domingo, 1 de mayo de 2016

Ejercicios de supervivencia


Luis García Montero 


(Infolibre) 1-Mayo-2016
     

Al recordar sus diferencias con Santiago Carrillo en los años 60, el escritor Jorge Semprún escribe: “Todo cuanto atañe al comunismo y a los partidos comunistas en el mundo es prehistoria”. Lo leo en Ejercicios de supervivencia (Tusquets, 2016), un conmovedor libro póstumo en el que Jorge evoca sus años en la resistencia francesa contra los nazis, su detención por la Gestapo, su tortura y su cautiverio en el campo de Buchenwald. Habla también de la década que protagonizó como dirigente comunista en la España de Franco, entre 1953 y 1962, creando la red clandestina de oposición al Régimen. Bajo el nombre de Federico Sánchez, sigiloso profesional de la conspiración, fue el dirigente comunista más buscado por la policía de la dictadura. Después de haber pasado por las mazmorras de Hitler, sabía muy bien a lo que se exponía en una posible caída.

El motivo central de este libro es la tortura. Nada mejor que una narración fuerte para recuperar el amor a la vida y quitarle importancia a las desilusiones o a las desgracias menores. La dignidad humana encuentra lucidez y sentido en las situaciones extremas. Un torturado siente su cuerpo como nunca antes lo había sentido. Al recordar el dolor, las palizas, el descoyuntamiento de los huesos, Semprún saca algunas conclusiones. En primer lugar: sería nefasto para una reivindicación del humanismo considerar la resistencia en la tortura como un valor moral absoluto. Nadie sabe hasta dónde puede resistir, cómo va a reaccionar mientras le arrancan las uñas o es ahogado en una bañera de agua helada, sucia de excrementos.

Después sostiene que la tortura provoca una experiencia extrema de soledad y de solidaridad. La única razón para soportar el dolor propio es el sentimiento de fraternidad. Sólo el amor a los otros, la complicidad con los otros, permite alcanzar un estado de transcendencia humana capaz de superar la barbarie del verdugo. La tortura, de forma paradójica, acaba constituyendo y dándole forma carnal a la palabra nosotros. Hay un punto en el que no están ya la víctima y el verdugo, sino la víctima y todos los que van a salvarse del dolor gracias a su silencio. Semprún se supo compensado por no delatar. Recibió lo que había dado antes, porque gracias al silencio de sus compañeros en las comisarías franquistas pudor resistir muchos años de clandestinidad sin caer en las garras del dictador.

La fraternidad es un sentimiento que encaja mal en los aparatos de los partidos, las luchas internas, las calumnias y las traiciones de los arribistas. Pero si la política se sitúa en el mundo de las convicciones y del compromiso con la justicia y con las libertades, la fraternidad da sentido no ya al sacrificio, sino a la alegría y a la existencia compartida. Me emociona leer la delicadeza con la que Jorge Semprún cuenta sus últimas horas de clandestinidad madrileña, escondido en la casa del poeta Ángel González. Jorge estaba convencido de que la preocupación de Ángel ante una posible detención tenía menos que ver con su suerte personal que con la fraternidad de un camarada envuelto en una lucha común.

No es tampoco insustancial la conclusión humana que sugiere Jorge Semprún sobre las consecuencias de la tortura. La víctima puede superar la experiencia y seguir ligado a la vida, seguir considerando al mundo como una casa propia. Será el verdugo quien no podrá superar la experiencia, por más que diga o que finja. Se sentirá para siempre excluido del mundo, un impostor en el tejido de los días. Es muy posible que algunas victorias truculentas provoquen el mismo vacío sentimental. Por eso hay tanto político fuera del mundo.

Gracias a Juby Bustamante, tuve la suerte de tratar a Jorge Semprún en los últimos años de su vida. Charlábamos de literatura y de política, de escritores y de las herencias del Partido. Después de sus conflictos, sus críticas al estalinismo, sus desilusiones, su expulsión, sus éxitos literarios y su ministerio en uno de los gobiernos de Felipe González, creo que se sentía muy orgulloso, sobre todo, de los años de clandestinidad comunista en España. No me ha sorprendido que dé importancia en Ejercicios de supervivencia al encuentro casual con un desconocido en un autobús de París. El desconocido dice: “Esas batallas había que hacerlas, tuvieron ustedes razón en hacerlas”. Aunque la lógica de los acontecimientos hubiese convertido a las organizaciones comunistas y a sus dirigentes en un asunto de prehistoriadores, a Jorge Semprún le merecían mucho respeto algunos recuerdos.

Con uno de eso recuerdos acaba su libro. Cuando los primeros americanos llegaron al campo de concentración de Buchenwald, se encontraron con una formación militar de cuerpos harapientos y famélicos. Durante los años de cautiverio la red comunista de Buchenwald había escondido poco a poco armas y había elaborado planes para el momento en el que los nazis se vieran obligados a abandonar el campo. Maltratados, cadavéricos, andrajosos, no se sentaron a esperar a los libertadores. Sacaron las armas, compusieron su ejército y con el fusil al hombro salieron en formación de combate a la carretera de Weimar en busca del enemigo.  

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Gracias, Luis, por este regalo, precisamente hoy, día del Trabajo. El recuerdo de la dignidad y del sacrificio que fue la base de un nuevo contrato social y posibilitó un cambio de rumbo colectivo en el siglo XX. 
En medio de todas las crueldades el único valor que prevalece es, en efecto, la fraternidad. Esta mañana, curiosamente, me ha despertado esa idea: de las tres gracias republicanas y democráticas, libertad, igualdad y fraternidad, es ésta, la que posibilita las otras dos. La fraternidad es la plenitud del nosotros. Es una manifestación enorme del amor que nos iguala, como verdad que nos hace libres y  libertad en la que reconocernos como verdaderos seres humanos, por encima de cualquier posible alienación. No se puede amar sin ser verdad. Ni ser verdad si no se es amor. Ese trabajo común que llamamos compromiso político si no tiene la fuerza del amor no sirve para nada que valga la pena. De hecho, podemos saturarnos a veces del traqueteo cansino de la 'politicancia', que es el rebufo más bajo de la política, pero siempre es posible recuperar el tono muscular del alma al lado de los otros, gracias a ese Tú mayúsculo que le da sentido al "yo" consciente de su esencia e impide que sucumba ante su versión más primaria y peligrosa: el ego. 
La fraternidad es la gran pedagoga y educadora de entuertos elementales y enredadores, la que ayuda a transmutar los miedos y remilgos en la medida en que la aceptamos como vitamina y oligoelemento fundamental para el metabolismo de nuestra "seridad", que es la capacidad de experimentarnos como el Ser, además de existir, pensar, hablar y hacer. 
En fin, que este artículo sobre el entrañable y a veces muy mal comprendido Jorge Semprún, es una invitación a la sabiduría y praxis de la decencia que en estos momentos neblinosos y desconcertantes puede ayudar a ver trazos de sentido en un tiempo donde nada es lo que era y todavía no se sabe lo que  será. Todo depende de cómo entendamos y vivamos ese don imprescindible de la fraternidad. 
Gracias, poeta, y buen primer domingo de Mayo. Buena fiesta del Trabajo  y de las trabajadoras y trabajadores, como empeño fraternal. Como poesía de la dignidad compartida.

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