domingo, 16 de septiembre de 2018

Magnífico, sin más. Y gracias al poeta, como siempre

Instrucciones para escaparse del Valle de los Caídos

Publicada el 16/09/2018

Abomino sanamente de Cuelgamuros, confesó en sus memorias Nicolás Sánchez-Albornoz, un buen libro titulado Cárceles y exilios (Anagrama, 2012). Prisionero en las celdas de la dictadura, exiliado durante muchos años, profesor de historia en Argentina y Estados Unidos, responsable con otros amigos de la fundación de la mítica editorial antifranquista Ruedo ibérico y, ya con la democracia, primer responsable del Instituto Cervantes, Sánchez-Albornoz amaneció en su juventud muchos días frente a las montañas azuladas del Guadarrama.

Su experiencia de vida le invitó a escapar del rencor, sintiéndose muy lejos éticamente de sus captores y custodios. Pero comprendió la necesidad de dejar testimonio humano de sus recuerdos, iluminar desde la verdad de sus propios sentimientos la historia reciente de España, igual que lo hizo su amigo Manuel Lamana, compañero en fuga del Valle de los Caídos, en una novela aconsejable: Otros hombres (1956).

El lector vivirá en sus palabras la realidad de unos muchachos que habían conocido la democracia con la proclamación de la República, habían soportado un golpe de Estado y una durísima guerra civil, habían intentado rehacer su vida y se habían encontrado en una Universidad sin decencia, con los grandes maestros en el exilio y con profesores improvisados entre los vasallos belicosos del Régimen. Cuando intentaron organizarse para luchar por otro tipo de Universidad y de país, cayeron en manos de la policía en 1947.

Después de pasar por comisarías y cárceles, Sánchez-Albornoz fue destinado a uno de los batallones de castigo que trabajaban en la edificación del Valle de los Caídos. Sería conveniente que las personas que discuten sobre la exhumación de los restos de Franco y los políticos que deciden abstenerse, leyesen las memorias de Sánchez-Albornoz y la novela de Lamana. Leer no está de moda entre los parlanchines, pero es una costumbre que ayuda a saber de qué hablamos cuando hablamos de algo.

El Valle de los Caídos no sólo sirvió para convertir los restos de un dictador en un disparatado monumento nacional en el interior de una democracia. Ese monumento resume bien lo que significó el Régimen, el entramado empresarial, religioso y militar que humilló durante 40 años la dignidad española.

En 1943 se situaron tres destacamentos de castigo en el valle de Cuelgamuros. Uno se dedicó a edificar el Monasterio, otro a horadar la roca para construir el panteón del Caudillo y otro para hacer las carreteras que permitiesen una comunicación rápida con el imperio funeral del elegido por la gracia de Dios para gobernar España.

El régimen se había inventado un sistema cercano a la esclavitud capaz de hacer negocio con sus numerosos presos políticos. Fue un invento necesario, porque había tantos presos que ni una economía más saneada que la española hubiera podido sostener tanta población penitenciaria. Se trataba de redimir penas por el trabajo, es decir, rebajar días de condena por servicios laborales a la patria. Recomiendo también la novela de Ana María Matute Los hijos muertos (1958) a quien quiera conocer por dentro el estado de ánimo de aquellos batallones.

El Monasterio de Cuelgamuros se construyó con presos políticos a los que se les pagaba una miseria. De esos trabajadores forzosos se valieron allí, como en otros lugares, unos empresarios desalmados que hicieron su fortuna gracias a una mano de obra sin derechos y humillada. El dinero destinado a los esqueléticos salarios desaparecía en una cantidad casi invisible porque los gestores militares y civiles se encargaban de llevarse a sus bolsillos la cuota de corrupción que les tocaba. Además, los presos debían invertir lo poco que les quedaba en el economato o la cantina para no morir de desnutrición. Los patriotas encargados de alimentar a los presos también tenían derecho a rebajar el dinero del presupuesto para poder dedicarlo a sus propios asuntos familiares. Y todo eso en un laborar condenado a los accidentes, las enfermedades y la muertes.

Esta es la historia del Valle de los Caídos. Sánchez-Albornoz y Lamana consiguieron huir en una fuga espectacular que les llevó al otro lado de los Pirineos. Ellos se escaparon de la ignominia en 1948. La democracia española está a punto de conseguirlo 70 años después. Basta con abominar sanamente del significado histórico de Cuelgamuros, como hizo a lo largo de su vida Nicolás Sánchez-Albornoz. ¿Instrucciones? Pues dignidad humana, educación, lecturas, decencia democrática y orgullo de sentirse español, con pasaporte o sin pasaporte, pero sin tener nunca que confundirse o sentirse equidistante ante la barbarie.

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P.D.

Este artículo me ha ayudado a profundizar en el sentimiento geopolítico de pertenencia. A mi modesto entender, lo del orgullo de sentirme española o de cualquier otro redil me sobra. Precisamente el empacho de patria mal cocinada y peor servida como menú, nos ha ido demostrando a lo largo de una  trayectoria ya insufrible, que la nacionalidad como condena inevitable de la que sentirse orgullosos por obligación no significa nada a la hora de la verdad. Es más, el patriotismo, personalmente, me resulta contradictorio con el sentimiento de fraternidad universal que comparto por completo con las premisas de la Internacional Socialista: El hombre del hombre del hombre es hermano, derechos iguales tendrá... ni esclavos ni dueños habrá, la Tierra será un paraíso, patria de la Humanidad. Yo me lo creo, así, sin más retóricas, a toca teja y pisa suelo. Tanto que se ha convertido en el oxígeno que me hace posible funcionar cada mañana desde que despierto. Una realidad que a lo largo de mi vida, en muchas ocasiones y voluntariados, afortunadamente, he podido experimentar dentro y fuera de España, y que aun la experimento en la convivencia con los refugiados y migrantes, que es un privilegio y una prueba irrefutable de que la propuesta realmente socialista no se equivoca al deshacer barreras "patrióticas" trazadas a gusto del consumidor territorial que sin objetividad alguna se adjudica atributos especiales de los que fardar; por ello estar orgullosa de ser de cualquier sitio  me resulta un poco infantil y prepotente, como de hooligans, (aunque legítimo por supuesto, faltaría más) en una especie tan frágil, voluble, inestable y chisgarabís como la nuestra, que constantemente anda a la caza de y a la greña por cualquier cosa que le dé motivos para pelearse y competir, rompiendo la fraternidad y la universalidad de su esencia sin miramientos ni tiquismiquis. 

Sería una hipócrita si dijera que lamento no sentirme tan española como debería según los cánones de la mentalidad de escuadra "como dios manda", pero  ante todo me debo a mi conciencia más que a cualquier oferta eufónica y rimbombante de otros, como la de las patrias pergeñadas como última referencia digna que manipule "legalmente" hasta la propia libertad del sentimiento y del pensamiento y si hace, de la opinión y su expresión. Me parece genial que quien quiera sentirse orgulloso de ser lo que más le ponga, lo haga, lo que ya me deja fuera del cercado es que sentirse orgullosos de algo que no se ha elegido como es el lugar de nacimineto o  la etnia y que incluso es una penitencia soportar en tantas ocasiones, se convierta en una condición que nos libre de la equidistancia con la barbarie, cuando esa patria, España en este caso,  lleva centurias siendo barbarie a tutiplén y sin detectable arrepentimiento, hasta el punto de que cuando tiene la oportunidad histórica de liberarse de lo peor de sí misma, se asusta y se aferra a los mismos grilletes de siempre para no cambiar ni un punto ni una coma en su siniestro autodiseño. El tiempo hace que las peores costumbres a base repetirlas como cosa propia se conviertan en falsas virtudes tal que los malos zapatos acaban por convertir en callos las rozaduras que no se saben curar en su momento.
¿Una prueba evidente del fenómeno?: la mayoría de autores recomendados por García Montero para recuperarse como españoles o han sido asesinados o se han tenido que huir  de la patria sacrosanta para salvar la vida o morir  de tristeza en el exilio como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez y tantos otros.  Resulta que en el caso español, especialmente, la patria no une, divide. Porque cada tipo de sensibilidad sectorial la quiere desesperadamente de un color: los de cultura latifundista la ven como una, monocolor, grande, obediente, cerrada a los cambios y sometida a un estado medieval por lo cacique, y los de cultura minifundista la ven repartida, intercultural, federalista y abierta a los cambios, sin miedos, que nunca ven como un peligro sino como una necesidad de mejorar y crecer comunitariamente en pequeños asentamientos que se ayudan entre sí, sin que un cacique y un cura les digan lo que hay que hacer. Unos están seducidos por los toros y los festejos a base de malos tratos a los animales o por el machista e incomprensible "deporte" de la caza, pero, en cambio, los otros  suprimen esos festejos que consideran barbarie y no cultura ni mucho menos fiesta nacional, que tantas veces ha sido inspiración de poetas, que luego perecieron como los toros: asesinados por la misma musa bárbara e inhumana  que inspira a los toreros a la hora de matar.
Unos reclaman un poder absoluto y unívoco sobre las tierras de la patria y no admiten que migrantes sin suelo que pisar lleguen a su patria para robarles "lo suyo" y otros abren las puertas para acogerlos como a iguales porque saben y sienten que son sus hermanos y su dolor y sus heridas les conmueven como propias.
¿Orgullosos de qué? ¿De alardear de una nacionalidad que es una etiqueta nominal simplemente? ¿De qué patria tiene que sentirse orgulloso el que debe abandonarla para sobrevivir en otra tierra que, en cambio valora su talento, respeta sus derechos, libertades y dignidad, que en su lugar de origen se han  pisoteado sin miramientos? También este lado de la cuestión lo vivo en directo todos los días en mi familia biológica partida por la mitad por el éxodo migratorio, cuyas secuelas comparto con muchísimas familias hermanas de alma y de resistencia.

Las patrias son la prolongación del feudalismo en la edades Moderna y Contemporánea, como las religiones estatalizadas y unidas al poder del dinero sobre los individuos son la réplica aggiornata de los imperios, antes y ahora. Hasta el punto de convertir las bases del propio marxismo en los raíles teóricos de un imperio  más, con dos caras, una rusa y otra china, en Oriente y brotes más sanos en Occidente, pero que no han progresado como para cambiar nada decisivo en las razones de mundo desalmadoo por una capitalismo demente e insaciable, al ir cediendo terreno al feudalismo que ellos mismos han adoptado como 'hegemonía necesaria' para usar a los pueblos como combustible de su maquinaria social sui generis, que ha ido perdiendo el sentido de su existir y ya no se distingue en la confusión de los fines justificando los medios. Y así acaba como cualquier otra manifestación imperialista a lo largo de la historia. Y como siempre, los verdaderos socialistas, comunistas o cristianos de base, acaban siendo las víctimas marginadas del mismo poder corrompido por el mero hecho de ser poder y no servicio organizado por la propia base social para lograr el bien común, que era el plan antropológico inicial.
Sin patrias lavacerebros y comevoluntades, esto nunca hubiera ocurrido, porque ellas, las patrias, son fundamentalmente la  plataforma y el trampolín de los que asaltan el estado por medio de democracias falsificadas y lo someten a sus planes, es a ellos a los que sirven los ejércitos y las fuerzas de seguridad (la suya mucho más que la de todas), son ellos los que se forran con el comercio del armamento, de las materias primas y de todo lo que pillan hasta que lo agotan y crean ruina tras ruina con apariencia temporal de prosperidad (la suya en realidad es la única que dura).
Nunca las patrias las inventan los pueblos, sino las minorías oligócratas que dominan el dinero y con él compran y fabrican cadenas y mordazas cada vez menos detectables y por ello, más eficaces, con las que amarrar y silenciar a los siervos  de la gleba, haciéndoles pagar carísimos los intentos de igualdad y de justicia.¿Qué mejor manera de asegurarse abundante mano de obra gratis, que fingiendo prosperidad para que los pobres se crean clase media y se metan en hipotecas y luego cerrar el grifo de la burbuja correspondiente  y someterlos a una reforma salarial que los desangre, mientras al mismo tiempo que les disipan los humos de promoción clasística, les arrebatan  la casa cuya hipoteca es impagable si no hay trabajo y la burbuja estallada da lugar a otra, por la venta-chollo de viviendas usurpadas cuya hipoteca inicial deberá seguir pagando el esclavo encadenado mientras viva, ( si no consigue una dación en pago) aunque el piso esté vendido por el banco, - y por cierto,gracias a una ley de la vivienda de origen socialista-, se podrán reciclar los pisos arramblados y revenderlos  para cobrar por ellos alquileres astronómicos, abusos que la patria no sólo no controla, sino que se forra con ellos mediante sus clases dirigentes, que en muchos casos entran al trapo y compran casoplones, áticos, palacetes, chalets de alta gama y demás. Que la ocasión la pintan calva. Y ser patriota bien colocado cunde una barbaridad. Por eso hay que conservar el statu quo de un quid sine quo.

Tal vez si Marx hubiese escuchado y comprendido a Proudhon ('la filosofía de la miseria frente a la miseria de la filosofía') en vez de ponerse hecho una furia infravalorando sus propuestas liberadoras, ahora estaríamos en otro nivel de desarrollo y la patria del ser humano, sin fronteras,  sería 'Planeta Libre', sin el problema de la propiedad egoísta, que sabría solucionar los conflictos con la escucha activa y el diálogo  creativo, con la inteligencia colectiva de una humanidad plural educada en la fluidez, el sano desapego a lo patológico, el respeto solidario a la igualdad de derechos y el libre movimiento entre territorios que en realidad son patrimonio de todos los habitantes de este globo magnífico, actualmente en estado de desguace exponencial, gracias a tanta patria despendolada y plutocéntrica, que ya parece un cuadro cubista no de Picasso sino del fracasso. 

Sólo saldremos de ésta si conseguimos, a no tardar mucho,  que los Empire State de las patrias no nos impidan reconocernos como hermanos universales en medio de la confusión. Las patrias son, como los estadios de fútbol,  campos emocionales de batallas constantes del ego colectivo que sólo sirven para que los organizadores, empresarios y fenomenos mediáticos como Cristiano Ronaldo o Beckam, Trump, los Pujol,  Florentino Pérez, el pp, o el rey demérito, se forren, mientras los hooligans se matan entre sí y los espectadores y socios -víctimas del timo- les pagan  la consumición. Eso sí, orgullosísimos de llevar sus colores y sus escudos para distinguirse y que se vea que no todos somos iguales aunque lo digan los DDHH. En realidad, no son patrias, son pa$tia$.

¿Cuántos desahuciados, desasistidos, sin techo pero con  patria que les ladre (y a veces les muerda), pueden ir al fútbol si tienen  que elegir entre la entrada y comer o pagar la luz? En cambio es paradójico que haya más mendigos votantes del pp que del psoe y no digamos nada de IU, nada de nada. Aunque le echen la culpa a la izquierda, la causa no es su dislexia, sino el fanatismo patriotero que es pura herencia franquista de todas todas, y tiene sus zarpas clavadas en los medios audiovisuales, suya es la propaganda constante que moldea la percepción manipulada desde siempre del tejido social por medio de la opinión, el puto amo es el dogmatismo puro y duro, y ahí está: una patria de García Lorca y otra de la familia Rosales, la cara B de una milonga tan hueca como letal  y que de verdad, igual que en el cuento del traje invisible del emperador, solo es el timo de la banderita. Basta dejar de lado los ritos mentales que se asumen como un honor tradicional, las monsergas asumidas como verdades intocables y cambiar la mirada mipoe por una gafas bien graduadas, que, como cuenta Tagore  de sí mismo, nos permitan ver la realidad tal como es objetivamente, y no como le parece a nuestra mirada telerigida, que no sabe que es miope, y por ello tan falta de precisión y claridad, que asume como cosa normal lo que es una deficiencia importantísima.

No, no todo es patria, también hay que dejarle un hueco a la conciencia si es que aspiramos a salir algún día del redil y de la dehesa ganadera latifundista donde el señorito sigue partiendo el bacalao, a veces hasta disfrazado de obrero o de político 'comprometido' si hace falta,  para que todo parezca que cambia; pero no es posible que  cambie per se  lo que no se quiere cambiar en realidad porque interesa que siga en el mismo plan rentable y acomodado. A lo Tancredi lampedusiano, vamos.
¿Es que no hemos tenido bastante tadavía? Parece que no.

Ains!


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