martes, 11 de septiembre de 2018

Puntos de vista


  • Carmen Montón: "Yo soy Carmen y aquí lo que está en entredicho es mi persona, la cuestión política pasa a segundo plano"    

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    Parece que la ministra de Sanidad no acaba de distinguir el rábano de las hojas y anda confundida entre su identidad, su personaje y sus funciones.

    Sí, ella es Carmen con su ego por delante. Una evidencia indiscutible que nadie ha puesto en entredicho, pero al parecer ella sí  separa su nombre de su persona, Carmen es una realidad localizable pero al parecer su persona no lo acaba de encajar y se va por los cerros de Úbeda haciendo de las suyas, y claro, eso tiene consecuencias para Carmen, qué duda cabe. 

    Y luego, por si fuera poco, está la cuestión política, que según ella pasa a segundo plano, cuando en realidad es esa cuestión la que ha generado el conflicto, no el nombre propio ni los juegos malabares del personaje. De hecho, su nombre y su personaje podrían haber hecho mil masteres en versión sui generis y nadie habría dicho ni mú porque todo se reduciría a un problema particular y anónimo, de su conciencia, de sus tragaderas éticas y, en todo caso, de la Universidad que habría intervenido en el fiasco, que seguramente nadie habría advertido y menos, investigado. 

    Pero justamente la cosa aquí, ahora, rula al contrario: la cuestión política no es el segundo plano, sino el primerísimo. Y es que Carmen y su personaje ocupan nada menos que el Ministerio de Sanidad en un estado que se define como democrático, de Derecho, o sea, igualitario y justo ( moderadamente, sin pasarse en ninguna de las dos virtudes, eso sí, que los excesos en la virtud son tan malos como la carencia virtuosa, según la filosofía del biparty que mangonea el establishment patrio del que Carmen y su personaje forman parte ejecutiva)

    Y precisamente es la cuestión política la que lleva la batuta en estos casos, donde nombres propios y personajes ad hoc, se decantan por vivir de las funciones públicas, es decir, a costa de los impuestos y recortes de los pueblos a los que se han empeñado en querer representar, tantas veces durante años y años, desde la adolescencia en muchos casos, no como personas concretas sino como siglas abstractas de un partido político - no de fútbol ni de tenis- bajo cuyo amparo, personaje y nombre se presentan a las urnas, mucho más como sujetos políticos que como nombre y personaje, que son como la mochila o el carrito de la compra del/la protagonista, que es el o la política profesional. Van por los cargos y no por la onomástica ni el tipazo, que poco importan mientras cumplan con sus deberes y encargos cívicos acertada y limpiamente.  

    Lo cierto es que a la hora de la verdad, aunque la propaganda comecocos insinúe e intente lo contrario, los pueblos se interesan más por el resultado político de los gobiernos que por el estrépito de los nombres y la fachada más o menos seductora o rimbombante o los golpes de efecto, que a veces son, como las promesas electorales, contraproducentes, porque suelen quedarse atascados en lo que pudo haber sido y no fue. Y eso sí que es política porque, al contrario que nombres y personajes pasajeros, es el dominio público, el territorio de la soberanía popular. Y con eso no se juega. Y quienes juegan lo acaban pagando con el desprecio y el rechazo público. Evidentemente, los motivos para ese resultado son todo lo contrario, en cuanto que  obra del personaje y su nombre. No es lo mismo decir Felipe González que Pepe Mujica, ni Carmen Montón que Ernesto o Fernando Cardenal, ni Stalin que Gorbachov, ni  Pedro Sánchez o Alfonso Guerra que Olof Palme. Ni Tsipras que Varoufakis, ni Mónica Oltra que  Carmen Montón, en fin...Que se haga lo que se haga no es separable el sujeto del objetivo que lo impulsa ni del resultado que se deriva, porque es inseparable la comunidad humana de la politeia, que es la canalización de lo político( polis = comunidad civil = ciudad = estado, no de partidos ni sectas) y, por supuesto, de la identidad unipersonal del individuo que es la base unicelular del complejo tejido de la vida civil. Por eso las miserias personales del nombre y apellido, no se quedan reducidas a él y acaban repercutiendo en el todo de la convivencia y con mucha más contundencia si para colmo el individuo con su nombre, ejerce de  portavoz o  representante de los intereses públicos. 

    Puedes estar tranquila, Carmen Montón, que ni tu nombre ni tu personaje son el objeto de nuestra preocupación como ciudadanía, sólo nos preocupa, y mucho, lo que haces como política. Es decir, la política que produces para bien o para mal. 

    Lo tienes muy fácil, puedes elegir entre dedicarte al culto a tu nombre y a tu personaje o al servicio de la política institucional. Es decir, al mundo privado o al mundo de la polis. Lo privado es cosa tuya y del entorno más próximo, pero ten en cuenta que si decides dedicarte a lo público, tus aciertos y errores siempre superarán la dimensión de tu privacidad sin que pueda evitarse y el eco y las consecuencias de tus actos serán imponderables, independientemente de su moralidad, pero, sin duda, muy distintos los resultados si son en positivo o en negativo. 

    En el caso de tu master, como en el de tu obsesión por eliminar las medicinas tradicionales del elenco de la sanidad pública y privada, e incluso de la enseñanza universitaria, no se trata de una persecución contra tu persona, ni mucho menos, sino de la reivindicación de nuestros derechos, y si éstos te resultan lesivos e inaceptables, eres tú quien debería hacérselo mirar y recapacitar si estás en condiciones de asumir un cargo de dimensiones demasiado densas y amplias para tu paisaje personal y moral. 

    Está claro  que la dimisión en todos los casos es un acto admirable de dignidad, de madurez personal y política y que sólo los peperos y peña cerril no son capaces de valorar, porque se agarran al poder con uñas y dientes, no tienen otro horizonte más sano al que dirigirse ni con el que forrarse y subirse al estrado, se identifican tanto con el personaje, el nombre y el cargo, que se olvidan del porqué, del sentido de lo que canalizan y están convencidos de que dimitir es humillante, porque, como en el despotismo de Luis XIV, el cargo son ellos.  

    Por fortuna ya no  es así, la conciencia colectiva ha evolucionado, y al contrario, la peor humillación es equivocarse por creerse en posesión de todas las razones que sólo el equivocado sobrevalora, o sea,  sostenella y no enmendalla en el estercolero, proclamando su impecabilidad, cuando todos están viendo lo que hay. 

    Justamente la imposiblidad de reconocer los propios errores, que todos ven menos uno mismo, da la clave para descalificar como gobernante a cualquier político. Independientemente de su nombre y de su personaje, aunque éstos sean el soporte visual del protagonista. Es el hecho político y moral de que no se distinga el chanchullo de la legalidad, algo incompatible con política y decencia. En la vida pública no solo hay que ser impecable por dentro, también hay que demostrarlo, o sea, parecerlo en lo que se hace o se deja de hacer. 

    Por eso en este caso, como en los anteriores, es mucho peor y más degradante agarrarse al poder que dimitir con elegancia ética. A una persona psíquicamente sana le incomodaría muchísimo tener que imponer su honorabilidad por la fuerza cuando ya nadie cree en ella. Ya no es de fiar, no tanto por haberse equivocado como por defender obsesivamente su error como un acierto contra viento y marea cuando los hechos son impepinables. En este caso Montón será la causante de que el Psoe pierda la credibilidad que estaba empezando a tener tras las dimisiones de Huerta y de Fernández. Ahora sí que se está demostrando que todos son iguales, cuando en muchos aspectos importantes no es así. Y eso es lo que menos nos conviene a todos en estos momentos de incertidumbre y golpes bajos inesperados, pero predecibles conociendo el percal de cloacas y bajos fondos capaces de lo peor por no soltar las riendas del poder.

     

    Y ahora cambiando las luces de cerca por las de lejos y mirando con perspectiva más larga hacia el dark side fascistoide ¿quién o quienes  estarán interesados en investigar y denunciar en los medios a políticos socialistas en este plan? ¿Acaso no mandaron a la UCO para hacer de la diputación valenciana un bis del Rusgate, montando un pollo que seguramente no tenga fundamento, pero que confunde, salpica y enloda a los socialistas, al menos hasta que se sepa la verdad? ¿A nadie le extraña el tufo farisaico de la generosa e inusual reacción del pp, haciéndose las víctimas y acompañando en el sentimiento al Psoe en este caso 'gemelo' al de Cifuentes y Casado, con una empatía tan rara como soprendente en ellos? ¿Y el hecho de que Soraya de repente y al mismo tiempo, dimita aprovechando la coyuntura de que Montón se resiste a dejar el poder que ella, Soraya, la poderosa, desprecia y por eso se pira, aunque ni siquiera esté pringada? ¿No suena a lavado de cara total de la eterna gürtel y a jugarreta ppeppera de las de siempre? 

    En fin, aunque sea así, la decencia y la sospecha indican que la mejor salida es dimitir y que luego cuando la verdad lo aclare, vendrá la recompensa con creces, que es la confianza de la ciudadanía en quienes han sido capaces de colocar por encima de sus razones, tal vez reales pero indemostrables de momento, el respeto y la lealtad a sus repesentados. Todo el mundo estaría de acuerdo en que una persona como Bermejo volviese a ser ministro o jefe de gobierno, justamente, porque dio una lección ejemplar de decencia política, valorando más el bien común que su cargo ministerial. Y eso es una garantía muy importante a la hora de gestionar la cosa pública. A eso parece que intenta jugar ahora el pp con su disfraz de lobo ante las cabritas, enseñando por debajo de la puerta su negra pezuña envuelta en merengue. Veremos cuánto les dura. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

    Por ejemplo, en Ontinyent el pueblo ahora es una piña con su alcalde defenestrado como presidente de la Diputación de Valencia, que dimitió sin poner obstáculos aunque es del dominio público su honestidad más que comprobada, ellos, sus conciudadanos, mejor que nadie saben y conocen quién y cómo es su vecino, al que no cambiarían por otro alcalde, ni siquiera los de la misma derecha. 

    Tampoco es explicable la actitud de Sánchez negándose, contra viento y marea, a que dimita la ministra. Si sabe algo que no es público acerca de alguna jugarreta del pp, por ejemplo, debería denunciarlo, pero  si no hay nada y es simple e infantil empecinamiento está haciendo un flaco favor a su partido y a sí mismo. Y de paso a toda la ciudadanía decente, que pierde la confianza en él con esas actitudes inexplicables que hacen dudar de la capacidad presidencial para gestionar con acierto la función que se ha comprometido a ejercer.

    El mejor refrendo y aval, como la mejor campaña electoral, son las actitudes sanas y transparentes, limpias, directas y  desapegadas del poder. No cabe duda. 


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