Asesinato en La Zarzuela
La justicia española ha archivado la investigación sobre el
rey Juan Carlos; independientemente de otras consideraciones procesales,
al final, el juez nos avisa de que chocamos con la inviolabilidad del
jefe del Estado

“El
mes de enero es fresco en Madrid, aquel día de 1976 lucía un cielo como
solo la capital del reino regala a sus más ilustres invitados. Apenas se
había estrenado el joven rey. La comitiva se dirigía a La Zarzuela. En
palacio, todo eran preparativos, la ocasión lo exigía , el presidente de
la República de Freedonia visitaba España, de hecho era la primera de
un mandatario extranjero a la neonata democracia . Ni más ni menos”.
“El comedor era un teatro ceremonial que brillaba por su elegancia.
Todos sentados, el rey y alguno de sus ministros principales, miembros
de su Casa y familiares, el presidente de Freedonia, con su primer
ministro y notables económicos. El rey feliz y algo nervioso empezó su
plática, sus gestos empezaron a mostrar signos de incomodidad cuando uno
de sus edecanes se acercó y susurró algo al oído. De pronto, se
escuchó un grito desgarrado. Una de las doncellas había estrellado con
estruendo su bandeja . En las dependencias anejas al comedor, una
persona real yacía ensangrentada e inerte. Se produjo un revuelo
considerable, el rey en pie, los miembros de la seguridad real aparecían
por todas partes”.
“El comedor se vio literalmente sellado. Nadie podía salir de allí. La
seguridad regia trataban de controlar la situación, la noticia no
podía salir de palacio de cualquier manera y, mucho menos, la notitia criminis” .
Agatha Christie soltó la pluma con frustración, ni siquiera le había
dado tiempo a evocar a su eficaz Hércules Poirot. ¿Qué había turbado a
la exitosa escritora de misterio, qué había motivado tan repentino
abandono, con qué se había encontrado? Agatha Christie se había
rendido, entre el barullo regio había topado, ni más ni menos, que con
la inviolabilidad.
La justicia española ha archivado la investigación sobre el rey Juan
Carlos; independientemente de otras consideraciones procesales, al
final, el juez nos avisa de que chocamos con la inviolabilidad del jefe
del Estado. Una justicia que, como dice la Constitución, se administra
en nombre del rey, pero emana del pueblo, sin que hasta el momento
sepamos cómo se produce la dicha emanación.
Inviolabilidad, un arcaísmo no solo aquí sino en otras monarquías,
resquicio del absolutismo, de la no democracia, un privilegio anclado en
la oscuridad que, según Norberto Bobbio, es la negación de la
democracia. Se suele invocar con veneración la Constitución de Cádiz,
algo hemos avanzado, en aquella, la persona del rey, además, era
sagrada.
El Título II de la Constitución establece la inviolabilidad e
irresponsabilidad del rey. Sus actos , los tasados en la Constitución,
deben ser refrendados por el Presidente o sus Ministros, siendo
inválidos si no lo fueran. Un articulado contradictorio que contiene
negaciones del propio espíritu y letra del texto constitucional.
Pero es más, la inviolabilidad del rey supera los propios limites
constitucionales. Toda la legislación y la praxis constante de los
agentes del estado conspiran en la sobreprotección del rey que va más
allá de lo previsto en la Constitución. No es que el rey sea inviolable,
es que el propio texto contiene espacios vacíos, paraísos, en este
caso, no fiscales, sino metaconstitucionales de impunidad. Contra no
solo el espíritu constitucional sino el acervo jurídico de nuestro
entorno democrático. Tanto en los acuerdos sobre inmunidades e
inviolabilidades, como en el mismísimo Acuerdo de Roma sobre la Corte
Penal Internacional, la cuestión es clara: la inviolabilidad hay que
interpretarla en el sentido de que opera en las funciones
constitucionales atribuidas y no fuera de ellas ni de la temporalidad
de su mandato. Las funciones del rey están en la Constitución y es de
sentido común y de derecho que la inviolabilidad no pueda alcanzar a
actos no refrendados por el Presidente y sus Ministros , que no creo
que refrendaren la intermediación comercial, las comisiones , la evasión
fiscal o el blanqueo de capitales, todas ellas no contempladas, legales
o no, en el texto constitucional.
El
artículo 65 de la Constitución es, además, un ejemplo claro del poder
soberano del rey, una disponibilidad absoluta y sin control de su Casa,
Familia y dineros públicos de los Presupuestos Generales del Estado. El
control de la Casa o su Familia no es baladí. Según Weber, en los
estados dinásticos, el poder político no está separado del doméstico. El
rey es jefe de su Casa, sin control, el centro de su estructura de
poder, y de su familia, figura constitucional, en donde se garantiza la
reproducción de su poder, de su Casa, vía sanguínea.
Un sistema político sano democrático es aquel en que todos los poderes
del estado y sus instituciones están sometidos a pesos y contrapesos. No
es el caso, el pueblo, que es soberano, no tiene resquicio alguno de
control, y mucho menos, poder de revocación, como ocurre en democracias
consolidadas , vía impeachment o cualquier otro instrumento de destitución.
La abdicación o la inhabilitación son decisiones propias de la
soberanía impropia , por usurpación, del rey. Son actos graciosos que
se producen o no, según su único criterio. Al pueblo, soberano
insisto, solo le cabe acatar , no hay mecanismos de expresión de un
poder solo nominal, contenido en la Constitución.El colmo de la broma
es que según el artículo 62 de la Constitución , el mando supremo de
las FFAA de España, es irresponsable. ¿Se imaginan?
Los republicanos suelen criticar a la monarquía por su carácter
hereditario. No solo, hay poder sin control, usurpación de soberanía,
espacios de impunidad. El Título II es una postilla infecta en el
ordenamiento constitucional español, que deberían ser los propios
monárquicos los que instarán a su reforma y desarrollo orgánico, a la
vista de la ineficacia pazguata de la izquierda repetida en el poder. El
Título es un auténtico oximoron constitucional que no solo socava la
soberanía popular reconocida en la Constitución sino que, al tiempo,
horadará a la propia monarquía.
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