domingo, 8 de mayo de 2016

El político cansado

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Publicada 08/05/2016 (Infolibre)    

La noticia más singular de esta precampaña no es que los ciudadanos estén cansados de la política a causa de las nuevas elecciones. Lo notable es que hay políticos cansados de la política, cansados de sí mismos, como diría el poeta Juan Ramón Jiménez. Mariano Rajoy, todo un presidente de Gobierno con intención de insistir, confesó en una entrevista en la Ser que le dan mucha pereza los debates electorales. Hay que preparárselos y requieren un gran esfuerzo.
La pereza es un sentimiento, un estado de ánimo, algo que incluso se puede agradecer desde el punto de vista humano. Rajoy se ha mostrado impasible, neutro, frío como un cadáver, insensible, marmóreo, inexpresivo, indiferente en muchas ocasiones, sobre todo en los asuntos que afectan a la cadena de corrupciones cotidianas de su partido. No sabe, no contesta, no se da por aludido, tiene alma de piedra. La pereza al menos es un síntoma de humanidad, un rasgo de vida. Pero, por desgracia, es un rasgo de mala vida, de perversión democrática.

Ay, el esfuerzo… Hace años me contaron una broma muy significativa de Pedro Salinas. Heredero del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, convencido de la importancia de la cultura y de la educación en el progreso de una sociedad, Pedro Salinas se pasó la vida escribiendo versos y dando clases de literatura. Se cuenta que un día, cuando tuvo que interrumpir una sobremesa para acudir a su aula, comentó con humor a un amigo: "Dedicarse a la enseñanza es algo maravilloso, si no fuese por la horita de clase".

La verdad es que el trabajo y los horarios laborales tienen mucho que ver con el esfuerzo. La sociedad depende de la profesora que acude a su aula, del médico que pone el despertador para llegar a tiempo al hospital, de la abogada que se presenta en los juzgados a la hora de la cita, del albañil que vive los amaneceres del invierno en un andamio, de la funcionaria que atiende a los ciudadanos en la ventanilla de reclamaciones o del campesino que se dobla y se desdobla sobre la tierra.

Si todo el mundo se quitase de en medio, si desapareciese como Rajoy en los debates, la sociedad entraría en coma. Y ya que se trata de un presidente de Gobierno y de un espejo público, no me parece demagógico recordarle a Mariano Rajoy que el amanecer en un andamio o la canción nocturna de los camiones de la basura son experiencias cotidianas mucho más fuertes que un debate electoral.

La pereza de Mariano Rajoy, además de una condición de su carácter, es ahora toda una estrategia. Hay perezas y perezas, perezas con humor y perezas que las carga el diablo, porque es peligroso confundir el derecho a la pereza que defendió Paul Lafargue en nombre de los trabajadores explotados y la indolencia de un mal presidente de Gobierno que no quiere moverse para que todo siga como estaba. La pereza de Rajoy pretende provocar la abstención masiva, pretende rebajar la importancia de unas nuevas elecciones, pretende restar importancia a la configuración de un nuevo Parlamento y pretende conectar con el alma de los indiferentes, de los desentendidos, de los que están dispuestos a aceptar la corrupción, la mentira y la desigualdad. Es una pereza con muchas pretensiones.

El PP puede volver a ganar. Después de los albondiguillas y los bigotes, de las Esperanzas Aguirres, los Correas y las Ritas, después de los Bárcenas y las Cospedales, después de Rajoy, que no sabe y no contesta y está cansado de sí mismo, el PP puede ser el partido más votado. La pereza de Mariano Rajoy conecta con una parte de la nación. Los poderes públicos llevan años degradando la horita de clase, la calidad de la educación, la conciencia de la ciudadanía desde su más tierna infancia. El pudor acaba desapareciendo en la lógica de la telebasura. Y esas degradaciones tienen como consecuencia la actitud de algunos políticos y de muchos votantes.

Claro que la renuncia a las convicciones es también una víctima apetecida por la pereza de Mariano Rajoy. En los amaneceres de los andamios, en los atardeceres de los vagones del metro, en las habitaciones de los hospitales, en las calles que conducen al trabajo hay una experiencia de la realidad que debería servir para darle a la pereza de Rajoy la oportunidad de una jubilación política y un descanso definitivo. Y si esa jubilación no llega, no sólo será mérito de la pereza activa de Rajoy, sino un fracaso rotundo de todos los que no hemos sabido configurar una mayoría social dispuesta a decir basta. 




                   


                                          
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