sábado, 14 de mayo de 2016

La chapuza como metáfora


No cabe duda de que el tiempo todo lo va poniendo en su sitio aunque tarde tanto como los seres humanos tarden en comprender su historia y su presente. Un ejemplo clarísimo es el Valle de los Caídos, puesto en pie para honrar supuestamente los caprichos  y manías de un dios inventado ad hoc, incompetente y pasota, amante de dictaduras, carnicerías, guerras y venganzas, y sostenido por el fanatismo sadomasoquista, entendido como devoción patriótica de una España vergonzante e incapaz de sanar sus grietas y sus deudas íntimas ya casi escapadas del propio tiempo y convertidas en credo, en ideología evaporada, pero aún así, tóxica y contra natura. Una forma de no entender nada que supere el "cuánto" y el "para quién". El Valle de los Caídos es la metáfora de la propia España que padecimos ayer, que padecemos hoy y que, como no lo remediemos ahora, seguiremos padeciendo mañana. 

A estas alturas el tiempo, el gestor indiferente a todo lo que no sea real, ha materializado el relato de ayer en la miseria y las ruinas de un hoy que por miedo, mojigatería e intereses, se ha negado a limpiar la memoria, las cunetas y los cementerios de recuerdo envenenado por la mentira oficial y por las ruedas de molino con las que los españoles machacados y machacadores del pasado han ido comulgando pasito a paso, hasta llegar al borde del precipicio y pararse en seco, por miedo, no por inteligencia; si fuera por ella, nunca habrían llegado hasta aquí.

El franquista valle de la sombras está mostrando, sin que ningún "enemigo" se haya empeñado en ello, toda la colección de miserias que fueron su origen. La construcción excavada en roca viva y elegida por el dictador como última morada eterna e indestructible, para sí mismo y para J.A. Primo de Rivera, y edificada con la sangre, el dolor y el peso de la venganza por ideas diversas, que no por delitos reales, con el castigo tan injusto como cruel de redimir penas que simplemente eran dignidad humana y derechos destruidos, está en las últimas. Como si la propia naturaleza estuviese empeñada en corregir una historia de mentiras en cadena que ni la democracia ni la transición se han atrevido a poner en claro, demostrando que hay una fuerza cósmica mucho más potente que la voluntad de los seres humanos, que siempre acaba por colocar con justicia y equilibrio el peso en los platillos de su balanza. Es como lo de la Armada Invencible, derrotada, no por la flota enemiga a la que pensaba liquidar, sino por una tempestad de dimensiones terroríficas, que ni siquiera le permitió el heroísmo de fenecer luchando, sino ahogada sin más, en la metáfora marina de su propia soberbia prepotente. 

Ahora tenemos la oportunidad de aprovechar el estado ruinoso del engendro para hacer una revisión de la historia, de los motivos, de las causas y los efectos y un análisis sereno de la realidad que vivimos. España está tarada históricamente por un bloqueo que aún no ha superado, debido a cuarenta años de normalización de la barbarie camuflada de "paz social", que solo fue y sigue siendo una paz represiva de cementerios y de terror silencioso, una mentira tan bien contada y tan bien predicada desde el poder de las armas,de las legalidades ilegítimas y del dinero y desde los púlpitos parroquiales. Si no fuese así, ya habríamos arreglado hace muchos años esta pesadilla con efecto retroactivo, de ese valle de los horrores que se convirtió en basílica y monasterio para lavar la cara a los cuatro jinetes del Apocalipsis con las estatuas blasfemas de una piedad que no existía, de unos evangelistas más falsos que Judas y de una cruz gigantesca que dominando todos los horizontes desde su altura, significaba la crucifixión y el exterminio de media España a manos de la otra media, con el sadismo de obligar a las víctimas supervivientes de la masacre, a construir la endemoniada aberración. El tiempo y la naturaleza, ayudados por la garrulez, la horterada cognitiva,  el desconocimiento más atroz y el chapucismo caciquil de los mediocres que idearon el megalómano invento, se están encargando de poner en evidencia lo que nos falta por solucionar, no solo en el asunto del mantenimiento material del disparate, que ya es una locura insostenible, sino sobre todo, en la de planos de la inteligencia colectiva  que aún nos quedan por desarrollar, como perder el miedo y la arrogancia, el revanchismo y el rencor, la violencia, la mala uva y  la superficialidad de los humores petardistas para ridiculizar y humillar y quedar por encima "del contrario" sin verse uno mismo, que estallan y se apagan fatuamente, sin que sirvan para algo positivo y acaban por cansarnos sin haber conseguido nada que valga la pena, solo que todo siga como siempre por los siglos y los siglos. 

Tal y como estamos es de retraso mental absoluto considerar la reconstrucción imposible de ese monumento al crimen organizado estatal, que ahora continúa en forma de corrupción y malos tratos sociales y que además lo tengan que costear los paganinis de siempre. Sería de tarados gastar lo que no tenemos e incluso tener que endeudarnos para mantener en pie un imposible geológico, que acabará sí o sí, derrumbándose porque está construido con ojo de lince sobre unas bases geológicas llenas de grietas subterráneas naturales en el granito del macizo montañoso, y remendar unas estatuas de caliza indestructible por fuera, pero con alma de yeso que se deshace a sí mismo con la descomposición de sus propia química interna y las desmorona desde dentro convirtiéndolas en un peligro para los visitantes de ese parque temático de la necedad como tormento. Claro, que podría aprovecharse como zona para deportes de riesgo para turismo kamikaze, o en plan Indiana Jones en el Templo Maldito o en La Última Cruzada

Tal vez la solución más digna, inocua y pedagógica sería desmontar el tinglado compasivamente, dejar de una puñetera vez que los muertos entierren a sus muertos ilustres, en plan privado, donde más les acomode y que los vivos puedan reconocer y sepultar a los suyos donde consideren oportuno, si es que aún son reconocibles en el anonimato del disparate terminator y luego, poco a poco, desmontar los andamiajes del cutrísimo imperio grandilocuente y zafio que heredamos como se heredaban las maldiciones faraónicas. Convertir la zona, que es bellísima, en un parque natural inofensivo que haga el relato in situ, de  lo que nunca debió suceder para evitar la tentación de que se vuelva a repetir. Que allí se hagan campamentos de verano y talleres para la paz, la reconciliación, la cooperación y la noviolencia activa. Donde se aprenda a sacar el mejor provecho de las libertades, de los valores y de la convivencia que nos ayuda a ser más flexibles, plurales y respetuosos más allá de las formas: respetuosos con al diversidad de las ideas y capaces de extraer de esa mina social que es el diálogo en limpio y la escucha sin retranca, el mejor de los capitales. Un país y un Estado justos, solidarios, éticos y cívicos, dignos de respeto y de mantenerse en pie mucho más tiempo que las chapuzas metafóricas del crimen político trufado de patriotismo matón. 

En Bingen, Alemania, en pleno el curso del Rin, está el Parque de los Poetas o Parque de La Paz. Las esculturas que lo adornan son viejas armas, trozos de cañones, de carros de combate, carcasas de bombas huecas, fragmentos de aviones y barcos de guerra, rodeados por la maravilla de la vegetación, de las flores y los arbustos-enredadera y acunados por el rumor de las aguas del río. Por el  perfume de la naturaleza y los juegos de los niños, atravesado por los ciclistas y los ancianos paseantes que vivieron los peores tiempos de su adolescencia bajo la bota del III Reich. Y con una inscripción que asegura que nunca más pueda repetirse el horror de unos tiempos espantosos. Un libro enorme de hierro fundido descansa sobre una mesa de piedra y pasando sus hojas metálicas se pueden leer poemas sobre la paz, el arrepentimiento y el perdón. 
No sería una mala solución hacer algo de ese tipo, en vez de gastar lo que no tenemos y necesitaríamos para evitar la hecatombe económica de los vivos en mantener los cadáveres de los torturadores emblemáticos y los torturados anónimos, en mantener patológicamente vivo lo que nos dividió y nos sigue dividiendo con mando a distancia, algo que debe desaparecer de nuestro mapa social y político. Cultural y hasta religioso. Para transformarse en verdadero cultivo de la inteligencia colectiva, en amor, compasión, apoyo mutuo y fraternidad libre de  excusas políticas, sin remilgos ni prejuicios y que sea el fin de este estado de bochorno y de ruina constante, que ya hasta se vive con toda normalidad, por la inercia insensibilizadora de  la costumbre.

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