miércoles, 18 de mayo de 2016

La desigualdad de las víctimas


Las victimas en España soportan una doble calamidad. Además de la desgracia o el crimen que le confiere tal indeseable condición, deben aguantar los manoseos y a menudo soeces intentos de aprovecharse de ellas para sacar ventaja en eso que en política llaman la competencia partidista. Casi todos los partidos han sucumbido alguna vez a la tentación de apropiarse de su sufrimiento para tratar de infligírselo al adversario.
Desde que el Partido Popular, bajo el liderazgo visionario de Aznar, convirtió el terrorismo en uno de los ejes primarios de sus estrategias para ganar toda clase de elecciones, las victimas pasaron del anonimato o el silencio a convertirse en armas humanas arrojadizas, ocupando un estrellato que ha debido multiplicar por millones el dolor de la mayoría.
Según quién esté en el gobierno y en la oposición existen víctimas inocentes y culpables. Víctimas que merecen respeto cuando cuentan su historia y reciben el homenaje y el reconocimiento público y víctimas que se pasan el resto de su vida dando explicaciones y deben aprender a esconderse más y mejor para no ser reconocidas, vilipendiadas y acosadas.
Lo único donde no suelen haber diferencias es el largo calvario de tramites, papeles y justificantes que todas ellas deben presentar varias veces ante varias administraciones para recibir una mínima reparación vital. No vaya a ser que, en España, el país de la Gurtel, la Púnica o los Eres, se nos cuelen un parado o una víctima cobrando una ayuda o una indemnización a la cual puede que no tengan derecho.
En España hay víctimas de primera, de segunda, de tercera y las inhumanamente castigadas víctimas del metro de Valencia. Tuvieron la mala suerte de que su desgracia ocurriera en vísperas de aquel gran negocio que fue la visita del Papa. Eran malas para el espectáculo. Como a las víctimas del Alvia 04155 en Santiago de Compostela, también les tocó viajar en una línea donde había más prisa por apuntarse la inauguración y los ahorros que preocupación por la seguridad o las precauciones debidas. Además les tocó morir en provincias, donde se deja de ser noticia muy rápido.
A las víctimas del metro de Valencia también quisieron callarlas con el silencio y el olvido. También intentaron comprarlas con promesas y amenazas. Hoy, cuando se empieza a investigar de verdad qué sucedió, aún deben soportar que el exconseller Juan Cotino les pida cínicamente perdón ahora que se arrastra por la mierda acorralado por los escándalos y la corrupción, o que el exPresident Francisco Camps les siga tratando como si fueran ellos quienes tuvieran que pedirle perdón, chusma que solo entiende el lenguaje del palo.
No basta con averiguar qué pasó y exponer las mentiras de los anteriores. A los nuevos gobiernos les corresponde ofrecer a las víctimas el respeto, el reconocimiento y la reparación que se les debe sin pretender ni buscar algo a cambio. En Valencia acaban de empezar. En Angrois (http://www.victimastren.org) siguen esperando. 

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Es cierto. Lo de ser víctima en estas Españas del apaño es una tragedia multiplicada por el cinismo, la deshonestidad y la incompetencia. O sea, por la corrupción, con todo lo que significa esa lacra, además del trinque, que es lo que más golpea a primera vista. Para pringarse, la primera condición es la indecencia innata que no sabe distinguir entre lo decente y su opuesto y considera válido todo lo favorable a sus intereses e indecente todo lo que  incomoda, "exige demasiada responsabilidad para lo que me pagan", o no produce beneficios suficientes, teniendo en cuenta que "ya se sabe que en política uno entra para forrarse". 
La única diferencia entre Valencia y Angrois es que en Galicia aún siguen  gobernando los fantasmas del pasado: el de Franco y el de Fraga compinchados en el plasma zoombi de Rajoy. Pero al mismo tiempo esa penosa circunstancia está dando lugar unas Mareas ejemplares, a un movimiento de cambio profundo como "Última llamada" y una nueva conciencia ejemplar, que están cambiando el humus podrido por una tierra llena de vida y frescura. 

Es imposible olvidar a los compañeros gallegos que nos acompañaron en la diada del pasado año, junto con vascos y catalanes. Los compas de Galicia nos hablaban en valenciano como si fuesen de aquí y nos relataban el proceso de despertar de su tierra, con un cariño y una sabiduría impresionantes y con una esperanza y un entusiasmo conmovedores. Con gente así, Galicia tiene un futuro sanísimo en el horizonte. Las víctimas se lo merecen igual que  el resto de ciudadanas y ciudadanos de bien. Ese futuro está llamando a la puerta. Sólo hay que abrirla y dejar que el aire limpio se lleve el hedor y el agua de las mareas limpie y libere del chappappote la casa de todas y de todos.
Gracias, Antón Losada, por estar ahí. Y por escribir lo que dicta el corazón pasando por la lucidez. Y viceversa.

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