domingo, 22 de mayo de 2016

Furias divinas

Verso Libre
Publicada 22/05/2016 (Infolibre)    

Lo más parecido al imperio gay que he descubierto en las últimas semanas es la conspiración radical que unos trasformistas, reunidos en un local nocturno de La Algaida, preparan para boicotear una fiesta de alta sociedad. La Furiosa, la Tigresa de Manaos, la Marlon-Marlén y la Canelita irrumpen al grito de “¡Sí se puede!”, ayudadas por el escritor maduro Ernesto Méndez y por otras amigas, en la casa-palacio de los Marqueses de Pontebianco. Quieren romper la impunidad del lujo en una población muy afectada por la crisis económica.

Eduardo Mendicutti construye una fábula política dibujada –como suele ocurrir en todas sus narraciones– por el humor, la imaginación y una energía creativa que se apodera del lenguaje para configurar personajes populares que sufren la marginación y utilizan la libertad impertinente de las palabras como una estrategia defensiva.

El mundo homosexual que aborda en su literatura Eduardo Mendicutti puede engañar a los críticos literarios con prejuicios y a los lectores desatentos que consideren la materia de sus libros como una limitada experiencia de gremio sexual anecdótico. El humor deslenguado de los personajes puede llamar a engaño, reduciendo el calado político de las Furias divinas a una broma coyuntural.

Conozco a pocos escritores tan formados políticamente como Eduardo Mendicutti. Formado en los libros, formado en la calle, formado en el conocimiento diario de la realidad, la discriminación y la solidaridad. Debajo de cualquier injusticia concreta, late la dignidad general de todos los seres humanos. Pero conviene conocer la singularidad de los derechos y sus posibles violaciones para tener una idea exacta de lo que significa la dignidad general.

La novela de Eduardo es política porque las transformistas viven una historia en la que el comunismo de siempre se ve desbordado por el nuevo espíritu de Podemos. Tiene gracia la caricatura del mundo político nacional presentada en clave transformista entre las Furiosas y las Canelitas. Pero la novela es política también porque sirve para recordarnos el paisaje habitado por travestis, transexuales y drag queens. Es un recuerdo elegido.

Cuando se intentan socializar los discursos alternativos, surge siempre la tentación de normalizar o adecentar la propuesta. Muy ruidosa fue la denuncia que Federico García Lorca hizo en la Oda a Walt Whitman contra los maricas de la ciudades, las locas, los Fairies de Norteamérica, los Pájaros de La Habana, los Sarasas de Cádiz, los Apios de Sevilla, los Cancos de Madrid, las Floras de Alicante y las Adelaidas de Portugal, personajes de carnes tumefactas y pensamientos inmundos.

El deseo de legitimar una homosexualidad decente y de prestigio a la sombra de Walt Whitman provocó en el poeta un desprecio clasista muy poco justificable. Ahora que celebramos con orgullo bodas entre personas del mismo sexo y que conocemos parejas homosexuales con hijos, suegras o yernos, es conveniente no confundir la conquista de derechos con una nueva forma de segregación. Eduardo Mendicutti nos recuerda en su novela que travestis, transexuales y drag queens están en los orígenes de las movilizaciones del colectivo LGTBI, cuando los clientes de bar Stonewall, en Nueva York, iniciaron la protesta contras las redadas de la policía.

Pero la novela es política, sobre todo, porque más allá de las anécdotas y del humor, del lujo y del boicot disparatado, la literatura llega a la soledad de los seres humanos, a la incertidumbre de las personas que conviven con su propia debilidad, con su desahucio particular, sus problemas económicos, sus miedos familiares, su experiencia de silencio, dolor y represión. La novela es un testimonio humano de la dignidad y el respeto que merecen todas las personas maltatadas por las furias diabólicas de gente como el cardenal Cañizares y su sermón militante en la barbarie.

Después de las Furias divinas me quedo atento al futuro de un personaje como Ernesto Méndez, un hombre que empieza a vivir su retiro. El escritor que fundó de manera admirable la iniciación a la vida del muchacho protagonista de El palomo cojo tiene delante de sí el reto de contarnos, desde su mundo, la historia de los pasos singulares y colectivos que conducen al invierno. 

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Tal vez el cardenal Cañizares no conoce ni quiere conocer más mundo que su propio microcosmos. Salirse del 'trigo limpio' nunca fue muy recomendable para la casta farisea. Claro, habría que dilucidar qué tipo de "limpieza" colectiva y devota, es ésa que no reconoce sus tendencias homosexuales sofocadas a base de cilicios, flagelaciones y pellizcos de monja, hasta  transmutarlas en impecable y canónica pederastia o en fenómenos similares a Torquemada o al Magistral de La Regenta, o sea, un modelo Rouco fashion, en esta vetustísma sociedad, que disfraza bajo las modas y los tics del siglo XXI el mismo lumpen de tantos siglos de equipaje, que ya se han hecho un pack indisoluble con la mismísima "marcaespaña"; en esta rancia vetustez Dancausas a troche y moche. Causas que crecen como los champiñones entre la oscuridad y la humedad del estiércol. Todo es tan sombrío y enrarecido que un libro de denuncia en voz alta como parece ser el de Mendicuti, siempre es una ventana abierta por la que puede entrar un aire más fresco, algo muy agradecer en tesituras tan cutres como endémicas y ya cronificadas.

Es muy triste y tan ruin que a estas alturas de la historia, cuando ya se viaja por el espacio y se conocen galaxias y fenómenos que suceden a millones de años-luz, interconectados en red por todo el Planeta, cuando se puede dar la vuelta al mundo en unas horas de vuelo, aún tengamos que reivindicar el género y la sexualidad como en la Edad Media frente a las hogueras de la ortodoxia. El derecho a vivir con la dignidad más elemental sin tener que avergonzarse de una misma por no pensar, sentir o  actuar como mandan los cánones dictatoriales de una religión o de una ideología todopoderosa  pensada para marginar lo que no obedece a las primeras de cambio,  sin tener miedo a la libertad de expresarnos y que aún haya que reivindicar el básico respeto que sostenga una convivencia digna.
Es muy triste que cuando una gran parte de la sociedad se pone las pilas y decide un cambio a mejor, hacia una convivencia más abierta y civilizada, se la demonice y hasta califique perversamente de "extrema izquierda" y que ese "extremismo" incluya la igualdad, la penalización de la violencia de género y del derecho a la diversidad. Y que todo lo que no encaje en el esquema miope y miserable que ha predominado como una tara social durante siglos, se considere anormal, delictivo o terrorista.
Hay todavía mucha peña manipulada que tiene unidos conceptos como terrorismo y nacionalismo, tradición con cualquier cosa rutinaria y repetida durante generaciones, por más bestia que sea, capaz de identificar la defensa de los animales con ser antisistema, a veganos con violentos, la homosexualidad  con la enfermedad mental, el catolicismo y la extrema derecha con el patriotismo, al clero con Dios, a los bancos con el Ministerio de Economía, igualar la limosna con la justicia social, la libertad con el sdesorden social, el dinero y el poder con dignidad, la cultura con  la pedantería,  la soberbia, chulería y prepotencia con autoridad "moral" y la legalidad con la  legitimidad, al gobierno con la Cueva de Alí Babá, la tropelía y el saqueo legalizado y endosado por un dictador con monarquía constitucional encasquetada "democráticamente" por la oligarquía añeja,en las urnas de un miedo de siglos. En fin, que mirando el panorama, solo tenemos motivos para ser cada vez más persistentes y firmes en las reivindicaciones. Ser humanos de verdad, y no solo de nombre, es  el reto más crudo que tiene nuestra especie, y , particularmente, en sociedades como la española, 

A veces, cuando viajo y atravieso estas estepas-secarral, donde los árboles son una anomalía, adobadas con ciudades fantasma y pueblos de color pardo que no se distinguen apenas del suelo que los sostiene, los bloques de ladrillo y cemento como  esqueletos obscenos de la decencia asesinada por la avaricia y las miserias en ristra, recuerdo instantáneamente la descripción de Plinio 'el Viejo' sobre el paisaje de la antigua Hispania, donde una ardilla podía ir del Aneto al Mulhacén sin bajarse de los árboles, como Il Barone Rampante de Italo Calvino. Y no puedo evitar que un escalofrío me encoja el alma al comprender que, como el caballo de Atila, los imperios heredados, padecidos y tantas veces aplaudidos y vitoreados por una masa inconsciente y analfabeta cognitiva, nos ha arrancado de cuajo hasta la última hierba de la verdadera dignidad y su inteligencia.

Los despojos pseudo-espirituales de los Cañizares y el mordisco resistente de los damnificados que soportan el temporal interminable desde sus cuerpos y sus emociones laceradas, son la conclusión de una tesis indeseable y esperpéntica, ya tan repetida que indigna en igual medida por lo que dura que por lo que significa. Los males, si no se sanean, con el tiempo empeoran. Y este mal  nuestro de cada día, lo ehpañó, entre cutre, mediocre, cretino y perverso, es la historia interminable. Tanto, que no estoy nada segura de que si mañana la crisis desapareciese por arte de magia, sin tener que hacer ningún cambio a mejor ni esforzarnos en la calle, en el curro y en casa, para que haya una verdadera transformación social dentro de nosotros, este río revuelto y desbordado, no volvería tan contento a correr por el cauce de las mismas andadas de toda la vida. A lo mejor es por eso por lo que me pregunto si tantos libros publicados tendrán alguna repercusión real en las mentes, sentimientos y emociones de sus lectores o si el trabajo de la Literatura no debería hacerse también en la calle, en los barrios y en las plazas para que se entienda lo que se lee y dé fruto en la vida cotidiana de los lectores y su entorno vaya cambiando.

Si no hay tierra fértil y receptiva en la que sembrar, roturada por las manos de inteligencia y del corazón, poco pueden hacer las semillas, aunque sean muchas y de lo mejor. No hay cambio colectivo que no arranque del cambio y la disposición individual. Ya se ha visto en la historia que los cambios instrumentales y funcionales que se intentan desde una minoría 'selecta' que pretende cambiar la vida de las masas de las que no se siente parte real, nunca lo consigue, solamente lo intenta y fracasa. Lo que aún no se ha logrado es que esa "masa" deje de serlo al descubrir, iluminada por la conciencia, la riqueza colectiva de la individualidad.


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