el caos, sin teleles porque haya que cambiar de traje biológico a lo largo de la espiral galáctica del ser y de planos existenciales incalculables, en un viaje sin límites, sin ansias de poder, de poseer ni de mangonear ideas, personas y enjuagues, tiempos y espacios que tenemos para crecer y gozar aprendiedo no para conquistarlos y destriparlos mientras petamos como los cerdos en San Martín o lo toros en San Fermín . 
Nacemos para fluir y en esa dinámica, crecer y cambiar lo que nos deteriora por lo que nos vivifica - a todas y a todos, no sólo al ego de cada cual- y desde luego los recursos no se limitan a química y farmacopea. El elixir de la salud es encontrar el sentido de la vida; entonces ante cualquier deficiencia fisiológica, la misma Naturaleza nos brinda la sabuduría práctica -la sofrosine/prudencia, dice Aristóteles-  de utilizar la geoterapia, la hidroterapia, la termoterapia, la fitoterpia, la dieta saludable sin excesos ya innecesarios en la vía del conocimiento -gnozi seautón, conócete a ti misma- decían Hipócrates y sus colegas en los hospitales de la Hélade- y por supuesto, la homeopatía, descubierta conteporáneamente a la vacuna, por Hannemamm y por Jenner.La vacuna inmuniza, la homeopatía sana en profundidad cuando ya hay problemas de salud o secuelas de porquerías tóxicas, limpiando desde dentro, no enfermando a nadie, como las pócimas que dejan indefenso el organismo. La equinácea, por ejemplo, ya que el ertículo la cita, fortalece la resistencia y la inmunidad. Un frasco de 8 euros te dura meses y te sigue ayudando auque ya no la tomes, porque modifica el organismo, no es como una piruleta, que también lo modifica en sentido contratrio. Y encima no tiene ninguna secuela tóxica. Todo ello es ciencia en limpio más que demostrada, que nos enseña, lo primero, la humildad y el silencio de la reflexión antes de meternos en camisas de once varas, manipulando venenos y tóxicos modernísimos de los que luego no tenemos ni idea de cómo afrontar con éxito y salud sus efectos secundarios e incluso sus daños medioambientales.

Y por último, que quede clara una evidencia indiscutible: el dinero no es el problema de la salud, solo cuenta en qué lo queremos emplear para mejorar como seres humanos comunitarios o para vegetar como viene siendo lo "normal". Lo podemos gastar en cosméticos y peluquerías, en ropa y taconazos, en coches de lujo y en baretos o en turismo a lo grande, en tratamientos tipo Clínica Mayo, en móviles de última hornada o, por el contrario,  en la modestísima fitoterapia, homeopatía, acupuntura, clases de yoga, chikung, taichi, filosofía, libros que aclaren y no nos entorpezcamn más aun, ciencia de verdad y estudios que valgan la pena y nos ayuden a a desalienarnos, como también en  ayuda a las causas justas ...El dinero no es el fin, pero la forma de invertirlo, en el plano en que ahora se mueve la especie,  puede acabar con todo  o cambiar el mundo a mucho mejor si le vamos quitando el poder que le hemos dado a lo largo de los siglos, para sustituirlo por el ser espléndido que somos y que aun desconocemos. No hay más que echar un vistazo a la actualidad para comprobar esa enorme ignorancia de nosotras mismas que  lleva y trae en medio de un viacrucis perenne en tantos formatos.

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